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DiccionarioBíblico.Net

Letra J

Contenidos

JAACÁN

Descendiente de Esaú (1 Cr 1.42). En los tiempos del éxodo vivieron en los límites de Edom cerca del monte de Hor.

JAASIEL

Nombre de dos personas en el Antiguo Testamento.

  1. Uno de los valientes de David (1 Cr 47).
  2. Hijo de Abner y jefe de la tribu de Benjamín durante el reinado de David (1 Cr 27.21), posiblemente sea el mismo Jaasiel del No.

JAAZANÍAS

«Hijo de un maacateo» y uno de los príncipes que llegaron a Mizpa para jurar fidelidad a Gedalías, gobernador de Judá nombrado por Nabucodonosor (2 R 25.23; «Jezanías» en Jer 40.8). Después que Ismael mató a Gedalías, probablemente Jaazanías ayudó a pelear contra Ismael (Jer 41.11ss). El «Azarías» de Jer 43.2 puede que sea el mismo Jaazanías o un hermano suyo. En Jer 35.3 y Ez 8.11; 11.1 se mencionan otros personajes de nombre Jaazanías.

JAAZÍAS

Levita descendiente de Merari (1 Cr 24.26–27).

JABES-GALAAD

Ciudad de Galaad, situada a 2 km al este del Jordán y unos 32 km al sur del mar de Galilea. El heroísmo y la generosidad eran cualidades sobresalientes de sus moradores. No participaron en la destrucción de Benjamín (Jue 20.1–21.11), por lo cual fueron severamente castigados (Jue 21.10). Cuatrocientas doncellas sobrevivientes de Jabes-Galaad se dieron por esposas a los sobrevivientes de Benjamín (Jue 21.14).

Más tarde, cuando los amonitas los atacaron, Saúl los defendió (1 S 11). Por tanto, algunos valientes de Jabes-Galaad rescataron los cadáveres de Saúl y sus acompañantes y los sepultaron en su tierra (1 S 31.1–13; 1 Cr 10.11–13). David bendijo y ofreció su ayuda a los de Jabes-Galaad en gratitud por este acto (2 S 2.4–7).

JABÍN

(DISCERNIDOR).

Probablemente título real de los reyes de Hazor, ciudad principal en Palestina del norte.

  1. Rey de HAZOR que formó una alianza con los reyes de las tribus de Palestina del norte para pelear contra Josué, quien los sorprendió «junto a las aguas de Merom» y los derrotó. Josué conquistó a Hazor y mató a Jabín (Jos 11.1–14).
  2. Otro rey de Hazor quizás descendiente del anterior, jefe de una confederación cananea. Era rey poderoso que «había oprimido con crueldad a los hijos de Israel por veinte años» (Jue 4.2, 3); pero su ejército, capitaneado por SÍSARA, fue derrotado por Barac y los israelitas. La guerra continuó hasta el derrocamiento de Jabín (Jue 4–5; Sal 9).

JABOC

Uno de los afluentes orientales más importantes del río Jordán. Nace en el altiplano oriental de las montañas de Galaad, se dirige al nordeste y después al sudoeste hasta desembocar en el río Jordán, unos 37 km al norte del mar Muerto. El profundo valle del Jaboc era una frontera natural entre el territorio de Sehón, rey de los amorreos, y el de Og, rey de Basán (Nm 21.24; Jos 12.2–5; Jue 11.22), territorios estos que más tarde se asignaron a Gad y a la media tribu de Manasés. Fue el sitio del encuentro y la lucha de Jacob con el ángel, y de la reunión de Jacob con Esaú (Gn 32.22; 33.1–20). Hoy se llama Nahr es-zerga.

JABÓN

Pasta que se obtiene de la combinación de un álcali con algún aceite o grasa.

Antiguamente también lo había de procedencia mineral. Según Jer 2.22, la capacidad limpiadora del jabón contra toda suciedad es tan grande, que solo las manchas del pecado escapan a su acción. Contra estas impurezas es indispensable el poder de Dios (Is 1.25; Mal 3.2, 3), mediante el sacrificio de Cristo (1 Jn 1.17). Los antiguos utilizaban también la lejía como elemento limpiador (Jer 2.22).

JACÁN

(AFLIGIDO).

Un jefe de la tribu de Gad (1 Cr 5.13).

JACINTO

Es una variedad del mineral circón que se usa como piedra preciosa. Es de color rojo, aunque puede ser también amarillenta. Aparece en el pectoral del sumo sacerdote (Éx 28.19) y en los cimientos del muro de la Nueva Jerusalén (Ap 21.10). Es además el nombre de un color (Ap 9.17, RV-1909).

JACOB

(EL QUE TOMA POR EL CALCAÑAR O EL QUE SUPLANTA).

Padre del pueblo hebreo, cuya vida transcurrió, probablemente, en el siglo XVIII a.C. Fue hijo de ISAAC y REBECA y hermano gemelo de ESAÚ. Nació como respuesta a la oración de fe de su padre (Gn 25.21). Su historia aparece en Gn 25.21–50.14. Desde antes de nacer, su madre supo, por revelación divina, que en su seno se originarían dos grandes naciones ya divididas entre sí. Esaú nació primero, pero Jacob le siguió asido de su talón (Gn 25.22–26). Según la Ley antigua, la primogenitura le correspondía a Esaú, pero Jacob, con notable astucia, la consiguió de su hermano a cambio de un guisado (Gn 25.29–34; Heb 12.16).

Aconsejado por su madre, Jacob obtuvo con engaño la bendición paterna (Gn 27.1– 29), y Esaú, indignado, prometió matarlo (Gn 27.41). Como consecuencia, Rebeca misma se vio obligada a procurar que Isaac enviara a Jacob a Harán, con el pretexto de elegir esposa allí (Gn 27.42–28.5; Os 12.12). Durante su viaje Jacob tuvo una visión que le afectó profundamente: veía una escalera que llegaba hasta el cielo y ángeles de Dios que subían y bajaban. En aquel lugar Dios confirmó a Jacob el pacto con Abraham. Jacob erigió un altar, llamó a aquel lugar BET-EL (casa de Dios) e hizo voto ante Dios (Gn 28.11–22).

Una vez en Harán Jacob permaneció con su tío Labán, a quien sirvió siete años para poder recibir a Raquel como esposa. Sin embargo, debió trabajar siete años más, Labán le entregó primero a Lea, su hija mayor (Gn 29.9–28). De Lea, Jacob tuvo seis hijos varones: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón, y una hija, Dina; de la esclava de Lea tuvo a Gad y Aser. De la esclava de Raquel tuvo a Dan y Neftalí. Como respuesta divina a los ruegos de Raquel también tuvo con ella dos hijos, José y Benjamín, quienes llegaron a ser los favoritos de Jacob. Todos, excepto Benjamín que nació en el camino de Efrata (Belén) y costó la vida de su madre (Gn 35.16–19), nacieron en Padan-aram (Gn 35.23–26).

Gracias a su astucia, Jacob prosperó tanto que provocó la envidia de los hijos de Labán. Como consecuencia, para zanjar las desavenencias y por indicación divina, se volvió a Canaán, pero Labán lo persiguió y alcanzó. Este le propuso celebrar un pacto (Gn 31), se separaron amistosamente y Jacob pudo proseguir su viaje. Al pasar por Mahanaim le salieron al encuentro ángeles de Dios (Gn 32.1, 2). Por temor de su hermano Esaú, planeó hábilmente el encuentro con él. La noche anterior luchó con el ángel de Jehová y, en consecuencia, obtuvo una bendición. Fue entonces cuando recibió el nombre de Israel, «el que lucha con Dios» (Gn 24.32; Os 12.3, 4), nombre que se perpetuó en «los hijos de Israel» (Gn 42.5; 45.21), y llegó a abarcar a todo el pueblo elegido de Dios. Jacob llamó a aquel lugar Peniel (el rostro de Dios).

Después de su reconciliación con Esaú, Jacob se instaló en Siquem (Gn 33.18), pero debido al ultraje de que fue objeto su hija Dina, y a la consecuente venganza de Simeón y Leví contra la ciudad, tuvo que dejar Siquem. Marchó a Bet-el, donde Dios le confirmó sus promesas (Gn 35.1–15). Después llegó a Hebrón, a tiempo para sepultar a su padre (Gn 35.27–29).

La predilección de Jacob por José y los sueños de este le crearon serios problemas de celos entre sus hijos. Una día los propios hermanos vendieron a José y le hicieron creer a Jacob que había muerto (Gn 37). No sería sino años después, cuando fueron a Egipto debido a una escasez de alimentos, que Jacob y el resto de sus hijos descubrirían que el gobernador de aquella tierra era José (Gn 42–45). Jacob y sus demás hijos se instalaron en la tierra de Gosén, donde vivió diecisiete años más (Gn 46–47.28). Murió cuando tenía más de ciento treinta años, rodeado de sus hijos y después de otorgar a cada uno su bendición (Gn 48 y 49). Lo llevaron a Canaán para sepultarlo en la cueva de Macpela, como siempre deseó (Gn 50.1–14).

El nombre de Jacob aparece en las genealogías de Jesús (Mt 1.2; Lc 3.34). Es muy significativo que se mencione con Abraham e Isaac ocupando un lugar predominante en el Reino (Mt 8.11; Lc 13.28). Los Evangelios Sinópticos registran la mención que Jesús hace de Éx 3.6 (Mt 22.32; Mc 12.26; Lc 20.37). Esteban menciona a Jacob en su discurso (Hch 7.12–15, 46), y Pablo en Ro 9.11–13; 11.26. Finalmente el patriarca aparece en Heb 11.21 como uno de los héroes de la fe.

Otro Jacob, padre de José, aparece en la genealogía de Jesús según Mt 1.16.

JACOB, POZO DE

Pozo donde Jesús habló con la samaritana (Jn 4.1–26). Esta es la primera referencia al pozo de Jacob; no se menciona en el Antiguo Testamento.

JACOBO

(IAKÔBOS EN GRIEGO, YA’AKOB EN HEBREO, Y IACOBUS EN LATÍN).

Nombre propio masculino muy popular en tiempos bíblicos, equivalente a Santiago. El nombre Santiago es una contracción castellanizada de dos palabras latinas, sanctus Iacobus, que quiere decir San Jacobo. Ciertos exégetas identifican a algunos o a todos los Jacobos de 3 a 5 abajo como una sola persona.

  1. Hijo de Matán y padre de José el esposo de María (Mt 1.15s; GENEALOGÍA DE JESUS).
  2. Hijo de Zebedeo y pescador galileo, a quien Jesús llamó (Mt 4.21), junto con su hermano menor Juan para ser uno de los doce apóstoles (Mt 10.2; Mc 3.17; Lc 6.14; Hch 13).

Con Pedro y Juan, Jacobo integraba un núcleo singular de discípulos presentes en la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5.37), en la transfiguración (Mc 9.2) y en la oración en Getsemaní (Mc 14.33). Juntamente con Juan se le apellidó BOANERGES (Mc 3.17) y ambos también recibieron una reprensión de Jesús por su impetuosidad (Lc 9.54). Los dos pidieron un lugar de preferencia en el Reino y Jesús les profetizó que beberían la copa de Él (Mc 10.39), anuncio que se cumplió con la muerte de Jacobo, degollado por Herodes Agripa I, ca. 44 d.C. (Hch 12.2).

Algunos intérpretes, basándose en una comparación de las listas de Mateo 27.56; Marcos

15.40 y Juan 19.25, creen que Jacobo era primo de Jesús; pero esta identificación depende de dos hipótesis dudosas (HERMANOS DE JESÚS). La tradición del siglo II le llamó «Jacobo (o Santiago) el Mayor».

  1. Hijo de ALFEO y también uno de los doce apóstoles (Mt 10.3; Mc 3.18; Lc 6.15; Hch 1.13). Aunque Leví es también llamado «hijo de Alfeo», es probable que su padre sea otro Alfeo y que Leví y Jacobo no fueran hermanos.

A este Jacobo comúnmente se le identifica como Jacobo «el menor», hijo de MARÍA (Mc 15.40). Es evidente que lleva el apodo para distinguirlo (por su estatura o su juventud) de Jacobo el hijo de Zebedeo.

  1. Padre (según HA, NVI, pero «hermano» según RV y VM) de Judas (no Iscariote). Excepto su mención en Lucas 6.16 y Hechos 1.13, no se sabe nada de él.
  2. Hermano de Jesús, mencionado con sus hermanos (¿menores?) José, Simón y Judas (Mc 6.3, HERMANOS DE JESÚS). A juzgar por Mt 12.46–50 ; Mc 3.31–35 ; Lc 8.19–21 y Jn 5 , Jacobo no aceptaba la autoridad de Jesús durante el ministerio de este, pero después de que se le apareció resucitado ( 1 Co 15.7 ), llegó a ser un líder importante de la iglesia judeocristiana de Jerusalén ( Hch 12.17 ; Gl 1.19 ; 2.9 ).

Evidentemente se le considera apóstol (Gl 1.19) cuyo campo misionero fueron los judíos (Gl 2.9), en especial los de Jerusalén. En esta iglesia madre, Jacobo es la primera de tres «columnas» con quienes Pablo dialogó al principio de su ministerio, y de quienes recibió reconocimiento por su mensaje (Gl 2.7–10). Más tarde ciertos emisarios que reclamaban la autoridad de Jacobo, pero que probablemente exageraban su postura, sugirieron que en la iglesia de ANTIOQUÍA los gentiles y los judíos comieran en mesas separadas. Pablo rechazó con vehemencia esta idea (Gl 2.11s).

Hechos 15.1–29 describe el primer CONCILIO de la iglesia (cuya relación con los encuentros de Gl 1 y 2 es difícil de precisar). Este concilio se celebró en Jerusalén, y Jacobo lo presidió. En esta ocasión se acordó recomendar a los gentiles recién convertidos ciertas prácticas que facilitaran el compañerismo de mesa con los judeocristianos. Más tarde, Jacobo también sirvió de mediador entre un grupo de judeocristianos que deseaban imponer la Ley Mosaíca a todos los cristianos, y el grupo de gentiles conversos, que desde luego no querían aceptar esta obligación. Las simpatías judías de Jacobo se ponen de relieve en la sugerencia que hace a Pablo cuando este visita a Jerusalén por última vez (Hch 21.17–26).

La tradición posterior (Hegesipo, primitivo historiador cristiano ca. 180 d.C.; y el Evangelio según los hebreos, EVANGELIOS APÓCRIFOS) exalta el papel de Jacobo, llamándolo «el justo» y presentándolo como muy reverenciado por su piedad y apego a la Ley. Hegesipo y Josefo (Guerra XX.ix.1) relatan su martirio (ca. 62), lapidado a instigación de los saduceos.

Eusebio de Cesarea cita a Josefo en el sentido de que las miserias y horrores del sitio de Jerusalén se debieron al castigo divino por el asesinato de Jacobo. Escritores posteriores describen a Jacobo como obispo e incluso como obispo de obispos. Según Eusebio, la silla episcopal todavía estaba en exhibición en Jerusalén en el tiempo en que escribía su Historia eclesiástica (en el año 324).

La tradición asigna a Jacobo la paternidad de la carta de SANTIAGO (Stg 1.1; cf. Jud 1).

JAEL

Mujer cenea que mató a Sísara, capitán de las fuerzas cananeas derrotadas por BARAC y Débora (Jue 4.17–22). Cuando Sísara pidió asilo en la tienda de Jael, ella le socorrió para después matarlo mientras dormía, cumpliéndose así la profecía de Débora (Jue 4.9). Aunque la traición a un huésped era un crimen contra la ética de la HOSPITALIDAD, Jael fue alabada en el cántico de Débora por haber dado el golpe de gracia a las fuerzas que oprimían a los israelitas (Jue 5.24–27).

JAFET

(ENSANCHAMIENTO).

Hijo de Noé que entró en el arca y se salvó del diluvio juntamente con su esposa. Según Gn era menor que Sem, pero de acuerdo con otras citas debía ser el menor de los tres hermanos (Gn 6.10; 7.13; 9.18; 1 Cr 4).

Jafet fue padre de las naciones europeas (Gn 10.2–5: los cimeraneos (Gomer), los escitas (Askenaz), los medos (Madai), los moscovitas o eslavos (Mesec), los jonios (Javán), los de Chipre (Quitim) y los de Rodas (Dodanim), entre los mejor identificados.

Es notable que el padre de la figura mitológica Prometeo se llamara Iapetos y que los filisteos fueran de raza micena.

La profecía de Noé: «Habite Jafet en las tiendas de Sem» (Gn 9.27), puede entenderse relacionada con los filisteos que invadieron Palestina y ocuparon territorios que Dios concedió a Abraham (SEM).

JAH

Uno de los nombres de Dios, usado veintitrés veces en el Antiguo Testamento (RV). Posiblemente fuera abreviatura de Jehová (Yahveh). Se halla solo en los Salmos e Isaías. También forma parte de la jaculatoria que tan a menudo se usa en los Salmos: «Aleluya»; constituye la última sílaba.

JAHAT

Nombre de cinco hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Reaía descendiente de Judá (1 Cr 2).
  2. Hijo de Libni (1 Cr 6.20, 43).
  3. Hijo de Simei (1 Cr 23.10, 11).
  4. Levita de la familia de Coat (1 Cr 22).
  5. Levita que ayudó a reparar el templo durante el reinado de Josías (2 Cr 34.12).

JAHAZA

Ciudad al este del Jordán, posiblemente al norte del río Arnón, donde los israelitas derrotaron a Sehón rey amorreo, cuando este le negó el paso por sus tierras (Nm 21.23, 24; Dt 2.32; Jue 11.20). Fue poblada por la tribu de Rubén (Jos 13.18), pero dada a los levitas de la familia de Merari (21.34, 36).

Posteriormente, Moab la tomó, hasta que Omri la reconquistó para volverla a perder a manos de Mesa, rey moabita, quien la añadió a sus dominios. En tiempos de Isaías y Jeremías era una ciudad moabita y como tal se menciona en las profecías contra Moab (Is 15.4; Jer 48.21, 34).

JAHAZIEL

Nombre de cinco hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Soldado benjamita que se unió al ejército de David en Siclag (1 Cr 1–4).
  2. Sacerdote que tocaba la trompeta delante del ARCA DEL PACTO cuando se transportaba a Jerusalén (1 Cr 6).
  3. Levita, tercer hijo de Hebrón (1 Cr 23.19; 24.23).
  4. Levita que alentó a Josafat y a su ejército a luchar contra los invasores amonitas, edomitas y moabitas (2 Cr 20.14–17).
  5. Jefe de casa paterna que regresó con Esdras de la cautividad (Esd 5).

JAHDAI

Hombre de Judá. Al parecer, de la familia de Caleb (1 Cr 2.47).

JAHDIEL

Jefe de la media tribu de Manasés que vivió en la Transjordania (1 Cr 5.24).

JAIR

Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento:

  1. Hijo de Segub (1 Cr 2.22) y descendiente de Manasés (Nm 32.41; Dt 3.14; 1 R 4.13) que tomó parte en la conquista de la Transjordania. Su heredad estuvo a este lado del Jordán, en la región de Galaad y en la provincia de Argob donde tenía muchas
  2. Uno de los jueces de Israel, galaadita, que «juzgó a Israel veintidós años» (Jue 10.3). Tuvo treinta hijos y otras tantas ciudades. Murió en Camón (Jue 10.4, 5). No hay información ni valoración de lo que hizo cuando juzgó a

En 1 Crónica 20.5 y Ester 2.5 se mencionan otros personajes que llevan este nombre.

JAIRO

(EN HEBREO, JAIR).

Padre de la niña de doce años a la que el Señor resucitó en Capernaum (una de las tres resurrecciones que Jesús realizó). Según Lc 8.41, Jairo era «principal de la sinagoga» (cf. Mt 9.18, 23; Mc 5.22). Entre los ancianos tenía la responsabilidad del orden del culto de los sábados. Pertenecía a una clase que generalmente rechazaba el ministerio de Jesús, pero la grave enfermedad de su hija le impulsó a buscar su ayuda. Aunque la niña murió mientras Jairo buscaba la ayuda de Jesús, este la volvió a la vida.

JANES Y JAMBRES

Nombres que se dan en 2 Timoteo 3.8 a los magos que se opusieron a Moisés y Aarón en Egipto (Éx 7.11s, 22). Sus nombres no se mencionan en el Antiguo Testamento, pero aparecen en la literatura judía y samaritana del período intertestamentario y en algunas obras no judías como protagonistas de una leyenda (por ejemplo, en el Documento de Damasco). Los nombres asumen la forma de «Yojané y Mamre (o Mambres)» en ciertas versiones.

Algunas tradiciones tienen a Janes y Jambres por hermanos, hijos de Balaam. Para Pablo los nombres de estos evocan metafóricamente las religiones hostiles al evangelio, ilustrado por los falsos maestros del primer siglo.

JAQUÉ

Padre de Agur, el sabio que escribió el capítulo 30 de Proverbios (Pr 30.1).

JAQUÍN

(ÉL [DIOS] ESTABLECE).

Nombre de tres personajes del Antiguo Testamento:

  1. Cuarto hijo de Simeón (Gn 46.10; Éx 6.15). No se sabe por qué en Nm 26.12 ocupa el tercer lugar entre los hijos del citado patriarca. En 1 Cr 4.24 sucede lo mismo, e incluso se le llama Jarib en vez de Jaquín; posiblemente sea un error de
  2. Sacerdote contemporáneo de David, cuyo nombre se registra en 1 Cr 9.10; 24.7. Su nombre lo escribió Semaías, escriba, en presencia del rey y de los príncipes. Era miembro de la vigesimoprimera división de sacerdotes que servían al
  3. Uno de los sacerdotes que regresaron del cautiverio a Jerusalén (Neh 10).

JAQUÍN Y BOAZ

Dos columnas erigidas por Hiram de Tiro en el pórtico del → TEMPLO de Salomón. La columna derecha era Jaquín y la izquierda Boaz (1 R 7.15–22, 41, 42). En la cabeza de estas dos columnas había un tallado en forma de lirio.

JAREB

Descripción simbólica, quizás un apodo, de un rey asirio que recibió tributo de Israel (Os 5.13; 10.6).

JARIB

Nombre de tres hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Simeón (1 Cr 4.24), también llamado (Gn 46.10; Éx 15).
  2. Jefe de casa paterna en tiempos de Esdras (Esd 15–20).
  3. Sacerdote que se divorció de su esposa pagana después de la cautividad (Esd 18).

JARMUT

Nombre de dos ciudades.

  1. Ciudad levítica de Isacar (Jos 21.29), también llamada Ramet y Ramot en Jos 19.21; 1 Cr 73.
  2. Ciudad de los cananeos, cuyo rey se unió a una liga de cinco reyes en contra de Josué (Jos 10.3–5). Lo derrotaron en Gabaón y lo mataron en Maceda (Jos 23).

Jarmut se identifica con la moderna Khirbet Yarmuk, ubicada 25 km al sudoeste de Jerusalén.

JASÉN

Padre de varios de los valientes de David (2 S 23.32). Al parecer es el mismo que en 1 Cr 11.34 se le llama Hasem.

JASER, LIBRO DE

Obra citada dos veces en el Antiguo Testamento (Jos 10.13; 2 S 1.17, 18). Parece haber sido una colección de cantos nacionales, histórico-épicos. Sus personajes principales son los héroes de la teocracia y sus temas, las hazañas históricas de estos. El original hebreo del libro desapareció y el que se publicó en el siglo XVIII no debe considerarse auténtico.

JASOBEAM

Nombre de dos militares durante el tiempo de David.

  1. Uno de los valientes de David, que en una batalla hirió a 300 enemigos (1 Cr 11.11). Fue capitán de «la primera división del primer mes», según el orden de las divisiones que servían al rey (1 Cr 27.2). Aunque el texto presenta dificultades, el Adino de 2 S 23.8, que hirió a ochocientos, parece ser el mismo
  2. Uno de los guerreros benjamitas que se unieron con David en Siclag (1 Cr 12.6).

JASÓN

(EN GRIEGO, PORTADOR DE SALUD).

Dos personajes del Nuevo Testamento.

  1. Judío de Tesalónica, convertido en la primera visita que Pablo hizo a aquel lugar (Hch 1– 10). Hospedó a Pablo y a Silas y, como consecuencia, cuando los judíos crearon un alboroto, llevaron a Jasón y algunos otros cristianos ante los magistrados. Los acusados quedaron en libertad después de pagar una fianza.
  2. Judío cristiano que se hallaba con Pablo en Corinto y saludó a los romanos (Ro 16.21). Probablemente puede identificársele con el

JASPE

Piedra preciosa (Éx 28.20; 39.13; Ez 28.13; «ónice» en la Septuaginta; Ap 4.3), variedad del cuarzo, de color, café, amarillo, verde o gris, siempre opaca. El jaspe mencionado en Ap 21.11, 18s parece ser una modalidad del jaspe verde o de la calcedonia.

JASUB

Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Isacar y padre de los jasubitas (Nm 26.24). También se le llama Job en Génesis 13.
  2. Hijo de Bani que se había casado con extranjera (Esd 10.29).

JAVÁN

Hijo de Jafet y padre de Elisa, Tarsis, Quitim y Dodanim (Gn 10.2, 4). El nombre Javán corresponde etimológicamente a Jonia, y se utiliza en el Antiguo Testamento para referirse no solo a esa región, sino a toda Grecia. Por esa razón algunas versiones traducen «Grecia» en vez de Javán (por ejemplo, Dn 8.21; Zac 9.13).

JAZER

Ciudad de los amorreos conquistada por Israel (Nm 21.32) y asignada a la tribu de Gad (Nm 32.1, 3, 35). Más tarde se constituyó una ciudad levítica para los hijos de Merari (Jos 21.39). Se menciona en el censo de David (2 S 24.5), y de ella vinieron algunos de los «varones fuertes y vigorosos» de David (1 Cr 26.31). Los profetas pronunciaron juicio contra ella como ciudad de Moab (Is 16.8, 9; Jer 48.32).

JEBÚS

Nombre de Jerusalén cuando era la ciudad principal de los jebuseos (Jos 18.28; Jue 19.10, 11; 1 Cr 11.4, 5), aunque desde tiempos antiguos la llamaron Usuralim, como muestran las tablas de EL AMARNA, 1400 a.C. (Salem; Gn 14.18; JERUSALÉN). «El jebuseo» (siempre en singular en el hebreo) descendía del tercer hijo de Canaán entre los heteos y los amorreos (Nm 13.29; Jos 11.3; 15.8; 18.16).

En el tiempo de la conquista, Adonisedec, rey de Jebús, encabezó una confederación contra Gabaón, pero Josué lo derrotó (Jos 10.1ss). Aunque los de Judá quemaron Jebús, los jebuseos volvieron a convertirla en fortaleza (en la colina oriental) y permaneció como tal hasta el tiempo de David (2 S 5.6–9; 1 Cr 11.4–8); este compró la era de Arauna, rey jebuseo (2 S 24.16, 18, 23, 24).

Aunque Jebús fue conquistada, sus habitantes continuaron viviendo en ella. Más tarde se hicieron siervos de Salomón (1 R 9.20, 21). Todavía algunos vivían allí después del cautiverio (Esd 9.1, 2; Zac 9.7; Neh 7.57).

JEDAÍAS

Nombre de siete hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Simri (1 Cr 4.37).
  2. Sacerdote en Jerusalén (1 Cr 9.10; 7).
  3. Sacerdote cuyos descendientes regresaron de la cautividad (Neh 39).
  4. Israelita que ayudó en la reconstrucción de los muros de Jerusalén (Neh 10).
  5. Sacerdote que regresó de la cautividad con Zorobabel (Neh 11.10).
  6. Otro sacerdote que volvió de la cautividad con Zorobabel (Neh 12.7, 21).
  7. Uno de los cautivos que regresaron con oro y plata de Babilonia para el templo de Jerusalén (Zac 6.10, 14).

JEDIDÍAS

(AMADO DE DIOS).

Nombre que el profeta Natán le dio a Salomón al nacer (2 S 12.25), como un testimonio de la constante gracia de Dios.

JEDUTÚN

Levita, descendiente de Merari, y uno de los directores de música en el tabernáculo durante el reinado de David (1 Cr 25.1). Fue padre de una familia de músicos (1 Cr 25.3, 6) que «profetizaban con arpa, para aclamar y alabar a Jehová» y «con címbalos y salterios… para el ministerio del templo». Jedutún o sus hijos tuvieron algo que ver con los salmos 39, 62 y 77, de acuerdo con los títulos de estos; quizás con la música.

Aparentemente a Jedutún también lo llamaban ETÁN (1 Cr 15.17; cf. 25.1).

JEFE

Ver. CAPITÁN.

JEFTÉ

Noveno juez de Israel (Jue 12.7), hijo de GALAAD y una concubina (Jue 11.1). Rechazado por los hijos legítimos de Galaad, Jefté huyó a la tierra de → TOB donde reunió una banda. Habiendo sido atacados por los amonitas, los israelitas fueron a pedirle que los comandara en la lucha. Jefté aceptó con la condición de que se le mantuviera como caudillo si derrotaba a Amón (11.7–11). Bajo Jefté los israelitas ganaron la victoria.

Antes de la batalla, Jefté había hecho el VOTO de sacrificar al primero de su casa que saliera a recibirle al regresar (11.30, 31). Grande fue su tristeza cuando su hija única salió a recibirle con panderos y danzas (11.34). Hay diferencia de opiniones respecto de si Jefté realmente cumplió su voto o no, pero el relato bíblico parece indicar que sí lo cumplió. De igual manera, no es unánime la comprensión de la naturaleza del voto. Cuando su hija volvió después de haber «llorado su virginidad» por dos meses con sus compañeras, Jefté «hizo de ella conforme al voto que había hecho» (11.39). Sin embargo, la Escritura no dice si Dios aprobó o no tal sacrificio.

Los efrateos, encolerizados porque los excluyeron del triunfo sobre Amón, amenazaron de muerte a Jefté. Este los derrotó, y a los que procuraban escapar huyendo por los lados del Jordán, los de Galaad los identificaban obligándolos a decir Shibolet, palabra cuya pronunciación correcta les resultaba casi imposible a los efrateos (Jue 12.1–6).

Jefté juzgó a Israel por seis años y lo sepultaron «en una de las ciudades de Galaad» (Jue 12.7).

JEHIEL

Nombre de diez u once hombres del Antiguo Testamento.

  1. Levita que ayudó a David a transportar el ARCA DEL PACTO a Jerusalén (1 Cr 15.18, 20; 16.5).
  2. Levita de la familia de Gersón. Jehiel supervisó el tesoro del templo (1 Cr 23.8; 8).
  3. Compañero de los hijos de David (1 Cr 32).
  4. Hijo del rey Josafat (2 Cr 2).
  5. Hijo de Hemán, cantor en los tiempos del rey Ezequías de Judá (2 Cr 29.14).
  6. Levita en tiempos de Ezequías y uno de los mayordomos en el templo (2 Cr 31.13).
  7. Oficial de la casa de Dios durante la reforma del rey Josías (2 Cr 8).
  8. Padre de Obadías (Esd 9).
  9. Padre de Secanías (Esd 2).
  10. Sacerdote que se divorció de su esposa pagana después de la cautividad (Esd 21).
  11. Hombre de la familia de Elam que se divorció de su esposa pagana después de la cautividad (Esd 10.26). Quizás sea el mismo Jehiel del No.

JEHOVÁ

Forma en que ha llegado hasta nosotros el nombre propio que los israelitas dieron a Dios. Por reverencia y para no pronunciar el sagrado nombre, los israelitas leían Adonaí (SEÑOR) o Elohim (DIOS) donde figuraba el nombre de Jehová. Como las vocales del nombre «Jehová» no se escribían, se perdió la pronunciación propia, y poco a poco se sustituyeron por las vocales de Adonaí (a/e-o-a). Así se acuñó la ortografía JeHoVaH, que quedó establecida desde el siglo VI d.C. Hay fundamentos para concluir que la pronunciación original haya sido Yahveh, como escriben algunas traducciones modernas (BC, NC, Str, BJ).

La palabra Jehová deriva probablemente de la raíz hwh o hyh (ser). Se ha traducido como «el que es», haciendo referencia a la eternidad y autonomía del ser de Dios, o «el que da el ser», aludiendo a su calidad de creador. Pero más exactamente debe entenderse como «el que está (presente)», que coincide mejor con la idea bíblica del Dios vivo, que se manifiesta sensiblemente cómo y cuándo lo desea. Esta interpretación coincide, además, con el pasaje de Éx 3.11–15, en el que Dios declara su nombre a Moisés como «Yo Soy» (o «seré» o, según sugerimos: «Yo estoy [o “estaré”] presente»).

Tal vez Éx 6.3 no debe interpretarse en el sentido de que Israel desconocía el nombre de Jehová hasta entonces (lo cual no cuadraría con Génesis 15.7 y 28.13), sino como que todavía no se había revelado su verdadero significado y poder. Dios no se manifiesta aquí como un  Dios nuevo o extraño, sino como «Jehová, el Dios de vuestros padres» (Éx 3.15). También se ha especulado sobre si Jehová sería una variante ampliada de formas más breves como JAH (Gn 15.2; Sal 68.4, etc.), Hallelu-jah, de donde deriva nuestro «aleluya» (alabad a Jah) o Jahu (aparece en nombres compuestos como Jesha-Jahu que significa Isaías, Jehová salva). Pero también es posible que estas sean abreviaciones de Jehová.

El término «Jehová de los ejércitos» (Jehová Tsebaoth) figura 279 veces en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas. Se han propuesto tres interpretaciones para la expresión «los ejércitos»:

  1. Los ejércitos de Israel (1 S 17.45; 2 S 2).
  2. Los ejércitos de estrellas, las huestes de los cielos (Jue 20).
  3. Las legiones de ángeles y espíritus (Gn 32.1, 2).

En vista de pasajes como 1 S 17.45 muchos se inclinan a creer que la primera alternativa es  la más antigua y que las otras fueron aplicaciones del significado del término.

Otras combinaciones del nombre Jehová ayudan a comprender la doctrina bíblica de Dios: Jehová-melek (Jehová es rey, Is 6.5 y numerosos salmos): Afirma la soberanía y el poder de Dios y la total dependencia de su protección. Jehová-nisi (Jehová mi bandera, Éx 17.15; cf. Sal 60.4; Is 11.10): Indica que Jehová es la señal de victoria, el poder o el refugio (Septuaginta) de su pueblo en los conflictos.

Jehová-salom (Jehová es paz, Jue 6.24).

Jehová-tsidqenu (Jehová justicia nuestra, Jer 23.6; 33.16).

Todos estos términos señalan a Dios por la actividad redentora y restauradora que lo caracteriza en la relación con su pueblo.

En el griego de la Septuaginta, Jehová se traduce por Kyrios (Señor), término que el Nuevo Testamento adopta generalmente al citar el Antiguo Testamento. Es por eso tanto más significativo que el Nuevo Testamento adscriba a Jesucristo este título en pasajes en que el Antiguo Testamento se refiere a Jehová.

JEHÚ

Nombre de cinco personas del Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Josafat, hijo de Nimsi, y décimo rey de Israel (842–815 a.C.). Durante el reinado de Acab, Jehú fue instrumento de juicio divino sobre la nación. Era comandante del ejército de Joram (hijo de Acab), cuando Eliseo envió a uno de los hijos de los profetas para ungirlo como rey con el mandato de aniquilar la casa de Acab (2 R 1–13).

Al llegar a Jezreel, Jehú mató a Joram y a Ocozías, rey de Judá. También mandó echar a  Jezabel desde una ventana, y esta murió como lo profetizó Elías (2 R 9.14–37).

Exterminó la casa de Acab como Dios le ordenó, pero su celo fue excesivo al matar a todos los siervos de Baal (2 R 10.18–28; Os 1.4).

El celo de Jehú fue más por sí mismo que por Jehová. Continuó el culto a los becerros de oro y, como consecuencia Hazael, rey de Siria, invadió a Israel (2 R 10.31–36).

Cierto obelisco negro indica que Jehú pagó tributo a Salmanasar de Asiria para que lo apoyara contra Hazael. La dinastía de Jehú duró cuatro generaciones.

  1. Descendiente del patriarca Judá (1 Cr 38).
  2. Benjamita de Anatot que se unió a David en Siclag (1 Cr 12.3).
  3. Profeta, hijo del vidente Hanani. Pronunció juicio sobre Baasa y treinta años después sobre Josafat (1 R 16.1–4; 2 Cr 19.2; 34).
  4. Distinguido simeonita durante el reinado de Ezequías (1 Cr 35).

JEMIMA

Primera de las tres hijas de Job que le nacieron después de la serie de sufrimientos que padeció y luego de que se le restaurara su prosperidad (Job 42.14).

JERA

Tercero de los trece hijos de Joctán (Gn 10.26; 1 Cr 1.20). Su nombre se escribe igual que la palabra hebrea que significa mes (yerah). Posiblemente algunos de los descendientes de Jera se establecieron en el sur de Arabia.

JERAMEEL

(DIOS ES COMPASIVO).

Nombre de tres hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Progenitor de una tribu de Neguev en el sur de Palestina, relacionada con los calebitas y cerca de los ceneos (1 S 27.10; 30.29). Algunos conjeturan que los jerameelitas eran una tribu ajena que más tarde se incorporó a la tribu de Judá. Su genealogía (¿adoptiva?) se encuentra en 1 Cr 2.9, 25–27, 33,
  2. Levita, hijo Cis (1 Cr 29).
  3. Oficial bajo Joacim, contemporáneo de Jeremías (Jer 26).

JEREMÍAS

(JEHOVÁ ELEVA O JEHOVÁ LANZA).

Nombre de siete personajes bíblicos, de los cuales el más importante es el profeta. Los otros seis se mencionan en 2 R 24.18; 1 Cr 5.24; 12.4, 10, 13; Neh. 10.2; 12.1, 34; Jer 35.3.

El profeta Jeremías, uno de los profetas mayores, ejerció su ministerio durante la decadencia y caída del reino del sur, Judá. Profetizó durante el reinado de los últimos cinco reyes de Judá.

Natural de Anatot, población al norte de Jerusalén (Jer 1.1–2), el Señor lo llamó a su servicio allá por el año 627 a.C., en el decimotercer año del reinado de Josías.

Seguramente era muy joven, pues su labor duró como cuarenta años, hasta la destrucción de Jerusalén en el año 586 a.C.

El llamamiento de Jeremías es uno de los pasajes más instructivos de su libro. Dios le dijo que desde antes de nacer lo había dado por profeta a las naciones (Jer 1.5). El joven se excusó diciendo que era casi un niño (Jer 1.6), pero Dios le respondió que no lo llamaba ni por su edad ni por sus capacidades sino porque lo había escogido. El Señor entonces lo tocó en la boca (Jer 1.9). Desde ese momento, las palabras del profeta fueron palabras de Dios.

Dada la naturaleza negativa del ministerio de Jeremías, en su libro abundan los mensajes de castigo. Desde el mismo principio fue un mensajero de condenación. Hasta se le prohibió casarse para que pudiera dedicarse de lleno a la tarea de anunciar los juicios de Dios (Jer 16.1– 13). No podía experimentar felicidad, porque todo lo opacaba el conocimiento de que Dios estaba a punto de acabar con la ciudad santa y sacar de su tierra al Pueblo del Pacto.

A Jeremías a menudo se le llama «el profeta llorón», pues lloraba mucho por los pecados de su pueblo (Jer 9.1) y lo infructuosa que era su labor. Con el correr de los años y la demora en cumplirse sus profecías, el profeta se quejó amargamente: «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí» (Jer 20.7). Por mucho que a veces lo deseaba, no podía dejar de proclamar el mensaje de Dios porque «había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos» (Jer 20.9)

Tal como lo anunció tantas veces, Judá recibió castigo por sus pecados y desobediencia. En 586 a.C. Jerusalén cayó y fue destruida, y sus principales ciudadanos fueron deportados a Babilonia. El profeta permaneció en Jerusalén, ya gobernada por un funcionario nombrado por Babilonia.

Más tarde se marchó a Egipto, donde continuó su ministerio (Jer 43–44). Pero no se sabe nada de lo que sucedió durante esos años. (LIBRO DE JEREMÍAS)

LIBRO DE JEREMÍAS: Libro del Antiguo Testamento que se clasifica entre los profetas mayores y que lleva el nombre de su autor, el profeta JEREMÍAS, quien ejerció su ministerio en Judá.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

Jeremías tiene 52 capítulos, lo que lo hace uno de los libros más grandes de la Biblia. Básicamente, la primera mitad (caps. 1–25) contiene las profecías de Jeremías en cuanto al castigo que en breve enviará Dios contra Judá por causa de su pecado e idolatría. La segunda mitad (caps. 26–52) contiene algunas profecías, pero el principal énfasis es en Jeremías y sus conflictos con los reyes que gobernaron Judá durante su ministerio.

También incluye cerca del final del libro un informe sobre la caída de Jerusalén y los últimos días de Judá como nación (caps. 39–41; 52), además de mencionar la huida a Egipto con otros ciudadanos después de la caída (caps. 42–44).

Por lo que respecta al orden cronológico de sus varias predicciones, el libro de Jeremías es sumamente difícil de ordenar. Aproximadamente la mitad del libro es poesía que consiste en oráculos sobre la calamidad que se avecina, y los lamentos del profeta por ser portador de malas nuevas. Las secciones en prosa, por otra parte, son pasajes narrativos, principalmente de tipo biográfico, aunque también aparecen en ellos algunos discursos proféticos.

El TEXTO MASORÉTICO de Jeremías es mucho más largo que el de la SEPTUAGINTA. Esta omite como la octava parte del contenido que aparece en el texto masorético; a veces omite palabras aisladas, pero en ocasiones omite frases, oraciones y hasta pasajes extensos (por ejemplo, 33.14–26; 39.44–13; 51.44b–49a; y 52.27b–30). También hay variantes en cuanto al orden del material. Merece especial atención la posición relativa de los oráculos contra las naciones. En el texto masorético estos aparecen al final del libro, mientras que en la Septuaginta se han intercalado entre 25.13 y 25.15, y se omite por completo el v. 14.

No hay al presente consenso respecto a la razón de estas divergencias. Unos opinan que tienen su origen en ediciones sucesivas de las obras debidas al propio Jeremías; otros, que el traductor omitió algunos pasajes, especialmente cuando estos estaban repetidos en el original hebreo; otros, que los materiales adicionales que aparecen en el texto masorético son glosas secundarias; todavía otros, que la Septuaginta es traducción de otro texto distinto del texto masorético. Estas opiniones y otras por el estilo manifiestan que en el estado actual de la investigación no tenemos evidencia que nos permita hallar una solución.

JEREMÍAS: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza

PRIMERA PARTE: El llamado de Jeremías (1.1–19)

SEGUNDA PARTE: Las profecías a Judá (2.1 —45.5)

TERCERA PARTE: Las profecías a los gentiles (46.1 — 51.64)

CUARTA PARTE: La caída de Jerusalén (52.1–34)

AUTOR Y FECHA

La historia del profeta Jeremías cubre un lapso de casi cincuenta años, desde su llamado en 627 a.C. (1.1; 25.3, «el año trece de Josías») hasta sus oráculos en Egipto poco después de la tercera deportación a Babilonia en 582 a.C. (43.8–13; 44).

Jeremías es el profeta de cuya vida e intimidad más se conoce. Era hijo del sacerdote Hilcías y descendiente de Abiatar (cf. 1 R 2.26), quien a su vez era descendiente de Elí, el sacerdote de Silo en tiempos premonárquicos. Su llamado, a temprana edad (1.4–10), confirma en él una profunda vocación.

Con él, la conciencia profética alcanzó su nivel más alto, y se expresó como un constante estar «en la presencia de Dios». Con un temperamento profundamente emotivo como el suyo, y en las condiciones trágicas de su pueblo, la comunión con Dios es una lucha. Jeremías es tierno y sensible por naturaleza, pero su vocación profética lo obliga a una constante denuncia de la desobediencia, idolatría y rebeldía de su pueblo. Declara la destrucción de Judá frente a la fallida reforma deuteronómica bajo Josías. La agonía del ministerio del profeta se refleja en varios pasajes autobiográficos (8.18, 21; 9.1; 15.10; 20.14–18). (JEREMÍAS.)

MARCO HISTÓRICO

Jeremías profetizó bajo cinco reyes, principalmente en Jerusalén, comenzando con JOSÍAS (640–609 a.C.), quien a partir de 627 repudió la política de sumisión a Asiria introducida por su abuelo MANASÉS (687–642 a.C.). Seis años después, a raíz del descubrimiento del LIBRO DE LA LEY durante las reparaciones del Templo de Jerusalén, Josías lanzó la REFORMA DEUTERONÓMICA (612 a.C.), que resultó en la purificación del culto y el repudio de las costumbres cananeas (2 R 23). Al principio Jeremías apoyó la reforma (11.1–8), pero la hipocresía de los líderes religiosos y del pueblo le llevó a repudiarla (8.8–12), y a anunciar finalmente el advenimiento de un Nuevo Pacto basado en una ley escrita no en un libro, sino el corazón del pueblo (31.31–34).

Al morir Josías en la batalla de MEGUIDO , le sucedió su hijo JOACAZ , también llamado Salum (22.11), quien reinó apenas tres meses hasta que le depuso el faraón NECAO II (2 R 23.31–33). Este puso en el trono a otro hijo de Josías, Eliaquim (también llamado JOACIM, 2 R 23.34; 2 Cr 36.3, 5).

Durante el reinado de Joacim (607–597 a.C.), NABUCODONOSOR, príncipe heredero de Babilonia, derrotó a Egipto en la batalla de CARQUEMIS (605 a.C., cf. Jer 46). Ese mismo año ascendió al trono, y dominó prontamente toda la región (25.15ss), inclusive la ciudad filistea de ASCALÓN (47.5–7; Sof 2.4–7), que capturó en 604 a.C. Por tres años Judá pagó tributo a Babilonia, pero cuando Nabucodonosor fracasó en su intento de invadir Egipto en 601 y las tropas babilónicas regresaron a Mesopotamia, Joacim creyó que era el momento oportuno para revelarse contra el Imperio y se negó a pagar tributo (2 R 24.1). Tres años después Nabucodonosor, habiendo restaurado su ejército, marchó a Judá para poner fin a la rebeldía.

Jerusalén cayó el 16 de marzo de 597. Para entonces ya Joacim había muerto (22.18; 2 R 24.1) y le había sucedido su hijo JOAQUÍN (también llamado Conías, 22.24 o Jeconías, 24.1), un joven de dieciocho años que solo reinó tres meses (2 R 24.8), aunque según 2 Crónicas 36.9 tenía  ocho años y reinó tres meses y diez días. Joaquín tuvo que rendirse y fue llevado cautivo a Babilonia junto con la reina madre, el harén, los cortesanos, la aristocracia, el ejército y la artesanía. Nabucodonosor saqueó tanto el templo como el palacio real y se llevó el botín a Babilonia (2 R 24.10–16).

En lugar de Joaquín, Nabucodonosor colocó en el trono de Judá a Matanías, el hijo menor de Josías, hermano de Joacaz y medio hermano de Josías, a quien se puso por nombre → SEDEQUÍAS, y quien gobernó por once años del 597 al 587 a.C. (37.1; 2 R 24.17s). Durante su gobierno se dividió la opinión popular. Unos, como los profetas Hananías Ben Azur, favorecían al rey cautivo. Otros, como Jeremías, rechazaban a Joaquín y aconsejaban someterse a Babilonia (22.24–30). A lo largo de su reinado, Sedequías vaciló entre ambas posiciones, situación que se agravó porque el cuerpo diplomático y los oficiales del gobierno habían sido llevados al cautiverio.

Cuando en 591 Sedequías dejó de pagar tributo a Babilonia, los ejércitos de Babilonia pusieron sitio a Jerusalén. El asedio duró dos años. En julio de 587 los caldeos abrieron brecha en los muros e irrumpieron en la ciudad. Sedequías fue capturado mientras trataba de escapar. Lo llevaron prisionero al cuartel general de Nabucodonosor, quien pasó sentencia sobre el infortunado monarca: degollar a sus hijos en su presencia, sacarle los ojos y llevarlo encadenado a Babilonia, donde murió (2 R 25.1–7).

Al mes siguiente, en agosto de 587, por órdenes de Nabucodonosor, los caldeos quemaron Jerusalén, incluso el templo y el palacio real, y arrasaron los muros de la ciudad. A los que habían sobrevivido el sitio y la conquista se los llevaron a Babilonia (2 R 25.18–11), con excepción de los líderes religiosos, militares y civiles, a quienes ejecutaron por órdenes de Nabucodonosor (2 R 25.18–21). Solamente quedaron en Jerusalén «los pobres de la tierra», a quienes se les distribuyeron las tierras (2 R 25.12; Ez 11.15). Nabucodonosor nombró a GEDALÍAS Ben Ahicam Ben Safán (sobre la tierra), pero no se sabe cuál era su título oficial (40.7; 2 R 25.22). RVR le llamaba gobernador, pero esta designación no tiene base en el texto hebreo.

El monarca babilonio trató bondadosamente a Jeremías, pero el profeta rehusó la oferta de ir a Babilonia. Prefirió quedarse con los que permanecieron en Judá bajo el gobernador Gedalías (40.1–6). Poco tiempo después, Ismael Ben Netanías Ben Elisama, un descendiente de David, pero no de la línea de los reyes de Judá, encabezó un pequeño grupo de conspiradores quienes tras de cenar con Gedalías lo asesinaron así como a la guarnición caldea que le servía (40.13– 41.9). Entonces, temerosos de las represalias de Nabucodonosor, muchos de los judíos que quedaban en Judá huyeron a Egipto, donde hallaron refugio entre los judíos que desde hacía mucho tiempo vivían en las riberas del Nilo (43.4–7).

No tardó Judá en sentir el furor de la ira de Nabucodonosor. En 582 un tercer grupo de judíos fue deportado a Babilonia. Jeremías estuvo entre los que huyeron a Egipto tras el asesinato de Gedalías (42.1– 43.7). Allí se pierde su historia. Lo último que sabemos de él es que ministraba a los refugiados, anunciaba que Egipto caería (43.8–13) y reprendía a su pueblo por su persistencia en la idolatría (44.1).

APORTE A LA TEOLOGÍA

El mayor aporte teológico de Jeremías fue su concepto del nuevo PACTO (31.31–34). Era necesario un nuevo pacto entre Dios y su pueblo porque este último había violado el anterior. Se necesitaba un pacto nuevo, un pacto de gracia y perdón escrito en el corazón humano, más que un pacto legal grabado en piedra.

Jeremías veía en lontananza el amanecer de una era de gracia en la persona de Jesucristo. Desde ese día «no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (31.34). Tan importante es Jeremías 31.31–34 en la teología bíblica que es el pasaje más largo del Antiguo Testamento que se cita en el Nuevo Testamento (Heb 8.8–12).

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Jeremías fue un maestro en el arte de utilizar figuras de dicción y lecciones objetivas para hacerse entender. En una ocasión se puso un yugo en el cuello para decir al pueblo de Judá que debían someterse a la inevitable dominación babilónica pagana (27.1–12).

Observó a un alfarero rehacer una vasija que se le había dañado y convertirla en una pieza perfecta. Aplicó esta lección a Judá, nación que necesitaba someterse a la voluntad del Divino Alfarero mientras tuviera tiempo de hacerlo, para evitar que Dios la castigara (18.1–11).

Pero quizás la más singular lección objetiva que les dio fue comprar una heredad en Anatot, como cinco kilómetros al nordeste de Jerusalén. Sabía que esa heredad no valdría nada cuando los babilonios se apoderaran de Jerusalén. Con la compra expresaba su esperanza futura. Un día Dios restauraría la nación y volverían a adorar en el templo.

Dios le pidió al profeta que pusiera la carta de venta en una vasija de barro para que se conservara, pues un día volverían a comprarse casas, heredades y viñas en aquella tierra (32.15). (JEREMÍAS)

JEREMÍAS, CARTA DE

Ver. LIBROS APÓCRIFOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO,

JEREMOT

Nombre de ocho hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Bequer, de la tribu de Benjamín (1 Cr 8).
  2. Hijo de Bería, de la tribu de Benjamín (1 Cr 8.14). Quizás sea la misma persona llamada Jeroham en 1 Cr 27.
  3. Levita de la familia de Merari y casa de Musi (1 Cr 23.23), también llamado Jerimot (1 Cr 30).
  4. Descendiente de Hemán. Fue el jefe del decimoquinto turno de músicos durante el reinado de David (1 Cr 22).

 

  1. Hijo de Azriel y jefe de la tribu de Neftalí durante el reinado de David (1 Cr 19).

6, 7, 8. Tres judíos que, después de la cautividad, se divorciaron de sus esposas paganas (Esd 10.26, 27, 29). En Esdras 10.29 se le dice Ramot en lugar de Jeremot.

JERICÓ

(EN HEBREO, CIUDAD DE LA LUNA).

Ciudad situada en una llanura fértil, 250 m bajo el nivel del mar y 7 km al oeste del Jordán, quizás la más antigua del mundo. La han destruido varias veces y edificado de nuevo.

Aunque los episodios bíblicos en que aparece Jericó son pocos, son importantes; no se menciona en fuentes extrabíblicas antiguas, de modo que es necesario depender mucho de los arqueólogos para obtener información.

La ciudad ya existía antes del año 5000 a.C., en tiempos prehistóricos, y cuando más tarde la destruyeron, sobre sus ruinas se construyó ca. 2500 a.C. una nueva ciudad que los arqueólogos han llamado la ciudad A, para distinguir los diferentes estratos. A esta siguió en los 2000–1800 a.C. (Edad de Bronce) la ciudad B, que luego (1800–1750) conquistaran los hicsos, quienes la fortificaron y la agrandaron. Esta fue la ciudad C, la que no obstante, sucumbió en 1550 a.C. frente a los embates de un enemigo, probablemente un faraón de Egipto.

Cuarenta años más tarde se comenzó la reconstrucción y se estableció la ciudad D, que los arqueólogos la han considerado como la Jericó de Jos 6. Sin embargo, las conclusiones referentes al tiempo de la destrucción por Josué no concuerdan entre sí. La fecha de esta hazaña que describe la Biblia es en realidad una de las más discutidas.

Watzinger y Sellin, cuyas excavaciones datan de 1907–1909, fecharon la conquista de esta ciudad D en el año 1600 a.C., afirmando que en el tiempo de la invasión israelita Jericó era un montón de ruinas. Según la opinión de Garstang, que en 1930 continuó las excavaciones, la destrucción de Jericó debe haberse producido entre 1400–1375 a.C. En 1952–1957 las nuevas investigaciones realizadas por Kathleen Kenyon parecen confirmar que Jericó era muy pequeña en los siglos XIV y XIII a.C.

No obstante la maldición de Josué (Jos 6.26), Jericó, conocida como «la ciudad de las palmeras», todavía estaba habitada en el tiempo de los jueces y Eglón, rey de los moabitas, la conquistó (Jue 3.13). También en el tiempo de David existía allí una pequeña población (2 S 10.5), aunque ya no era más que un centro de comercio para las caravanas. Durante el reinado de Acab (874–854 a.C.), Hiel de Bet-el emprendió una nueva fundación de la ciudad y continuó con la obra aunque al echar el cimiento perdió a su primogénito y, al poner las puertas, a su hijo menor (1 R 16.34; cf. Jos 6.26).

En tiempos de Elías y de Eliseo, Jericó era un centro de actividad profética (2 R 2.5); y en la época macabea fue de nuevo fortificada por Báquides.

Cuando en el siglo I a.C. Herodes el Grande levantó a 2 km más al sudeste de las colinas → TELL ES-SULTÁN (niveles A-F) la nueva ciudad, y la embelleció con palacios, teatros, hipódromos, parques y acueductos, la llanura de Jericó ya era famosa por sus palmeras de dátiles, sus productos de miel, aceite y especias aromáticas. Gracias a su clima benigno en invierno, Herodes eligió este valle para su residencia invernal.

De las repetidas visitas que sin duda Jesús hizo a esta ciudad de renombre mundial, los evangelistas registran especialmente el encuentro con el publicano ZAQUEO (Lc 19.1–10) y la curación del ciego BARTIMEO (Mc 10.46–52).

Los arqueólogos han excavado a Jericó en varias ocasiones. La primera excavación grande la realizó una expedición conjunta austro-alemana bajo la dirección de Ernesto Sellín y Carl Watzinger en 1907–1909 y otra vez en 1911. El británico John Garstang excavó también de 1930 a 1936 y creyó hallar evidencia de la destrucción de Jericó tras el ataque de Josué. Sin embargo, la también británica Kathleen Kenyon (1952–58), quien uso los métodos más avanzados de su época, halló evidencias que parecen contradecir las opiniones de Garstang. Sus hallazgos parecen indicar que quedó muy poco de la ciudad que conoció Josué. Pero quizás el hallazgo más espectacular de la Kenyon fue un sistema de defensa que incluye una torre construida allá por el 7000 a.C.

JERJES

Ver. ASUERO.

JEROBAAL

Ver. GEDEÓN.

JEROBOAM

(EL PUEBLO AUMENTA).

Nombre de dos reyes del reino del norte de Israel.

  1. Primer rey de Israel después de la separación de Judá (931–910 a.C.). Era efrateo, hijo de Nabat y la viuda Zerúa. Se destacó en la construcción de MILO y llegó a ser superintendente de la obra. Se rebeló contra Salomón por las injusticias y la opresión económica y tuvo que huir a

Camino a Jerusalén el profeta Ahías le reveló que Dios le quitaría diez tribus a Salomón por su pecado y se las entregaría a él (1 R 11.29–35). Una vez que muere Salomón, regresa de Egipto y estuvo entre los que pidieron a Roboam que aliviara las cargas que su padre impuso. Cuando Roboam rechazó la petición, las diez tribus se rebelaron y proclamaron a Jeroboam rey en Siquem (1 R 12.12–20). Solamente Judá permaneció con «la casa de David» (1 R 12.20).

Jeroboam fue agente del juicio de Jehová contra Judá, pero fue presa de la ambición personal. Tuvo éxito en la revolución, pero su fracaso en el establecimiento de una dinastía, señala que dependía más de su personalidad que de principios.

Los dos pueblos que surgieron de la división a menudo estaban en guerra entre sí. Tal fue el odio que surgió entre ambos que la nación del norte no tenía acceso al templo y su culto. Por tanto, para que el pueblo no regresara a Judá por razones religiosas, Jeroboam hizo → BECERROS de oro y los colocó en Dan y Bet-el. Estos becerros, hechos como símbolos de la presencia y poder de Jehová, llegaron a ser ídolos en la mente del pueblo.

Para mantener la religión independiente de Jerusalén, Jeroboam nombró sacerdotes que no eran de la tribu de Leví. Así Jeroboam «hizo pecar a Israel» y aun otros reyes anduvieron en «el pecado de Jeroboam». Por haber imitado a los pueblos fronterizos en sus prácticas idolátricas, Jeroboam fue amonestado (1 R 13.1, 2; 14.7–12).

  1. Jeroboam II. Decimotercer rey de Israel, hijo y sucesor de Joás (ca. 793–753). Aprovechó las victorias de su padre, el estado débil de Siria y la preocupación de Asiria con Armenia, y extendió las fronteras del reino hasta Hamat y Damasco. Así cumplió la profecía de JONÁS (2 R 23–29).

El hecho de que los israelitas cobraran tributo, en vez de pagarlo como antes, trajo gran prosperidad a la nación. Pronto se dieron los extremos de lujo y de pobreza. Los ritos en los santuarios de los becerros de oro ocuparon el lugar de la justicia y la misericordia. El pueblo confiaba en su éxito material y se olvidaba de Dios. Por todos estos pecados Amós profetizó contra los poderosos que vivían en las ciudades y en particular contra los gobernantes (Am 2.6, 7; 5.21–24; 6.1–8; 7.10–17).

JEROHAM

Nombre de varios hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Levita, abuelo del profeta Samuel (1 S 1).
  2. Benjamita jefe de familia (1 Cr 8.27).
  3. Benjamita (1 Cr 9.8). Quizás sea el mismo del No.
  4. Sacerdote de Jerusalén (1 Cr 9.12).
  5. Benjamita de Gedor (1 Cr 7).
  6. Padre de Azareel (1 Cr 22).
  7. Padre de Azarías (2 Cr 1).
  8. Padre del sacerdote Adaías (Neh 11.12). Quizás sea la misma persona del No.

JERUSALÉN

Ciudad principal de la Tierra Santa, sagrada para cristianos, judíos y mahometanos. Aunque su importancia en la historia de Israel data desde el tiempo de David (ca. 1000 a.C.), Jerusalén existió desde muchos siglos antes, pues se menciona en los textos egipcios del siglo XIX a.C. En ella Abraham dio los diezmos a Melquisedec (Gn 14.18–20) y allí pasó la gran prueba de su fe (Gn 22; 2 Cr 3.1).

NOMBRES

Jerusalén ha tenido varios nombres durante su larga historia. El más antiguo que se conoce es «Urushalim», que significa «fundación de Shalem». Shalem era el dios de la paz y la prosperidad para los amorreos. Esta relación con los amorreos se refleja en Ez 16.3, además de que las consonantes de Shalem componen también la palabra hebrea shalom (paz). Jerusalén era «la ciudad de paz» (Heb 7.2).

En el Antiguo Testamento Jerusalén se llama primeramente Salem (Gn 14.18), y luego, en la época de los jueces, Jebús (Jue 19.10s). Desde que David la conquistó su nombre principal ha sido Jerusalén, aunque se conoce también por «Sion», «Moriah», «CIUDAD DE DAVID», «Ariel», «la ciudad del Gran Rey», y «la Ciudad Santa».

DESCRIPCIÓN GENERAL

Situada sobre una serie de colinas en la cordillera central de Palestina, Jerusalén tiene una altura de 700 m sobre el nivel del mar Mediterráneo (50 km al oeste) y 1.145 m sobre el mar Muerto (32 km al este). Domina los antiguos caminos desde Siquem hasta Hebrón y desde el valle del Jordán hasta el Mediterráneo.

El valle de HINOM al sudoeste y el valle del CEDRÓN al este circundaban y defendían naturalmente a Jerusalén. Solamente por el norte se unía con la región montañosa y por tanto era más vulnerable en este lado. El valle del Tiropeón, que atraviesa la ciudad desde el norte (cerca de la puerta de Damasco), hasta el sudeste donde se une con los otros dos valles, dividía la ciudad en dos colinas. Ambas colinas tenían cortes transversales, pero a lo largo de tantos siglos de ocupación la topografía ha cambiado y estos cortes y el valle del Tiropeón están casi rellenados ahora.

La colina del sudeste, la más baja, era el sitio de la antigua fortaleza de los jebuseos, llamada Sion. La ciudad se extendía hacia el norte y el oeste. La colina del nordeste es el Monte del Templo. Hasta el fin del siglo XIX d.C. se creía que la colina del sudoeste, la más alta de Jerusalén, era la Sion de David, pero las investigaciones arqueológicas indican que no tuvo murallas sino hasta mucho más tarde, probablemente hasta el tiempo de los Macabeos.

Al este del Cedrón está el monte de los Olivos. Frente al monte Moriah queda el huerto de Getsemaní, y al sudeste de la ciudad, donde se unen los valles, se encuentra el lugar llamado «el huerto del rey» (Neh 3.15). Todavía más abajo se halla la fuente de ROGEL, y en la boca del Tiropeón, entre Sion y la colina del sudoeste, está el estanque de SILOÉ. A los lados de los  valles del Cedrón y del Hinom hay muchas cuevas y tumbas subterráneas.

EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS

Desde 1967–70, cuando Carlos Warren, inglés, excavó en las orillas del Monte del Templo, se han realizado varias excavaciones en Jerusalén, pero numerosas dificultades han impedido que estas brinden mucha información. La ocupación actual limita los sitios disponibles, y las muchas destrucciones y el reempleo de las piedras de construcción reducen el material obtenible. Recientes excavaciones, en las que se han aplicado las mejores técnicas arqueológicas, han proporcionado más datos fidedignos.

JERUSALÉN EN LA EDAD DE BRONCE

Los primeros habitantes de Jerusalén vivían en la colina sudeste de la ciudad, debido a la cercanía de la fuente de Gihón. Se ha encontrado cerámica que comprueba que la ciudad estaba habitada durante los milenios tercero y cuarto a.C.

Los acontecimientos de Génesis 14 indican que había una población en Jerusalén en el tiempo de Abraham. El valle de Save (Gn 14.17) puede ser «el huerto del rey» al sudeste de la ciudad. El sitio del templo se identifica con el lugar en que Abraham iba a sacrificar a Isaac (2 Cr 3.1), que en aquel entonces quedaría en las afueras de la ciudad.

Más tarde, en la Edad de Bronce Reciente (ca. 1500 a.C.), los hurritas entraron en Palestina.

Las cartas de → AMARNA indican que la Jerusalén hurrita era vasalla de Egipto.

Según Josué y Jueces, Jerusalén era una fortaleza jebusea cuando los israelitas entraron en la tierra prometida. En el lado este de la colina del sudeste los arqueólogos han encontrado restos de murallas que datan de 1800 a.C. La muralla de entonces y la de los jebuseos encerraban solamente la colina del sudeste (unas cuatro hectáreas); sus enormes rellenos y una serie de terrazas hasta la cumbre hacían posible el acceso a la fuente de Gihón (la única además de Rogel que quedaba más abajo) aun en tiempos de sitio. Se ha encontrado una serie de túneles hechos en la roca con este fin (cf. 2 S 5.6ss).

Adonisedec, rey de Jerusalén, dirigió una confederación contra Josué (Jos 10.1–5), pero murió en su intento. Según Jue 1.8, Judá y Simeón capturaron a Jerusalén, pero los jebuseos la ocuparon de nuevo y habitaron junto con los israelitas (Jos 15.63; Jue 1.21).

Es probable que los israelitas ocuparan una parte fuera de las murallas.

DESDE DAVID HASTA EL CAUTIVERIO

Cuando lo coronaron rey de todo Israel, David trasladó la capital del reino de Hebrón a Jerusalén e hizo de esta el centro político y religioso de la nación. Fue un astuto acto estratégico porque Jerusalén controlaba la ruta central de Palestina, y su ubicación en la frontera entre Benjamín y Judá evitó celos entre los dos y ayudó a unificar el país.

La Jerusalén del tiempo de David no era grande. Habiendo dedicado tanto tiempo a sus conquistas, David no pudo hacer muchas construcciones; sin embargo, hizo más fuerte la ciudad. No se sabe qué haya sido el MILO de 2 S 5.9 pero, puesto que Milo significa «relleno», quizás se refiera al gran relleno al lado este donde la muralla se acercaba a la fuente de Gihón. David construyó su palacio, probablemente cerca del extremo sur de la colina (Neh 12.37), con la ayuda de artesanos enviados por Hiram, rey de Tiro (2 S 5.11). Muchos de los sucesos relatados en 2 Samuel ocurrieron aquí. Los sepulcros de David probablemente se hallaban al lado sudeste de la colina (1 R 2.10; Neh 3.16).

Aunque David había llevado el arca a Jerusalén y la había puesto en una tienda, le tocó a Salomón construir el TEMPLO, el cual fue su obra más importante (1 R 6). Lo construyó en la colina del nordeste y al sur del templo construyó su palacio (1 R 7.1).

Además, hizo «la casa del bosque del Líbano» y otras construcciones (1 R 7.2–12).

Con la división del reino, Jerusalén quedó más vulnerable, pues estaba casi en la frontera de Judá con Israel. En los años siguientes sufrió continuos ataques de afuera. Los egipcios saquearon el palacio y el templo (1 R 14.25s) durante el reinado de Roboam (925 a.C.); bajo Amasías, el reino del norte invadió y derrumbó parte de las murallas (2 R 14.11–14; 2 Cr 25.21–24), las cuales Uzías reparó más tarde (2 Cr 26.9). Durante el reinado de Ezequías los asirios conquistaron casi toda Judá menos Jerusalén (701 a.C.), que se salvó por intervención divina (2 R 18.13–19.37; 2 Cr 32.1–22; Is 36s).

Antes del sitio de los asirios, Ezequías había hecho un túnel para llevar agua desde la fuente de Gihón, a través de la colina, unos 600 m, hasta el estanque de Siloé situado al lado sudeste de la colina del sudeste (2 R 20.20; 2 Cr 32.30). Fue una gran hazaña de ingeniería antigua. En 1880 se encontró en el túnel una inscripción contando cómo los dos equipos de obreros, trabajando uno de cada lado, se encontraron en el centro.

En 609 a.C., Necao, faraón egipcio, se posesionó de Jerusalén y puso a Eliaquim en el trono (2 R 23.33–35), pero en 605, Nabucodonosor, rey de Babilonia, la conquistó de nuevo (2 Cr 36.10; Dn 1.1s). Al fin, en 586 a.C., los babilonios quemaron el templo, destruyeron la ciudad y llevaron cautiva a toda la población excepto algunos agricultores (2 R 25; 2 Cr 36.17–21). Durante el cautiverio babilónico Jerusalén quedó muy abandonada. Aun el centro del gobierno provincial se trasladó a Mizpa (2 R 25.23; Jer 40.5, 6).

Es difícil determinar la extensión de Jerusalén durante la monarquía, pues el texto bíblico no la define. Las murallas en el tiempo de Salomón seguramente encerraban solo las colinas del sudeste y del nordeste. En los tiempos de Ezequías había un nuevo barrio al oeste del templo encerrado por la llamada «primera muralla» (2 R 14.13).

EL PERÍODO DEL SEGUNDO TEMPLO

Los escritores judíos llaman período del segundo templo al tiempo desde el regreso del cautiverio (536 a.C.) hasta la destrucción del templo en 70 d.C. Con el edicto de Ciro muchos judíos regresaron a Jerusalén y empezaron a reconstruir la ciudad y el templo; Hageo y Zacarías animaron a la gente y el templo se terminó en 520 a.C.

A mediados del siguiente siglo →NEHEMÍAS dirigió la reconstrucción de las murallas.

Aunque los detalles topográficos que da Nehemías (2.12ss; 3.1–32) son los más específicos del Antiguo Testamento, los eruditos difieren mucho en sus esquemas de las murallas y sus puertas. La ciudad era muy pequeña y la colina del sudeste se redujo porque la muralla del este se construyó en la cresta de la colina en vez de al lado. Puesto que el túnel de Ezequías llevaba agua al estanque de Siloé, no era necesario acercarse a Gihón. Los arqueólogos han encontrado restos de esta muralla que medía 2, 75 m de grueso.

La conquista de ALEJANDRO MAGNO en 332 a.C. y el dominio de los Tolomeos no cambiaron notablemente la vida de Jerusalén. El punto decisivo fue el dominio de los seléucidas de Siria en 193 a.C. Estos influyeron culturalmente hasta el grado de dar a Jerusalén un carácter helenista y causaron divisiones entre los judíos.

Antíoco IV, Epífanes, se aprovechó de las facciones judías para saquear y profanar el templo y convertirlo en un santuario de Zeus. La persecución que siguió provocó la rebelión de los Macabeos, quienes de nuevo establecieron el culto a Jehová (167 a.C.) y echaron a los sirios de su fortaleza (Aora) situada al sur o sudoeste del templo.

En la época de los Macabeos y asmoneos hubo tiempos de conflicto y gran crueldad, pero también fue un período de expansión para Jerusalén, especialmente en el valle del Tiropeón y la colina del sudoeste. Los asmoneos edificaron un palacio, un puente sobre Tiropeón y varios muros. Ya en este tiempo la colina del sudoeste formaba parte de la ciudad.

Jerusalén cayó en manos de los romanos en 63 a.C. y HERODES, nombrado rey en 37 a.C., inició grandes construcciones. Su primer proyecto fue la fortaleza ANTONIA al noroeste del templo. Después reparó los muros y construyó en la colina del sudoeste un palacio fortificado con tres torres, el xystus o plaza abierta para acontecimientos atléticos, un gran puente sobre el Tiropeón, un anfiteatro y un teatro. Sobre todo, reedificó el templo y extendió su plataforma al sur y al este por medio de grandes rellenos y construcciones sobre un complejo de arcos y pilares. El nivel debajo del pavimento se llama hoy día «los establos de Salomón».

Cuando dedicaron al niño Jesús en el templo (Lc 2.22s), lo llevaron a la Jerusalén construida  y gobernada por Herodes, pero cuando la sagrada familia regresó de Egipto, el rey era Arquelao, hijo de Herodes (Mt 2.22). Desde 6 d.C. Judea quedó directamente bajo procuradores romanos, entre los cuales figuró Pilato. Los Evangelios Sinópticos mencionan solo una visita de Jesús a Jerusalén, Jesús lloró por ella y predijo su destrucción (Lc 19.41–44; cf. el discurso escatológico, Mc 13.1ss). El Evangelio de Juan, por su parte, relata varias visitas de Jesús a la capital en ocasión de fiestas religiosas.

Algunos de los lugares mencionados en los Evangelios, como el templo, el estanque de BETESDA, el estanque de Siloé y el tribunal de Pilato (en la Antonia), se pueden identificar con certeza, pero para los demás es necesario depender de la tradición eclesiástica. El hecho de que la actual Vía Dolorosa quede hasta 6 m sobre el nivel de las calles del tiempo de Cristo indica la dificultad de ubicar los lugares con exactitud. La validez de la Basílica del Santo Sepulcro como lugar de la crucifixión y sepultura de Cristo se ha discutido porque está dentro de la ciudad actual. Sin embargo, es probable que este lugar quedara fuera del muro en el tiempo de Cristo. Algunos prefieren ver el lugar de la crucifixión y de la sepultura en un sitio más al nordeste donde están la tumba del huerto y el llamado CALVARIO de Gordon. No obstante, el sitio tradicional todavía es el más aceptado.

Por un tiempo después de la ascensión de Jesús, los discípulos se reunían y predicaban en los recintos del templo. Varios sucesos del libro de los Hechos tuvieron lugar en Jerusalén, y durante los años 30–70 hubo bastante agitación política en la ciudad.

Algunos procuradores, como Agripa I, quien construyó la llamada tercera muralla, favorecieron a los judíos, pero otros los provocaron. Bajo el liderazgo de los zelotes, los judíos declararon la guerra a Roma (66 d.C.) y los sitiaron en Jerusalén. Finalmente en 70 d.C. las tropas romanas, bajo Tito, destruyeron a Jerusalén junto con su templo y mataron millares de judíos.

JERUSALÉN DESDE 70 D.C.

Desde entonces Jerusalén ha tenido una historia variada y la han disputado muchas veces. Después de aplastar la última rebelión judía en 132–135, Adrián convirtió a Jerusalén en una colonia romana, le cambió el nombre a Aelia Capitolina y redujo su tamaño, especialmente al lado sur. Bajo Constantino, el nombre de Jerusalén se restauró y llegó a ser importante para los cristianos. La ciudad cayó en manos de los mahometanos en 636 d.C. y en 691 se construyó sobre el sitio del templo la Cúpula de la Roca o Mezquita de Omar que permanece hasta hoy. Los cruzados reconquistaron Jerusalén por un tiempo en los siglos XII y XIII, pero la perdieron en 1291. Los turcos construyeron las murallas actuales en 1542.

La Jerusalén moderna consiste de la vieja ciudad (dentro de las murallas turcas) y las partes nuevas al norte y oeste. Abundan las iglesias (católicas y ortodoxas) edificadas sobre los lugares santos. El establecimiento de Israel como nación independiente y la unificación de Jerusalén bajo el dominio judío en 1967 cobran gran importancia a la luz del papel que esta ha de desempeñar, según las profecías, durante los últimos días y el reino mesiánico.

LA NUEVA JERUSALÉN

Parece enigmático el hecho de que la ciudad que el Dios de paz escogió sea un lugar tan disputado. El Nuevo Testamento distingue entre la Jerusalén terrenal y la que desciende de Dios, una Jerusalén nueva que es figura de la Iglesia triunfante (Gl 4.26; Heb 12.22s; Ap 3.12; 21.1–22.5). Esta nueva Jerusalén es figura de la Iglesia gloriosa y del Reino perfecto de Dios.

JESÚA

Forma tardía de JOSUÉ. Son varios los personajes bíblicos de ese nombre.

  1. Levita contemporáneo del rey Ezequías (2 Cr 15).
  2. Miembro del grupo de levitas que regresó del cautiverio y supervisó la construcción del templo (Esd 2.40; Neh 7.43). Tomó parte en la explicación de la Torá (Neh 8.7), en la dirección del culto (Neh 9.4) y en la confirmación del pacto (Neh 9).
  1. Sumo sacerdote («Josué» de Hag 1.1) en el tiempo de Esdras y Nehemías (Esd 2.2; 3.2, 8; Neh 1).
  2. Varón de Pahat-moab cuyos descendientes regresaron de Babilonia con Zorobabel (Esd 2.6; Neh 11).
  3. Padre de Jozabad (Esd 33).
  4. Padre de Ezer, uno que ayudó en la reparación de los muros de Jerusalén (Neh3.19).
  5. Nombre del jefe de la novena compañía de sacerdotes en el tiempo de David (1 Cr24.11; Esd 2.36; Neh 39).
  6. También hay referencias a uno o más levitas de este nombre en Nehemías 8.7; 9.5; 10.9; 12.8, 24.

Jesúa es también el nombre de una población en el sur de Judá, habitada por los hijos de Judá al regresar del cautiverio (Neh 11.26). Quizás corresponde a la «Sema» de Josué 15.26.

JESUCRISTO

Nombre personal y título (cf. el orden inverso frecuente en los escritos paulinos) dado al Salvador. De sus dos elementos, el nombre «Jesús» (transcripción griega del hebreo Yeshuá, que significa Jehová es ayuda o salvación; cf. Mt 1.21) era uno de los más populares entre los israelitas. Entre los personajes bíblicos que lo llevaron también están: JOSUÉ; Jesúa; Jesús Ben- Sirá (Eclesiástico 50.29); Jesús BARRABÁS (Mt 27.16s en muchos manuscritos); y Jesús llamado Justo (Col 4.11). El título «Cristo», que significa «ungido» (lo mismo que la palabra hebrea «Mesías»), señala que este Jesucristo en particular es el ungido de Dios.

FUENTE DE INFORMACIÓN

Aunque Jesús de Nazaret no dejó escrito alguno, mucho se sabe de su vida y enseñanza. De fuentes no cristianas obtenemos muy pocos datos, debido a que los escritores gentiles (griegos y romanos) tenían poco interés por los acontecimientos de Palestina y hacia los judíos solo sentían desprecio. Por su parte, los judíos del siglo I d.C. parecen haber callado a propósito su conocimiento del cristianismo naciente y de su fundador. Sin embargo, los escasos testimonios que nos han llegado bastan para confirmar la indudablemente existencia histórica de Jesucristo.

Los historiadores romanos Suetonio y Tácito se refieren a los seguidores de Cristo (o «Cresto», como algunos suponían); y Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, escribió una carta  al emperador para consultarle con respecto a cómo tratar a los cristianos (ca. 112 d.C.). Entre los testimonios de origen judío, hay ciertas tradiciones aceptables acerca de Jesús y sus seguidores, pero es evidente en muchas de ellas un barniz anticristiano que las desfigura. Los escritos de Flavio Josefo mencionan a Juan el Bautista y al sumo sacerdote Anás, nieto del Anás de los Evangelios, quien «hizo comparecer ante el sanedrín a unos cuantos, entre ellos a una persona llamada Santiago, hermano de aquel Jesús que se llamó Cristo». «A Santiago», continúa, «el sanedrín le condenó a morir apedreado» (Antigüedades XX. IX.1. ca. 93 d.C.). Otros pasajes en Josefo que mencionan a Jesucristo parecen ser espurios (XVIII, III.3).

Las fuentes cristianas más antiguas son las cartas de Pablo (51–67), quien, sin conocer personalmente a Jesucristo, se familiarizó con sus actividades y sus dichos, de acuerdo con la TRADICIÓN ORAL. Los datos acerca de Jesucristo que nos proporcionan sus cartas son muy escasos y se concentran en la pasión y resurrección, pero revelan la estabilidad de la tradición aun antes de consignarse por escrito. Las fuentes más completas son los cuatro → EVANGELIOS (publicados entre 68–96), que se fundamentan en el testimonio de los discípulos inmediatos a Jesucristo y en la primitiva catequesis cristiana. Aunque el propósito de los evangelistas no fue en primer término biográfico, nos proporcionan relatos históricamente fidedignos (Lc 1.1–4), no desfigurados por la evidente intención teológica de cada autor.

En otros libros del Nuevo Testamento, fuera de los Evangelios canónicos, se han conservado también ciertas palabras auténticas de Jesús (por ejemplo, Hch 20.35 ), pero la autenticidad de otros dichos (Ágrafa) consignados en los Evangelios Apócrifos o en otros escritos poscanónicos, como algunos papiros gnósticos, es cuando menos discutible.

CRONOLOGÍA

Puesto que Jesús nació antes de la muerte de HERODES el Grande (4 a.C.) y por el tiempo del censo de → CIRENIO, de fecha discutida (entre 9–4 a.C.), la fecha asignada al nacimiento oscila entre 7 y 4 a.C. Por consiguiente, la era cristiana, fijada por cálculos hechos en el siglo VI, debe adelantarse indudablemente algunos años.

El inicio del ministerio de Juan el Bautista, según Lucas 3.1, se fecha en el año 15 del imperio de Tiberio. Esto nos lleva a los años 26–29 d.C. (debiéndose la variación a la forma de hacer el cómputo que Lucas usara). Meses después de la aparición de este precursor, Jesucristo comenzó su ministerio. Al informarnos el evangelista que «tenía, al comenzar, unos treinta años» (Lc 3.23), nos está dando una edad aproximada (esta edad representa la madurez [Testamento de Leví 2], sobre todo la del Rey davídico, 2 S 5.4).

Sin embargo, no andaba muy lejos de la edad exacta. Si se toma el fin del año 27 como inicio de la obra pública, encontramos apoyo en el dato de Jn 2.20, según el cual habían transcurrido, cuando la primera Pascua del ministerio público de Jesucristo, 46 años desde el comienzo de la edificación del templo herodiano (20/19 a.C.).

Hay diversas opiniones acerca de la duración de la actividad pública del Señor. La  teoría de un solo año es insostenible si se basa en Lc 4.19 («un año de gracia del Señor»), además de que Marcos, el primero de los Evangelios, no relata sucesos que no cabrían en el marco de doce meses. En cambio, Lc 13.1–5 parece describir hechos ocurridos en una Pascua anterior a la de  la Pasión con lo que nos da a entender que el ministerio duró por lo menos dos años. Del Evangelio de Juan, que da cuenta de tres Pascuas descritas durante la actividad pública de Jesucristo, se deduce con seguridad que duró al menos dos años y algunos meses. Si la fiesta indeterminada de Jn 5.1 es también de la Pascua, podríamos añadir un año más a la duración, pero esta hipótesis tropieza con varias dificultades exegéticas. De todos modos, el género literario de los Evangelios no nos  permite esperar que los datos cronológicos sean exactos;  solo podemos concluir que es posible que el ministerio haya durado dos años (o bien tres años) y unos meses.

La fecha de la muerte de Jesucristo depende, no tanto de los factores anteriores, como de otros de carácter técnico. En resumen, el viernes de la crucifixión (en esto concuerdan los cuatro Evangelios), que sería el 14 de nisán (según el Evangelio de Juan: la preparación de la Pascua) o el 15 de nisán (según los Sinópticos: la Pascua misma), podría caer en el 7 de abril del año 30, o bien el 3 de abril del 33. Es mucho más probable la fecha del 30.

ÉPOCAS PRINCIPALES EN SU VIDA

Aunque los Evangelios no permiten reconstruir una biografía detallada o estrictamente cronológica de Jesucristo, sí nos dan el perfil definido de una persona única, las etapas de cuya vida están más o menos bien delineadas.

NACIMIENTO E INFANCIA

Lucas relata la concepción milagrosa desde el punto de vista de MARÍA, madre de Jesús, mientras que Mateo usa tradiciones que enfocan más bien a José, el prometido de esta. Ambos evangelistas ofrecen genealogías (GENEALOGÍA DE JESÚS) que trazan el linaje mesiánico a través del padrastro. Después de un breve viaje a Egipto en su infancia, Jesucristo pasó el resto de sus días en la Tierra Santa o muy cerca de ella. Así pues, humanamente hablando, el Señor se educó dentro de un ambiente judío. Es más, con la excepción de su nacimiento en Belén y las visitas a Jerusalén para las fiestas, pasó los días anteriores a su ministerio como simple  aldeano de la Galilea tan despreciada por los fariseos.

De Lc 2.40, 52 se deduce que la niñez y juventud de Jesucristo fueron normales, pero a la vez perfectas. Se realizó el ideal divino en cada fase de su vida (cf. el encomio divino en el bautismo:

«en ti tengo complacencia», Mc 1.11). Aunque estos son los años de silencio, que solo Lucas entre los evangelistas apenas traza, entrevemos que Jesucristo desde temprana edad estaba consciente de su relación filial con Dios. Quizás por la muerte prematura de José, a Jesús se le conocía entre los nazarenos como «el carpintero» (Mc 6.3). No habían visto en Él nada sobrenatural antes del comienzo de su obra pública.

PRINCIPIO DE SU MINISTERIO

En medio de una Palestina conmocionada por la exhortación al arrepentimiento hecha por JUAN EL BAUTISTA, Jesucristo percibió alguna señal divina, salió de Nazaret y fue bautizado en el Jordán. Aquí, descendió sobre Él el Espíritu Santo, y oyó la voz del Padre aprobándolo en términos que también advertían del gran sufrimiento que se le avecinaba.

Fue fortalecido por el Espíritu Santo, pero a la vez fue impelido al desierto de Judea, donde Satanás le sometió a una serie de tentaciones (TENTACIÓN DE JESÚS).

Después de escoger a sus primeros DISCÍPULOS (Jn 1.35–51) y hacer varios milagros en Galilea y Jerusalén (Jn 2.1–11, 23ss), fue a trabajar a Jerusalén (Jn 2 y 3) y aun entre los samaritanos (Jn 4.1–42).

SU OBRA EN GALILEA

Cuando encarcelaron a Juan el Bautista, el Salvador comenzó en Galilea el período de enseñanza intensiva y actividad mesiánica que le cosecharon fama en seguida. Anunció que el momento señalado había llegado y que el Reino de Dios estaba cerca (Mc 1.14s).

Sin embargo, su mensaje de arrepentimiento no les parecía «buenas nuevas» a todos. En la sinagoga de Nazaret sus vecinos le rechazaron definitivamente (Lc 4.16ss) y le obligaron a trasladarse a Capernaum. En esta ciudad y otras partes de Galilea trabajó durante más de un año (Mc 1.14–6.34; Jn 4.46–54), revelando su poder sobre la naturaleza (por ejemplo, Mc 4.35– 41; 6.34–51), sobre los espíritus malignos (por ejemplo, Lc 8.26–39 ; 9.37–45), sobre el cuerpo y las enfermedades (por ejemplo, Mt 8.1–17; 9.1–8), y aun sobre la muerte (por ejemplo, Mt 9.18–26; Lc 7.11–17). En el tipo de enseñanzas referidas en el Sermón del Monte (Mt 5–7), afirmó poseer autoridad suprema en la interpretación del Antiguo Testamento y aun en ejercer el juicio escatológico.

Al mismo tiempo, reveló su amor y compasión por los acongojados y oprimidos (por ejemplo, Mt 9.1–8, 18–22; Lc 8.43–48). Una y otra vez declaró que había venido a buscar y a salvar a los perdidos, y ejerció la prerrogativa divina de perdonar pecados (Lc 5.20–26; 7.48ss). Del grupo numeroso de sus seguidores escogió a doce discípulos (Mt 10.1–4) a los que enseñaba con esmero y preparaba para ser sus apóstoles.

La autoridad con que Jesucristo enseñaba, su superioridad en las polémicas con los líderes judíos y sus milagros de sanidad le ganaron una marcada popularidad entre las masas galileas (por ejemplo, Lc 4.40ss; 5.15, 26; 6.17ss). Esta fama llegó a su clímax en la alimentación de los cinco mil (Mc 6.30–44), prueba de su mesiazgo que alentó al populacho a intentar coronarle rey (Jn 6.15).

LA PREPARACIÓN DE LOS DOCE

Cuando Jesucristo rehusó ser coronado rey, muchos admiradores y aun discípulos dejaron de seguirle (Jn 6.26ss ,66s). Entonces se retiró, siempre rodeado de los doce, al territorio no judío del norte: Tiro, Sidón y Cesarea de Filipo. Pero aun así no pudo escaparse completamente de las multitudes. Cuando lanzó en privado la pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?», Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». En base a esta revelación, Jesucristo dio la primera de tres predicciones de su aparente derrota a cumplirse en Jerusalén y de la victoria siguiente (Mc 8.31). Esta autor revelación a sus discípulos culminó con la TRANSFIGURACIÓN ante el núcleo de los tres más íntimos (Mc 9.2–10) y la voz del cielo reconoció una vez más la obediencia filial del Salvador: «Este es mi Hijo, el Amado: a Él oíd».

Una vez que los doce comprendieron mejor quién era su Maestro, este intensificó la preparación que les daba para ser luego miembros fundadores de la nueva comunidad.

Por medio de PARÁBOLAS, controversias, enseñanzas directas, y su continuo ejemplo personal, el Maestro les aclaró la naturaleza del Reino, el papel del Hijo del Hombre y las cualidades que Dios busca en los seguidores de este.

HOSTILIDAD CRECIENTE

Entretanto, la oposición de los gobernantes y maestros religiosos de los judíos crecía rápidamente (Lc 14.1). Ellos buscaban atraparle, contrarrestar su influencia sobre las masas y entregarles a las autoridades romanas para ser ejecutado (Mt 19.1–3). Ni las advertencias que Jesucristo dirigía a sus enemigos, ni su doctrina impartida con miras a cambiar la actitud de ellos, ni la resurrección de Lázaro junto con otras obras de benevolencia, lograron convencerles de su error. Más bien, su odio se intensificó; la mayoría de los escribas, fariseos y saduceos prefirieron sacrificar la vida de Jesús y no aguantar en su medio esa presencia crítica (Jn 11.46–53).

LA SEMANA FINAL EN JERUSALÉN

Después de entrar como Mesías en Jerusalén, vitoreado por las multitudes (Mc 11.1– 10), Jesucristo expulsó del templo a los cambistas y traficantes de animales sacrificiales, en señal de su autoridad mesiánica. Enseñando en el templo durante los días siguientes, enfocó el significado de su muerte y resurrección. Se refirió al futuro triste del templo y de la ciudad santa, y mencionó algunas señales de su propio regreso en majestad (Mc 13).

En la víspera de su pasión, Jesucristo celebró la cena pascual con sus discípulos.

Después de lavarles los pies (Jn 13.1–17) y anunciar veladamente que Judas sería el traidor (Mc 14.18–21), instituyó la Cena del Señor (Mc 14.22–25), e instruyó a sus discípulos presentes y futuros (Jn 13–17). Luego, el grupo se trasladó a Getsemaní y, tras una lucha agónica en oración, el Salvador se entregó sin reservas a la voluntad de su Padre. Entonces se dejó arrestar y voluntariamente sufrió el maltrato, la condena injusta ante los tribunales

religioso y político, y la crucifixión. Este sufrimiento vicario culminó en la cruz, cuando al cabo de tres horas de tinieblas Jesucristo gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mc 15.34). Pero como su muerte era un «dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10.45) y el sacrificio del Cordero por excelencia (Jn 1.29; 19.14a, 36), Jesucristo pudo encomendarse victoriosamente al Padre, sabiendo que su obra terrenal había terminado (Lc 23.46; Jn 19.30).

SU SEPULTURA, RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN

Amigos bajaron el cuerpo desde la cruz y lo sepultaron rápidamente para evitar trabajar después del atardecer del viernes. Dejaron el cadáver en una tumba nueva situada en un huerto, pero no quedó allí muchas horas; el Señor vio cumplida su profecía de resucitar de entre los muertos (RESURRECCIÓN DE CRISTO). Muy temprano, el domingo, algunas seguidoras descubrieron desierta la tumba (Mc 16.1–8), y en el transcurso del día el Señor viviente se apareció a varios individuos y grupos de creyentes, disipando sus dudas (Mt 28.9ss; Lc 24.13ss; Jn 20.11–21.22).

Durante cuarenta días se sucedieron las apariciones del Señor resucitado y las nuevas enseñanzas (la recta comprensión del Antiguo Testamento, la venida del Espíritu Santo y la misión mundial de la iglesia) prepararon a los creyentes para la nueva era iniciada por la ASCENSIÓN ( Lc 24.51 ; Hch 1.9ss ). A los diez días de esta, el Señor Jesucristo, ya glorificado y

«sentado a la diestra del Padre» (Heb 8.1; cf. Hch 2.33), envió su ESPÍRITU (PENTECOSTÉS), que también procede del Padre, como su vicario en este mundo. Excepcionales fueron las apariciones a Esteban (Hch 7.55–59) y a Saulo de Tarso (Hch 9.33ss; 1 Co 15.8) y la visión apocalíptica de Juan, en Patmos (Ap 1.10ss). El Nuevo Testamento vislumbra como próxima aparición de Jesucristo su SEGUNDA VENIDA para juzgar al mundo (Hch 1.11). Entonces «todo ojo le verá» (Ap 1.7).

INTERPRETACIÓN APOSTÓLICA

Los datos de esta vida única se utilizaron en la proclamación primitiva con miras a la evangelización y la catequesis. En este proceso, lo simplemente histórico se interpretó como era debido. Por ejemplo, en el evangelio que Pablo aprendió después de su conversión (1 Co 15.3–7), la frase «Cristo murió» es descripción histórica, mientras las frases siguientes, «por nuestros pecados, conforme a las Escrituras», son interpretaciones teológicas del dato histórico. Por cierto, estas se fundamentan en las enseñanzas del mismo Señor Jesucristo, pero aclaradas por la resurrección, el don del Espíritu y la experiencia de la iglesia primitiva. Tanto los Evangelios como las Epístolas son el producto de este proceso, protegido divinamente de toda tergiversación o herejía.

La interpretación apostólica de la persona de Jesucristo conserva en una tensión fructífera dos aspectos complementarios de su vida: su humanidad y su deidad.

JESUCRISTO, HOMBRE

Aunque los Evangelios no se interesan en el aspecto exterior de Jesucristo, sin duda fue impresionante, de personalidad atrayente (cf. el grito de una mujer, Lc 11.27). Sufrió hambre, sed y cansancio (Mc 4.38) en medio de una actividad tan intensa que, en ocasiones, no le dejaba tiempo ni para comer (Mc 3.20; 6.31). Pero este cuerpo, sujeto a las vejaciones de la angustia (Lc 22.44), respondió siempre a las demandas de una voluntad férrea. Desde el comienzo de su actividad renunció a usar de su poder para fines egoístas, porque «no vino  para ser servido, sino para servir» (Mc 10.45). Ni su familia (Mc 3.31ss) ni Pedro (Mc 8.32s) pudieron desviarlo de la misión de sacrificio y abnegación que su Padre le había encomendado. Puso por obra la misma resolución consciente que exigía de sus discípulos (Lc 9.62; 14.28).

A pesar de su compasión y espíritu perdonador (Mt 11.28s), de ninguna manera fue una personalidad pasiva. Era capaz de pasiones fuertes: enojo (Mc 3.5; 10.14), celo reformador (Mt 10.34; Jn 2.15) o polémica (Mt 23.4–33; Mc 8.33; Jn 8.34–58), pero estas estaban al servicio de los demás, particularmente de los desgraciados. Tal fue su preocupación por la suerte de los desvalidos, que declaró que todo bien que a ellos se hiciera sería como hacérselo a Él (Mt 25.40; cf. Mc 2.15; Lc 6.20). Sin hacerse ilusiones acerca de los hombres (Mt 7.11; Jn 2.24s), predicó, como nadie más, el amor al prójimo y a los enemigos (por ejemplo, Mt 5.22–26).

Viviendo como hombre entre los hombres, experimentó todas nuestras limitaciones humanas, sin cometer pecado (Heb 4.15). Conoció la tentación (Heb 2.18), la angustia en la oración (Heb 5.7), la disciplina en la obediencia (Heb 5.8) y el desconocimiento de los acontecimientos futuros (Mc 13.32). Aun cuando el Padre se dignó revelarle, como lo había hecho con los profetas veterotestamentarios, ciertos datos del porvenir (por ejemplo, Mc 9.1; 13.5–37; Lc 22.31–34), no le eximió de vivir por la fe, a fin de que fuera ejemplo para nosotros (1 P 2.21). Aun sus milagros, signos del amanecer de la era mesiánica, fluyeron de su humanidad perfecta que vivía en absoluta comunión con el Padre (Jn 5.19; 14.10), llena del poder del Espíritu Santo (Hch 10.38; cf. 2.22).

A la solidaridad de Jesucristo con el resto del género humano se refiere el Nuevo Testamento en varios pasajes. Cristo nos llama «hermanos» (Heb 2.11–14) y aun en su gloria celestial es «Jesucristo hombre» (1 Ti 2.5) y por tanto el único mediador ante Dios. Es el nuevo ADÁN, representante del género redimido (Ro 5.14–21; 1 Co 15.21ss). En contraste con todo salvador de tipo  GNÓSTICO,  a Jesucristo  se le presenta  en   los  primeros  sermones  apostólicos  como «varón acreditado por Dios ante vosotros» (Hch 2.22), y «a este Jesucristo [es decir, no algún personaje imaginario o irreal que] resucitó Dios» (Hch 2.32). Es el «nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gl 4.4), que participó a plenitud en nuestra historia, no solo en el sentido de existir auténticamente, sino en el de recapitular y revelar en su experiencia el significado trágico-glorioso de nuestra historia humana.

Aun la más primitiva de las confesiones, «Jesucristo es SEÑOR » (1 Co 12.3), hace hincapié en la historicidad de Cristo, quien reina ahora y es el mismo que vivió, sufrió y murió por la salvación del mundo. El núcleo de la esperanza cristiana es igualmente «este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo» (Hch 1.11).

JESUCRISTO, DIOS ENCARNADO

Para afirmar que Jesucristo era un simple ser humano los críticos negativos han tenido que mutilar el Nuevo Testamento, pues el testimonio unánime de los apóstoles asegura que es mucho más que un hombre. Con base en sus obras milagrosas (SEÑALES) y en la conciencia mesiánica del mismo Señor, quien se consideraba el HIJO DEL HOMBRE, el SIERVO DE JEHOVÁ por excelencia, el PROFETA escatológico, el JUEZ y el HIJO DE DIOS en sentido único, los escritores bíblicos evaluaron la persona de Jesucristo, mediante su experiencia de Él como resucitado y como fuente del Espíritu Santo.

Pasajes como Sal 110.1 (el v. más citado en el Nuevo Testamento) se interpretaron a la luz de la ascensión y exaltación de Cristo. En los cultos y fórmulas bautismales se aplicaron a Jesucristo expresiones veterotestamentarias reservadas para Jehová, tales como Señor, SALVADOR, REY y DIOS (Jn 1.1, 18, HA; Heb 1.8s; 1 Jn 5.20). Le rindieron culto (Jn 20.29) y se les reveló que, sin dejar de ser monoteístas, podían atribuir a Jesucristo la misma majestad y gloria del Padre (por ejemplo, en Ap 22.1 el trono divino es «de Dios y del Cordero»). Inspirados en ciertos dichos de Jesucristo (por ejemplo, Jn 8.58), los escritores sagrados mencionan también su preexistencia. El VERBO , aun antes de encarnarse ( Jn 1.14 ), y esto sin la intervención de un padre humano, tuvo su existencia eterna junto al Padre ( Jn 1.1s ; 17.5 ) y fue mediador de la creación ( Jn 1.3s ; 1 Co 8.6 ; Col 1.15ss ; Heb 1.10ss ).

Este Jesucristo entonces, que era y es Dios venido en carne, es el único capaz de salvar del pecado (Mt 1.21; Hch 4.12). Vino a su pueblo con las prerrogativas de Mesías e Hijo de David, y trajo la redención, aunque esta no se ajustaba a la esperanza judía. Más que caudillo militar, asumió el papel de CORDERO, de propiciador; por ende, gracias a su obediencia, el Padre le ha constituido SUMO SACERDOTE de su nuevo pueblo, cabeza de la Iglesia y Señor del universo.

JESURÚN

(EL JUSTO).

Forma poética del nombre de Israel, empleada por Moisés en su cántico recitado al pueblo poco antes de su muerte (Dt 32.15; 33.5, 26). Jehová Dios llama Jesurún al pueblo de Israel, para recordarle que le ha escogido para ser un pueblo recto y santo (Is 44.2).

JETRO

Sacerdote de Madián, conocido también como → REUEL (Éx 2.16, 18).

Hospedó y dio trabajo a Moisés cuando este huía de Faraón y luego le dio su hija Séfora por esposa. Después de cuarenta años, cuando Moisés le avisó que se volvería a sus hermanos en Egipto, Jetro le despidió amistosamente (Éx 4.18).

Posteriormente Jetro y Moisés se encontraron en el desierto y estuvieron presentes también Séfora y sus dos hijos (18.1–7). Al escuchar Jetro el relato de las cosas portentosas que Jehová había hecho a favor del pueblo de Israel, no solo reconoció que «Jehová es más grande que todos los dioses», sino que ofreció a Dios holocaustos y sacrificios ( 18.8–12 ). Jetro aconsejó a Moisés establecer ayudantes para administrar justicia al pueblo (Éx 18.13ss).

JEZABEL

Hija de Et-baal, rey de Tiro y Sidón, y esposa de ACAB, rey de Samaria (1 R 16.31). Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Ap 2.20) se la tiene por símbolo de la idolatría y la perfidia. Fue Jezabel la que luchó contra Abdías y Elías cuando estos se oponían al culto a BAAL y ASTORET. El episodio de la viña de NABOT (1 R 21.1–16) muestra que el modo en que Jezabel entendía el carácter y la autoridad de un rey era distinto a cómo lo concebían los hebreos. Jezabel no podía posesionarse de la viña de Nabot. Jezabel fue una mujer con un fuerte liderazgo, mucho mayor que el de su esposo, como se deduce de los relatos bíblicos. Jezabel murió cuando unos eunucos a las órdenes de JEHÚ la tiraron desde una ventana a la calle, donde su cuerpo fue comido por los perros (2 R 9.30–37).

JEZANÍAS

Ver. JAAZANÍAS

 JEZREEL

(DIOS SIEMBRA).

Nombre de tres lugares y dos personajes del Antiguo Testamento.

  1. Valle que separa a Galilea de Samaria. Se divide en dos partes. La occidental, ancha, de figura triangular, se extiende entre el Carmelo, Gilboa y los montes de Galilea. Con frecuencia se le llama Esdraelón (corrupción griega del nombre hebreo), nombre que no aparece en la Biblia. Al norte de la llanura corre el Cisón que desemboca en el Mediterráneo. La parte oriental, mucho más estrecha, comienza en el paso entre Gilboa y More y llega al valle del Jordán. Como Jezreel sirve de paso a través de las montañas septentrionales, lo cruzan los caminos que van del Mediterráneo al Jordán, y de Egipto y Samaria a Galilea, Siria y Fenicia. Debido a esta posición estratégica Jezreel ha sido escenario de muchas batallas decisivas a lo largo de la historia. Por ejemplo, Débora contra Sísara (Jue 4 y 5), Gedeón contra los madianitas (Jue 7), Saúl contra los filisteos (1 S 31); Josías contra Necao (2 Cr 20–22).
  2. Ciudad fronteriza de la tribu de Isacar (Jos 19.18). Todavía no se ha excavado, pero la han identificado con el caserío árabe de Zerín, al pie del monte Gilboa. Fue parte del quinto distrito fiscal de Salomón (1 R 4.12). Acab la hizo su capital de invierno (1 R 21.1) y en ella ocurrió el funesto incidente de Nabot (1 R 21). Fue aquí donde Jehú mató a Joram, a Jezabel y a toda la casa de Acab (2 R 9 y 10). De esta ciudad se deriva el nombre del valle de
  3. Población del territorio de Judá (Jos 15.56). Posiblemente se trate de Khirbet Tarrama, unas ruinas a 10 km al sudoeste de Hebrón, pero esta identificación no es definitiva. Una de las esposas de David, Ahinoam, era oriunda de esta Jezreel (1 S 43).
  4. Descendiente de Judá (1 Cr 4.3), o quizás una de las familias de la tribu de Judá.
  5. Hijo del profeta Oseas (Os 1.4), cuyo nombre era un constante mensaje de condenación del profeta contra la dinastía de Jehú. Recordaba la matanza de los descendientes de Omri ocurrida en

JOAB

Hijo de Sarvia (2 S 2.13), la hermana de David, hermano de Abisai y Asael (2 S 2.18), y general del ejército de David (2 Cr 27.34). En Gabaón venció a ABNER, general de Isboset (2 S 2.16, 17) y Abner huyó, pero lo persiguió Asael, hermano de Joab. No queriendo matarlo, por respeto a su hermano, Abner previno a Asael que dejara de perseguirle. Pero Asael no desistió y Abner lo mató (2 S 2.19–23). Joab y Abisai, «siguieron a Abner», pero posteriormente se volvieron de perseguirlo; así terminó la lucha luego de la costosa pérdida de vidas (2 S 2.28).

Más tarde, cuando Abner y David se pusieron de acuerdo ( 2 S 3.6–21 ), Joab, persona maliciosa y vengativa, reprochó al rey su actitud y por cuenta propia vengó la muerte de su hermano Asael ( 2 S 3.26 ). Inocente David de aquella muerte, responsabilizó a Joab pidiendo la justicia divina sobre él y su descendencia (2 S 3.28, 29, 39).

Joab se distinguió como general de los ejércitos de David frente a los amonitas, a quienes derrotó (2 S 10.1–14). Estuvo en el frente de batalla mientras David caía en pecado con Betsabé, y a instancias de aquel, Joab envió a Urías, marido de Betsabé, a una muerte segura (2 S 11.1–27). Fue Joab el que propició y obtuvo un acercamiento de Absalón con David (2 S 14.1– 33). Más tarde desobedeció al rey matando con saña a Absalón, un hijo del rey (2 S 19.1–7). Finalmente BENAÍA mató a Joab junto al altar del tabernáculo (1 R 2.28–34).

JOACAZ

(JEHOVÁ HA ASIDO).

Nombre de dos reyes en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo y sucesor de Jehú en el trono de Israel (ca. 815–800). Fue castigado juntamente con el pueblo por las invasiones de Hazael y Ben-adad, debido al culto a los becerros de oro y otras formas de idolatría (2 R 13.3–7). Joacaz se arrepintió y pidió ayuda a Dios y la salvación se dio durante los reinados de su hijo Joás (2 R 13.25) y su nieto Jeroboam II (2 R 27).
  1. Decimoséptimo rey de Judá (608) e hijo menor de Josías, cuyo nombre originalmente fue Salum (Jer 22.11). Al morir Josías en la batalla de Meguido, lo coronaron rey en lugar de su hermano mayor Joacim que era menos popular. El faraón Necao lo destronó después de tres meses y lo envió a Egipto, donde murió (2 R 23.31–34; 2 Cr 36.2, 3).

JOACIM

(JEHOVÁ LEVANTA).

Segundo hijo de Josías y decimoctavo rey de Judá (ca. 609–598 a.C.). Su nombre era Eliaquim, pero el faraón Necao se lo cambió al proclamarlo rey en lugar de Joacaz, hermano menor de aquel. Permaneció sujeto a Egipto hasta que Nabucodonosor conquistó la tierra. Tres años después, Joacim se rebeló contra Nabucodonosor, quien lo llevó encadenado a Babilonia (2 R 23.34–24.6).

El profeta Jeremías, contemporáneo de Joacim, dictó a Baruc las palabras de Dios contra el pueblo y este las transcribió en un rollo. Luego, cuando Jehudí leyó a Joacim aquellas palabras, este sacó su cortaplumas, despedazó el rollo y lo echó al fuego (Jer 36.21–23). Jeremías lo denunció por sus pecados e injusticias y anunció su violenta e ignominiosa muerte (Jer 22.13– 19).

JOAQUÍN

(JEHOVÁ ESTABLECERÁ).

Hijo y sucesor de Joacim. También se llamaba Jeconías (1 Cr 3.16; Jer 27.20) y Conías (Jer 22.24, 28; 37.1). Reinó tres meses y diez días en Jerusalén antes de que Nabucodonosor lo llevara cautivo a Babilonia, juntamente con los de su casa y los tesoros del templo y de la casa real. En Jerusalén le sucedió Sedequías, último rey de Judá. Permaneció preso en Babilonia treinta y seis años, hasta que Evil-merodac, sucesor de Nabucodonosor, lo libertó y le dio un lugar en la mesa del emperador (2 R 24.6–17; 25.27–30; 2 Cr 36.7–10).

JOÁS

(JEHOVÁ HA DADO).

Nombre de ocho personas del Antiguo Testamento.

  1. Padre de Gedeón, de la familia de Abiezer y la tribu de Manasés (Jue 6.11ss). Era rico (v. 27), pero de espíritu bondadoso y sabio (vv. 29–31). Era dueño de la encina sagrada (v. 11) y del altar de Baal en Ofra (v. 25). Gedeón destruyó el altar de Baal y derribó la imagen de Asera que eran propiedad de Joás su padre, pero este lo defendió ante el pueblo (vv. 25, 28–30).
  2. Descendiente de Sela, hijo de Judá (1 Cr 22).
  3. Hijo de Semaa de Gebaa de la tribu de Benjamín. Uno de los valientes, diestros en el manejo de la honda y el arco, que se unieron a David en Siclag (1 Cr 12.3).
  4. Hijo del rey Acab. Juntamente con Amón, gobernador de Samaria, se le encargó de encarcelar al profeta Micaías, cuando este profetizó la derrota de Acab (1 R 22.26s; 2 Cr 25).
  5. Jefe de una familia benjamita durante el reinado de David (1 Cr 8).
  6. Oficial de David (1 Cr 28).
  7. Hijo de Joacaz y decimosegundo rey de Israel (798–782). Visitó al profeta Eliseo cuando este estaba a punto de morir, y le expresó su gratitud por el servicio prestado al reino (2 R 13.14). Con el simbólico disparo de flechas se profetizaron tres victorias sobre los sirios, la primera de ellas sería en Afec. La acción simultánea de Asiria contra los sirios facilitó las victorias. Junto con Jeroboam II (2 R 14.27), a Joás se le considera el salvador prometido a Joacaz (2 R 13.5). Cuando Amasías, rey de Judá, provocó a Joás, este lo derrotó y saqueó a Jerusalén (2 R 14.8–14). En medio de sus victorias, Joás permitió la adoración de los becerros de oro y por tanto su conducta no fue aprobada (2 R 13.11). Le sucedió su hijo Jeroboam
  8. Rey de Judá (ca. 835–796 a.C.) que ascendió al trono después de una subversión planeada por el sacerdote Joiada. Durante la dominación de la casa de Omri en Israel, este influyó notoriamente sobre Judá. Atalía, hermana de Acab, rey de Israel, contrajo matrimonio con Joram, rey de Judá.

Ocozías, hijo de esta unión, reinó solamente un año, pues Jehú lo asesinó. Esto hizo que Atalía, como reina madre, reinara sola en Judá y pusiera en peligro la dinastía davídica.

Su primer acto como reina fue mandar matar a todos los posibles herederos al trono de Judá.

Pero Josaba, hermana de Ocozías y esposa de Joiada, escondió a Joás, hijo de Ocozías, quien tenía solo un año. Cuando el niño cumplió siete años, Joiada lo hizo coronar en el templo. Al enterarse Atalía de la coronación de Joás, se dirigió al templo donde murió trágicamente. Joás dedicó la primera parte de su largo reinado a luchar contra la idolatría; pero una vez que Joiada murió la estableció de nuevo, y él mismo se corrompió al grado de asesinar a Zacarías, hijo y sucesor de Joiada (2 R 11.1–12.21; 2 Cr 24.15–22).

JOB

Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Isacar y padre de los jasubitas (Nm 24). También se le llama Jasub en Números

26.24 y 1 Crónicas 7.1.

  1. Personaje central del libro de Job. Todo cuanto sabemos de él nos llega de ese libro y otras dos referencias que de su persona encontramos en la Biblia: Ezequiel 14.14, donde se le menciona con Noé y Daniel, y Santiago 5.11, donde se alude a su

Si el Daniel de la cita coincide con el de la literatura de Ugarit, los tres personajes podrían situarse en una fecha bastante antigua.

De Uz, su lugar de procedencia, tampoco podemos decir nada con precisión. Lo que sí es claro acerca de Job es que su nombre es proverbial y legendario entre los pueblos del Oriente y especialmente entre los árabes. (JOB, LIBRO DE)

LIBRO DE JOB:

Libro del Antiguo Testamento, escrito casi todo en forma poética. Su tema principal es el sufrimiento del justo. El libro toma el nombre del personaje principal, Job.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

Job comienza con dos capítulos de introducción. Los capítulos 3 al 37 constituyen el núcleo del libro y pueden dividirse en cuatro partes bien definidas. La primera contiene el diálogo con Job que entablan Elifaz, Bildad y Zofar. Este diálogo a su vez tiene tres ciclos de discursos en que hay una intervención de cada amigo y la respuesta de Job.

EL PRIMER ciclo va del capítulo 3 al 14, el segundo del 15 al 21 y el último del 22 al 26.

LA SEGUNDA parte de la sección poética la constituyen los capítulos 27–31, de los cuales el 28 es un bello elogio de la sabiduría. Los capítulos 29–31 son un resumen que Job hace de todo el debate anterior.

LA TERCERA está formada por el largo discurso de Eliú en los capítulos 32–37. Este personaje no se ha mencionado antes en el libro. Parece ser un joven sabio que ha llegado cuando el debate estaba ya en marcha y que, después que los tres amigos de Job no tienen ya nada que añadir, resuelve también intervenir. Su discurso repite en gran parte lo que ya se ha dicho, pero con la novedad de que su intervención establece un giro distintamente teológico.

La última palabra en el asunto la tiene Jehová (38.1–42.6), y esta constituye la cuarta y  última parte de la sección poética. Es la parte culminante de todo el poema.

El ambiente y la terminología del poema sugieren un tribunal en el cual Job ocupa el banquillo de los acusados. Nótese que aunque la magnitud de los sufrimientos y de la paciencia en el caso de Job se ha vuelto proverbiales, no es esto lo que constituye el meollo del poema. A Job le preocupan intensamente sus relaciones directas y personales con Dios. Su gran querella consiste en saber por qué Dios lo ha abandonado.

Las respuestas de sus amigos fatigan e impacientan a Job porque representan las impugnaciones prefabricadas de personas que, a base de un concepto individualista de Dios, juzgan por igual todas las circunstancias y a todas las personas. Él los oye con atención pero, aunque entiende la lógica de sus argumentos, sospecha que las bases de su razonamiento no son firmes; que la explicación de su problema no puede ser tan simple, tan automática ni tan final. Poco a poco va impacientándose con sus interlocutores porque ve en su actitud y en sus conceptos un enorme muro que se interpone entre él y su Dios.

En varias ocasiones expresa el deseo de ir directamente a Dios para que sea Él quien lo juzgue. Expresa la certeza de que su Vindicador vive y de que en algún momento le responderá en forma adecuada.

Job aboga insistentemente por un acceso personal y directo a Dios, y en sus interlocutores solo ve a intermediarios que le impiden este acceso y que le ofrecen conceptos estereotipados imposibles de aceptar. Por eso ninguno, ni siquiera Eliú, que se jacta de su sabiduría y de tener en su haber todas las respuestas, puede responder satisfactoriamente a la querella de Job. No obstante, la paz y la alegría regresan al alma de Job cuando directamente oye la voz de Jehová (38–42).

El poema llega a su clímax en 42.5 con las palabras de Job: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven», y en el repudio que Dios hace de los interlocutores de Job y el respaldo que da a este en 42.7. Nótese que, cuando Job pronuncia sus palabras de satisfacción en 42.5, su enfermedad había llegado a extremos espantosos. Esto no preocupa a Job ante el gozo de haber podido, al final, pasar por encima de sus intermediarios y haber llegado al tribunal divino. Por eso el libro de Job va más allá del problema que se toca de paso en el diálogo; llega  hondamente al problema de cómo entendemos la relación entre el hombre y Dios.

JOB: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza

PRIMERA PARTE: El dilema de Job (1.1— 2.13)

SEGUNDA PARTE: Los debates de Job (3.1 — 37.24)

TERCERA PARTE: La liberación de Job (38.1 — 42.17)

AUTOR Y FECHA

El libro no da indicaciones ni del autor ni de la fecha de su escritura. Por no mencionar la historia de Israel ni sus ritos religiosos, algunos lo han fechado en el tiempo de Moisés o los patriarcas. Sin embargo, aunque la base histórica de la narración pudiera ser tan antigua, probablemente el libro fue escrito posteriormente. Se han sugerido muchas fechas entre el tiempo de Salomón (950 a.C.) y 250 a.C. Muchos prefieren la última parte de este período, pero ciertos paralelos con la poesía de → UGARIT sugieren una fecha entre 950 y 500 a.C.

MARCO HISTÓRICO

Los hechos que se describen en Job pueden haber ocurrido siglos antes de que se escribiera el libro. Job bien puede haber vivido en tiempos de Abraham, allá por el 2000 a.C.

Como Abraham, la fortuna de Job se medía en términos de rebaños y ganado. Conforme a la costumbre patriarcal, los hijos casados de Job eran parte de su casa. Vivían en tiendas apartes, pero se sometían a la autoridad del jefe de la familia.

APORTE A LA TEOLOGÍA

Job parece abrir la puerta al concepto neo-testamentario de la gracia, al plantear que Dios está más allá de la misma Ley y de las interpretaciones que los hombres hicieron de ella en momentos específicos. Ese concepto nos lleva a confiar en Dios en cualquier circunstancia. No ganamos nada con tratar de entender el porqué de la dificultad. A veces el justo sufre sin saber por qué, de ahí que sea importante aprender a dejarlo todo en las manos de Dios.

Por otro lado, este magistral libro, nos deja ver que Dios no está amarrado ni a este mundo, ni a su pueblo, ni al concepto que tengamos de la naturaleza divina. Dios es libre y soberano. Ante su grandeza nos sentimos empequeñecidos. Como Job, no hallamos más remedio que rendirnos a Él con humildad.

El libro no termina sin recalcar que Dios es bueno y justo en todos sus tratos. Al final restauró a Job y hasta le dio más de lo que antes tenía. Si permanecemos fieles, a la postre Dios siempre disipa las tinieblas de nuestra existencia con la luz de su presencia.

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Lo primero que llama la atención al intentar analizar el libro de Job es que los dos primeros capítulos y el último, a partir del v. 7, están escritos en prosa y parecen servir únicamente de punto de partida y de conclusión, respectivamente, al cuerpo mismo del libro (3.1–42.6), que está todo escrito en verso. Este fenómeno se trata ampliamente en los comentarios. Muchos lo ven como indicación de diferentes autores. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que este estilo, A. B. A., es conocido en otras literaturas antiguas.

Un ejemplo es el código de Hammurabi, que tiene un prólogo en poesía, las leyes en prosa y un epílogo en poesía.

Job es una joya de la literatura universal. Por ello, y por el contundente impacto de su contenido, tenemos que leerlo y releerlo con detenimiento.

JOCTÁN

Hijo menor de Heber y hermano de Peleg, de la familia de Sem (Gn 10.25, 26; 1 Cr 1.19, 20, 23). Su nombre se desconoce fuera de la Biblia, pero con base en sus descendientes se conjetura que representa a numerosos grupos de tribus habitantes de la Arabia del sur.

JOEL

(JEHOVÁ ES DIOS).

Nombre de once o doce personajes del Antiguo Testamento (1 Cr 4.35; 5.4, 8, 12; 6.36; 1 S 8.2; 1 Cr 6.28–33; 7.3; 11.38; 1 Cr 15.7, 11; 1 Cr 23.8; 27.20; 2 Cr 29.12; Esd 10.43). Entre estos se destaca el autor del libro profético que lleva ese nombre, de quien nada sabemos sino que fue hijo de Petuel (Jl 1.1). (JOEL, LIBRO DE)

LIBRO DE JOEL: Breve libro profético del Antiguo Testamento que predice el derramamiento del Espíritu de Dios, profecía que se cumplió varios siglos después en el Día de Pentecostés (Jl 2.28–32; Hechos 2.14–21). El libro tiene como título el nombre de su autor.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El libro de Joel se divide en dos partes bien definidas. El criterio básico de la división es la mención de «el Día de Jehová». En la primera parte se toma a este día como algo que ya ocurrió, mientras que en la segunda parte se trata de algo futuro. La primera parte (1.1–2.27) describe una plaga de langostas e interpreta su significado. La imagen de las langostas parece referirse a un ejército extranjero invasor. Luego describe con realismo la manga que avanza primero  sobre el campo (1.2–12) y después contra la ciudad (2.1–11), destruyéndolo todo, hasta que no queda ni con qué hacer las ofrendas rituales (1.8–10). Joel interpreta esta señal como un llamado al arrepentimiento (1.13, 14) en vista del DÍA DE JEHOVÁ que se aproxima (1.15; 2.12–17) y que será terrible (2.16–20). Si el pueblo se arrepiente, ayuna y ora, Dios no desoirá su clamor, «se arrepentirá» (es decir, no persistirá en destruir) y hará volver la prosperidad (2.18–25).

La segunda parte (2.28–3.21) tiene un profundo contenido escatológico y apunta al futuro con un encendido lenguaje apocalíptico. Es una visión del porvenir, que describe:

  • un derramamiento intenso del Espíritu sobre todo el pueblo (2.28–32; 3 en el texto masorético), y
  • la destrucción de los enemigos de Israel que es descrita en colores apocalípticos, y la restauración del pueblo de Dios 3.1–21; capítulo 4 en el texto masorético.

En vista de que la primera parte parece describir un hecho histórico concreto y la segunda es una profecía del fin, algunos críticos han concluido que se trata de dos porciones, correspondientes a distintos autores y épocas. Pero eruditos más recientes han afirmado la unidad del libro.

JOEL: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

  1. El Día del Señor en el pasado 1–20
    1. El pasado día de la langosta 1–12
    2. El pasado día de la sequía 13–20
  2. El Día del Señor en el futuro 1—3.21
    1. El Día venidero del Señor 1–27
      1. Profecía sobre la invasión venidera de Judá 1–11
      2. Promesa condicional de la salvación de Judá 12–27
    2. El Día definitivo del Señor 28—3.21
      1. Sucesos finales antes del terrible Día del Señor 28–32
      2. Suceso del terrible Día del Señor 1–21
        1. Juicio Sobre Los Gentiles 1–17
        2. Restauración De Judá 18–21

AUTOR Y FECHA

El autor fue Joel (1.1), un profeta de Judá, que predicó en Jerusalén y que al parecer era versado en la literatura profética precedente y contaba con un notable discernimiento espiritual.

El libro es difícil de fechar porque refleja algunas condiciones que corresponden a épocas de antes del cautiverio, y otras propias de un período posterior. La tradición lo consideraba como la más antigua obra profética escrita que se haya conservado, y lo ubicaba durante la infancia de Joás, en el siglo IX a.C. Sin embargo, hay que considerar seriamente la similitud del concepto de Joel del «Día de Jehová» con el vocabulario del profeta Sofonías (Jl 2.2; Sof 1.14–16). Sofonías profetizó durante el reinado de Josías de Judá (640–609 a.C.). Por lo tanto, esta también parece ser la fecha más probable del libro de Joel.

MARCO HISTÓRICO

Si Joel escribió su libro allá por el 600 a.C., tiene que haber vivido en los frenéticos postreros años de Judá. Quizás ya el ejército de Babilonia había destruido a Jerusalén y se había llevado cautivos a los ciudadanos más importantes. De todos modos, su contenido indica un tiempo de crisis nacional total, especialmente en lo espiritual. La comunidad había pasado por un tiempo de destrucción y humillación generalizada. A la pobreza material se agregaba la indigencia espiritual y moral. La situación religiosa era crítica.

Joel no ve otra posibilidad que una renovación profunda en la relación del pueblo con Jehová. El tono de Joel es pastoral y conciliador. El eje de su profecía consiste en una liturgia de lamento, una expresión de confianza en que el resultado final de la situación de crisis está en

las manos de Dios, que es compasivo y fiel.

APORTE A LA TEOLOGÍA

El libro de Joel es importante porque muestra que un mensaje de Dios muchas veces puede venir empaquetado en la forma de un desastre natural. La verdad del libro tiene sus raíces en la desastrosa plaga de langostas que Joel describe con vívido lenguaje. El profeta nos enseña que el Señor puede valerse de un desastre natural para llevar a su pueblo a una renovada percepción de su voluntad. Cualquier desastre natural (inundación, fuego, huracanes, terremotos) puede llevar a la persona sensible a prestar de nuevo atención a las palabras del Señor.

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Los valores de este pequeño libro son notables en distintos sentidos. La precisión de las descripciones y lo vívido de las figuras, la cualidad poética y la habilidad artística del autor (como al ilustrar con el fenómeno dramático de la langosta los hechos sobrenaturales del «Día de Jehová») han llamado profundamente la atención de los estudiosos.

Pero su importancia principal es la de ser precursor de la literatura apocalíptica. Los hechos históricos son proyectados sobre una pantalla final: las langostas son una representación de los poderes que oprimen al pueblo de Dios. Joel no condena al pueblo por su pecado ni afirma que su situación de opresión presente es el resultado de su maldad. En la mente de Joel, el problema no está en los pecados de Judá sino en la crueldad y maldad de otras naciones en contra de Judá.

La restauración de los campos arrasados es una imagen de la recuperación de la original armonía de la creación y de su perfección en el reino venidero (3.17, 18; cf. Jn 4.14; Ap. 22.1, 2). El futuro traerá la reivindicación del pueblo de Dios y la destrucción de sus enemigos (3.9–17; cf. Ap. 14.4–20). Considerados aisladamente, estos pasajes pueden sugerir un estrecho nacionalismo, pero en la totalidad de la revelación, atestiguan el triunfo final de la justicia divina y la derrota de las fuerzas del mal: esta es la confianza que sostiene a la fe.

Pero es la promesa del derramamiento del Espíritu la porción más apreciada de Joel. El «Día de Jehová» no se caracterizará simplemente por hechos espectaculares, sino por la efusión del Espíritu de Dios sobre todo su pueblo.

El Nuevo Testamento se apropia esta promesa: la iglesia primitiva ve con razón en PENTECOSTÉS el cumplimiento de ella (2.28, 29, 32; Hch 2.16–21, 32, 33). El Espíritu es, a su vez, la señal y confirmación de esa otra promesa que Joel vio: el Día del Señor, Día de Juicio y restauración, que la Iglesia heredera del Antiguo Testamento espera.

JOHANÁN

(DON DE JEHOVÁ, RAÍZ HEBREA DEL NOMBRE «JUAN» DEL NUEVO TESTAMENTO).

  1. Príncipe del ejército judío que junto con otros jefes, estaba en el campo después de la caída de Jerusalén, 587 a.C. Según parece, se trataba de un grupo guerrillero refugiado al este del Jordán. Johanán se unió con Gedalías en Mizpa, y en vano le advirtió respecto de la trama de Después, vengó su asesinato. Contra las advertencias de Jeremías, Johanán y los otros jefes guiaron la fuga hacia Egipto, «por temor de los caldeos» (2 R 25.23–26; Jer 40–44).
  2. Levita de los hijos de Coré, uno de los porteros del tabernáculo en tiempo de David (1 Cr 3).
  3. Jefe bajo el rey Josafat, al mando de doscientos ochenta mil soldados (2 Cr 17.13, 15, 19).
  4. Levita de la familia de Sadoc (1 Cr 9).
  5. Hijo mayor de Josías rey de Judá (1 Cr 15).

Otros personajes con este nombre se mencionan en los siguientes pasajes: 1 Cr 3.24; 12.4; 12.12; 2 Cr 28.12; Esd 8.12; 10.28; Neh 12.13, 22; 12.42).

JOIADA

(JEHOVÁ SABE).

Nombre de siete personas en el Antiguo Testamento.

  1. Padre de Benaía, capitán de los cereteos y peleteos del rey David (2 S 8.18) y persona valiente (23.20).
  2. Sacerdote en tiempos de OCOZÍAS, ATALÍA y JOÁS, reyes de Judá. En 2 R 12.10 se le llama sumo sacerdote, y es el primero en recibir este título. Su esposa Josabet, hija del rey Joram (2 Cr 22.11), salvó al niño Joás, hijo de Ocozías, cuando Atalía, la reina madre, intentó asesinar a todos los posibles herederos del trono. Joiada lo mantuvo escondido en el templo durante seis años, después de los cuales lo proclamó rey. Mientras Joás era menor de edad, Joiada desempeñó el cargo de regente (2 Cr 10–23.15). Inició un avivamiento religioso, destruyendo los altares de Baal (23.16ss) y restauró el templo (2 R 11.21–12.16; cf. 2 Cr 24.8–14).
  3. Príncipe del linaje de Aarón (1 Cr 12.27), posiblemente el mismo que el No. 1
  4. Consejero de David después de Ahitofel (1 Cr 34).
  5. Uno que ayudó en la reconstrucción del muro de Jerusalén (Neh 6).
  6. Sumo sacerdote, hijo de Eliasib (Neh 12.10, 11, 22).
  7. Sacerdote en tiempo de Jeremías en lugar del cual, y por medio de una carta, Senaías declaró sacerdote a Sofonías (Jer 26).

JONADAB

(JEHOVÁ ES GENEROSO).

Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Simea, sobrino de David y falso amigo de Amnón. Persona astuta y malvada que explicó a Amnón cómo violar a Tamar, su prima hermana (2 S 13).
  2. Hijo de Recab, ceneo y jefe de los → RECABITAS, tribu nómada que vivía en tiendas y se abstenía del vino (Jer 35.6–19). Cuando Jehú avanzó sobre Samaria confió a Jonadab su anhelo secreto de destruir a los servidores de Baal (2 R 15–23).

JONÁS

(PALOMA).

Nombre de dos personajes en la Biblia.

  1. Hijo de Amitai que fue profeta de Israel. En 2 R 14.25 se habla por única vez en el Antiguo Testamento de un profeta Jonás hijo de Amitai, oriundo de GAT-HEFER, que profetizó bajo Jeroboam II (783–743) «que Jehová restituirá los términos antiguos de Israel». A él tradicionalmente se ha atribuido el libro de Jonás. (JONÁS, LIBRO DE.)
  2. Padre del apóstol Pedro (Mt 17).

LIBRO DE JONÁS: Dentro del conjunto llamado profetas menores está el libro de Jonás. Este,  sin embargo, difiere totalmente de los escritos proféticos. No es profético en el sentido en que se suele hablar de los demás libros de este género, que son una colección de oráculos proféticos.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El libro de Jonás se presenta más bien como una sencilla narración de la comisión de Dios al profeta. Para eludir el encargo de ir a predicar a Nínive, capital de Asiria, Jonás se embarca en Jope rumbo a Tarsis. Una vez en camino a esta ciudad, convencidos los tripulantes (por las suertes echadas y la confesión del propio Jonás) de que Jonás es la causa de la súbita tempestad que los asalta, arrojan al mar al profeta y el mar se calma inmediatamente (1.1–15). Un gran pez se lo traga y pasa en el vientre del animal tres días (2.1–10), tras los cuales lo vomita en tierra firme (2.10).

Después de una segunda comisión divina, JONÁS va a Nínive y predica (único oráculo profético). La conversión de la ciudad es total (3.1–10).

Enojado por la conversión de Nínive, Jonás llega hasta desear la muerte. Para enseñarle una lección, Jehová preparó una calabacera que protegiera del sol al profeta, pero después envió un gusano que la destruyera. Un viento cálido del este se sumó a la agonía del profeta, quien gimió y deseó aun más la muerte. Dios entonces le recordó que Él era un Dios de compasión y que tenía derecho a amar y perdonar a los asirios (4.1–11).

El libro ha recibido las más variadas interpretaciones en cuanto a su carácter. Dos corrientes permanecen frente a frente: la literal (histórica) y la parabólica (didáctica).

Tradicionalmente el libro se ha interpretado en el primer sentido, al pie de la letra, como la historia de la misión de Jonás y sus resultados. Jonás sería el mismo que profetizó en tiempos de Jeroboam II (siglo VIII a.C), el cual es mencionado en el encabezamiento del libro (1.1). Para decir esto se basan en:

  • La tradición judía y patrística;
  • Las alusiones que Jesús hizo de la vida de Jonás (Mt 12.40 y Lc. 30);
  • El hecho de que el libro se escribe como una historia, incluyendo muchos detalles geográficos, topográficos e históricos;
  • Si no es histórico no hay razón para atribuir los sucesos al profeta Jonás;
  • Si es una parábola, es extraño que sea tan larga y que no incluya más indicación o explicación de su

Hoy, sin embargo, muchos han abandonado la interpretación histórica, lo cual no significa negar la inspiración del libro, ni el elemento sobrenatural en las Escrituras. Es una cuestión literaria. Entre las razones de esta interpretación no histórica se dan:

  • El extraño matiz de los milagros (la tempestad repentina, la calma renacida después de caer Jonás al mar, el gran pez, el retorno a la playa, la súbita conversión de aquella gran ciudad, la calabacera que crece en una noche y en otra se seca);
  • Aunque se ven ciertos paralelos con la misión de Elías y Eliseo (1 R 17.9; 2 R 5.1), el relato no se incluye en los libros históricos; más bien parece una parábola dramatizada, al estilo del rico Epulón y el mendigo Lázaro (Lc. 19–31);
  • Es cuestionable el gran tamaño de la ciudad que se refleja en 3.3; y:
  • La falta de indicios o pruebas de una conversión masiva en Nínive.

Hay que reconocer que las alusiones de Jesús, aunque significativas, no comprueban la historicidad de Jonás, pues Jesús no se pronunció al respecto. Pero los argumentos contra la interpretación histórica tampoco son determinantes. En cuanto a los milagros, se ven muchos en la Biblia, especialmente en el tiempo de Elías y Eliseo, los profetas más cercanos a Jonás en trasfondo, misión y tiempo.

La cuestión del pez se ha discutido mucho. Han circulado varios relatos de sucesos modernos semejantes (con varios grados de confiabilidad). Quizás el más importante se encuentra en Princeton Theological Review XXV (1927), p. 636, donde se relata la experiencia de una persona rescatada tres días después de ser tragado por un mamífero marítimo.

En cuanto a la conversión masiva, algunos la ven relacionada con las reformas religiosas de Adad-Nirari III.

Respecto al tamaño de la ciudad, los arqueólogos indican que la ciudad (destruida en 612) pudo tener una población hasta de ciento setenta y cinco mil personas.

JONÁS: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

  1. La primera comisión de Jonás 1—2.10
    1. La desobediencia al primer llamado 1–3
    2. El juicio sobre Jonás 4–17
      1. La gran tormenta 4–16
      2. El gran pez y la gran salvación de Jonás 17
    3. La oración de Jonás 1–9
    4. La liberación de Jonás 10
  2. La segunda comisión de Jonás 1—4.11
    1. La obediencia al segundo llamado 1–4
    2. El arrepentimiento de Nínive 5–10
      1. El gran ayuno 5–9
      2. La gran salvación de Dios en Nínive 10
    3. La oración de Jonás 1–3
    4. Dios reprende a Jonás 4–11

AUTOR Y FECHA

El relato no indica quién sea el autor. Jonás es mencionado siempre en tercera persona. Hoy día es frecuente considerar inválida la teoría que afirma que el mismo profeta mencionado en 2 R 14.25 escribió el libro que lleva su nombre. Se dan para ello las siguientes razones:

  • los arameísmos,
  • las señales de hebreo tardío y:
  • el mensaje central del libro.

Sin embargo, ninguno de los argumentos es conclusivo. Se reconoce cada vez más que muchos arameísmos ya se estaban introduciendo en el hebreo del norte desde el tiempo de David. Además, hay un énfasis universalista incluso en el siglo VIII a.C. (Is 2.2).

Muchos eruditos se inclinan por una fecha tardía, en la época posterior al cautiverio (587), probablemente en el transcurso del siglo V a.C. Pero muchos lo fechan antes del cautiverio, ca. 760 a.C.

MARCO HISTÓRICO

El profeta Jonás probablemente visitó Nínive durante los días gloriosos del Imperio Asirio. Como del 885 al 665 a.C., los asirios dominaron el mundo antiguo. Numerosos pasajes del Antiguo Testamento hablan de hostigamiento de fuerzas asirias contra Judá e Israel durante esos años. Allá por el año 841 a.C., Jehú, rey de Israel, se vio obligado a pagar tributo a Salmanasar III de Asiria. Este tipo de acoso continuó por más de un siglo, hasta que Israel por fin sucumbió ante las fuerzas asirias cerca del año 722 a.C. Jonás no quería ir a Nínive, capital del cruel enemigo asirio, y mucho menos que se arrepintieran y recibieran el perdón de Dios.

Cuando Jonás por fin obedeció, los de Nínive se arrepintieron, tal como lo temía el profeta. Algunos eruditos relacionan la conversión masiva de Nínive con las reformas religiosas de Adad-Nirari III (rey asirio, 811–783).

APORTE A LA TEOLOGÍA

La enseñanza del libro de Jonás es una de las más elevadas del Antiguo Testamento. El tema central es la universalidad de la salvación de Dios, su amor y providencia generosa, la cual no es patrimonio exclusivo de ningún pueblo, ni siquiera el israelita.

Este designio universal de la salvación divina se opone al exclusivismo en que cayó la comunidad judía. En este sentido, el libro de Jonás se suma a Isaías 19.23–25 y al libro de Rut.

La resistencia de Jonás primero y después su tristeza por la conversión de Nínive, que impidió temporalmente el cumplimiento del juicio de Dios, representa claramente la idea del particularismo judío.

Por otra parte, el libro nos enseña que aun los más categóricos vaticinios de Dios contra los pueblos que no son judíos manifiestan la voluntad misericordiosa de Dios. Él solo espera alguna muestra de arrepentimiento para dar su perdón, porque también a los gentiles les es concedida la posibilidad de la conversación. Con Jonás estamos a un paso del evangelio.

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Demasiada atención se le ha dado al «gran pez» (1.17) que se tragó a Jonás y lo vomitó después en la costa. No resolvemos nada discutiendo si un pez puede tragarse a un hombre ni si una persona puede permanecer viva tres días en el vientre de tal criatura.

El asunto de esta parte de la historia es que Dios obró un milagro para preservar la vida de su profeta de manera que este pudiera lograr que Nínive cumpliera las órdenes de Dios. El pasaje establece que Dios «tenía preparado» específicamente este pez para tal propósito (1.17). Otros milagros que Dios «tenía preparado[s]» para enseñar a Jonás su propósito para la ciudad de Nínive fueron la calabacera (4.6), la enfermedad y sequía de la planta (4.7) y el viento  solano que añadió miseria a Jonás.

Algunos lectores de la Biblia insisten en interpretar este libro como una alegoría o una parábola. Sin embargo, esos enfoques pasan por alto la propia interpretación literal de Jesús acerca de Jonás. Hablando de su muerte y resurrección, Jesús declaró: «Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12.40 ; también Lc. 11.29–32). Por tanto, el libro de Jonás es mucho más que una historia de un pez. Es un recuento maravilloso de la gracia de Dios que eleva nuestra mirada a la más grandiosa historia de amor de todas: la muerte de su Hijo Jesucristo por los pecados del mundo. (JONÁS)

JONATÁN

(JEHOVÁ HA DADO).

Nombre dado a muchos personajes del Antiguo Testamento, de entre los mismos se destacan los siguientes:

  1. Hijo de Gersón, descendiente de Moisés, a quien contrató MICAÍAS para el sacerdocio dedicado a un ídolo en Efraín. Llegó a ser progenitor de una línea de sacerdotes en la tribu de Dan, la cual continuó «hasta el día del cautiverio de la tierra» (Jue 17; 30s).
  2. Hijo mayor de SAÚL y uno de los personajes más renombrados y amorosos del Antiguo Testamento. Amó intensamente a DAVID, rey de Israel después de Saúl (1 S 14.49, 50; 18.1). Su fe y valentía se manifiestan en 1 S 13.3; 14. David elogió el carácter guerrero y la fidelidad de Jonatán (2 S 1.22). Sin embargo, esa fidelidad para con David reñía con la lealtad que debía a su padre Saúl (1 S 1–4).

Cuando Saúl, movido por los celos, intentó matar a David, Jonatán se presentó como pacificador y expuso su vida para proteger a David (1 S 19.1–7; 20). El relato del último encuentro de los dos amigos pinta uno de los cuadros más elocuentes de fidelidad y amor en medio de la oposición e intriga (1 S 23.16–18). Jonatán pereció con su padre combatiendo a los filisteos en la batalla de GILBOA (1 S 31.2). Después de la muerte de Jonatán el recién coronado rey de Israel, David, tomó a su cuidado al huérfano → MEFI-BOSET, hijo de Jonatán (2 S 9). La amistad entre David y Jonatán prefigura la amistad con Cristo en la experiencia del creyente.

  1. Tío de David (1 Cr 32).
  2. Hijo del sumo sacerdote ABIATAR, comprometido en el atentado contra David tramado por Absalón y Adonías (2 S 15.36; 17.15–22; 1 R 41–49).
  3. Uno de los «poderosos varones de David» (2 S 23.32; 1 Cr 34).
  4. Sacerdote, hijo de Joiada (Neh 11).
  5. Hijo de Carea asociado con el asesinato de Gedalías durante la dominación de Jerusalén por Nabucodonosor (Jer 8).
  6. Escriba en cuya casa estuvo prisionero el profeta Jeremías (Jer 20).

JOPE

(EN HEBREO, YAFÓ, QUE SIGNIFICA BELLEZA).

Puerto situado en el territorio que correspondió a Dan (Jos 19.46), en la costa del Mediterráneo, 45 km al sur de Cesarea y 50 km al noroeste de Jerusalén.

Como durante siglos fue casi el único puerto de Palestina, Jope cobró gran importancia a pesar de su poca profundidad y protección del viento. Aparece mencionado en inscripciones que datan del siglo XV a.C. Durante el período del Antiguo Testamento, aunque estaba en poder de los filisteos o los cananeos, lo utilizaban los israelitas. A Jope llegó la madera del Líbano y de Tiro destinada para la construcción del templo (1 R 5.9; 2 Cr 2.16; Esd 3.7), y desde allí Jonás trató de escapar de la presencia del Señor (Jon 1.3).

Al principio del período intertestamentario Jope estaba bajo la administración de Sidón. Quedó libre cuando Artajerjes III (358–338 a.C.) destruyó a Sidón, pero permaneció como parte del Imperio Persa. Alejandro el Grande helenizó el nombre de Yafó y surgió Jope.

Después de pasar por manos de los Tolomeos y seléucidas, Simón Macabeo conquistó a Jope en 143 a.C. y le implantó costumbres judías (1 Mac 13.11; 14.5; Josefo, Antigüedades XIII.vi.4).

El control de la ciudad de Jope se disputaba hasta llegar Pompeyo en 66 a.C., y esta la hizo parte de la provincia romana de Siria. Julio César la devolvió a los judíos en 47 a.C. Herodes el Grande la conquistó en 37 (Josefo, Antigüedades XIV.xv.1) y luego construyó el puerto rival de Cesarea.

Pronto el cristianismo llegó a Jope (Hch 9.36–10.23; DORCAS, SIMÓN No. 8). La convirtieron en una sede episcopal después del reinado de Constantino, y llegó a ser ciudad muy disputada entre los cristianos y los mahometanos durante las cruzadas. En 1950 Jope se incorporó a la moderna ciudad de Tel Aviv, que en 1970 tenía una población de 384.700 habitantes, la ciudad más grande de la República de Israel.

JORAM

(JEHOVÁ ES EXALTADO).

Nombre de cinco personajes del Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Toi, rey de Hamat, llamado «Adoram» en 1 Cr 18.10 (2 S 8.10).
  2. Uno de los levitas del tiempo de David que tenía a su cargo las cosas consagradas por el rey (1 Cr 25–27).
  3. Sacerdote en el tiempo de Josafat que, en compañía de otros, recorrió las ciudades de Judá, llevando el libro de la Ley y enseñando al pueblo (2 Cr 17.8, 9).
  4. Rey de Israel y segundo hijo de Acab y Jezabel. Sucedió a su hermano Ocozías y reinó ca. 851–842. Aunque quitó las estatuas de Baal es probable que lo adorara en secreto (2 S 3.2, 13a). Siguió el pecado de Jeroboam. El matrimonio de su hermana Atalía con Joram, rey de Judá, hijo de Josafat, estrechó las relaciones entre las dos naciones. Durante su reinado se rebeló Moab que anteriormente lo había conquistado Omri. Joram subió con Josafat y el rey de Edom para pelear contra Mesa, rey de Moab, pero la victoria fue dudosa (2 R 4–27).

Más tarde, Joram también peleó contra Ben-adad y Hazael de Siria y, como consecuencia, Ben-adad puso un cruel sitio a Samaria que solo terminó con la intervención de Dios. A su muerte, a Joram le sucedió Jehú, general del ejército. Las narraciones acerca de Eliseo están incluidas en las del reinado de Joram, pero la cronología es incierta (2 R 1.17–9.28).

  1. Rey de Judá (ca. 850–843), hijo y sucesor de Josafat. Gobernó bajo la influencia de su esposa Atalía, hija de Acab. Mató a sus seis hermanos e introdujo el culto a Baal (2 R 8.17, 18; 2 Cr 6). Durante su reinado hizo «que fornicara Judá y los moradores de Jerusalén». Por tanto, Elías pronunció juicio contra él a través de una carta (2 Cr 21.12– 15). Como consecuencia de su desordenado gobierno, Edom y Libna se libraron de su dominio (2 Cr 21.8–10). A Judá la invadieron filisteos y árabes que incluso saquearon la casa del rey y raptaron a todos sus hijos, excepto Joacaz el menor (2 Cr 21.16, 17). Joram murió de una enfermedad repulsiva y no se le rindieron los honores dados a otros reyes (2 Cr 21.18–20).

JORDÁN

El río más largo de Palestina, que atraviesa todo el país. Nace cerca de la frontera del norte y desemboca en el mar Muerto.

ETIMOLOGÍA

Algunos opinan que el nombre hebreo Yarden es semítico derivado del verbo yarad (descender), es decir, «el río que desciende rápidamente». Otros, observando que el nombre tiene la misma raíz que los nombres de otros ríos de la cuenca mediterránea, han postulado un origen indoario, de yor (año) y don (río), es decir, «el río perenne».

DESCRIPCIÓN

El Jordán nace al sur de la cordillera del Hermón por la confluencia de cuatro riachuelos: el Nahr Banyas al este, que nace en una cueva cerca de la antigua Cesarea de Filipos; el Nahr el- Leddan, que nace al oeste, junto al Tell el-qadi, cerca de la ciudad israelita de Dan, y corre 6 km antes de juntarse con el Nahr Banyas; el Nahr el-Jasbani, que es el más largo de los cuatro, corre 40 km y se junta con los dos anteriores; y el Nahr Bareighit, el más corto, que nace al oeste y desemboca en el Nahr el-Hasbani. Luego el Jordán continúa su curso 12 km hacia el sur, a lo largo de una fértil llanura, y atraviesa lo que antiguamente era un lago pantanoso llamado → MEROM (Jos 11.5, 7). El nombre actual del lugar es Hule, pero el lago lo desecaron y lo convirtieron en tierra cultivable que el Jordán aún riega.

Desde Hule, el Jordán avanza hacia el sur unos 4 km de cauce lento y entonces inicia un violento descenso de 11 km por entre rocas basálticas. Se normaliza en una planicie de 1 km formada por sus propios depósitos arenosos y luego desemboca en el mar de GALILEA o lago de Genesaret. La agricultura prospera en la región alrededor de este lago.

La parte más importante del Jordán y la que se menciona más en la Biblia es la que se extiende desde el sur de Galilea hasta el mar Muerto, una recta de 110 km, que debido a sus innumerables meandros, el Jordán alarga hasta casi 320 km. De ahí el río desciende hasta 390 m bajo el nivel del mar y forma así la depresión más baja del mundo. En esta región recoge el agua de unos pocos afluentes perennes del lado oeste. Del lado este hay nueve ríos perennes, de los cuales los más importantes son el Jarmuk y el JABOC. En la antigüedad se establecieron ciudades en los deltas fértiles que formaban estos ríos al desembocar en el Jordán.

Esta parte del valle del Jordán, que en algunos lugares se ensancha hasta 20 km, se divide en tres niveles. El más bajo es llamado el Zor y está cubierto de densos matorrales de tamariscos, zarzas, cardos y espinas, y frondosos álamos y sauces. Se inunda cada año en los meses de la siega (Jos 3.15). Jeremías llamó a esta zona «la espesura del Jordán», y en sus tiempos la habitaban leones (Jer 12.5; 49.19).

En el nivel de en medio de cada lado del Zor hay montes áridos por la erosión. Esta zona llamada Qattara, no es cultivable.

En el nivel más alto, llamado el Gor, asciende gradualmente desde el Qattara hasta las regiones montañosas de uno y otro lado. Esta zona, especialmente a lo largo de 40 km al sur del mar de Galilea, es una pradera fértil. En los últimos kilómetros antes de llegar al mar Muerto todo el valle se vuelve desértico.

IMPORTANCIA HISTÓRICA

Al lado oeste del Jordán se han encontrado esqueletos de elefantes y rinocerontes, y flechas y hachas de personas primitivas. En el séptimo milenio a.C. empezó a florecer la agricultura y desde esa época empezaron a sucederse períodos de desarrollo y emigración. Entre los siglos XX y XIV a.C., en un tiempo de emigración de los habitantes locales, vivieron aquí los patriarcas; Lot el sobrino de Abraham escogió vivir en la «llanura del Jordán» (Gn 13.10s).

En lugar de ser vía de comunicación, como otros ríos, el Jordán siempre fue barrera geográfica y cultural. Durante los cuarenta años en el desierto, Moisés esperaba el día en que los israelitas pudieran cruzar el Jordán, el último obstáculo para el cumplimiento de la promesa de Dios de introducirlos en la tierra prometida. Al fin, por una intervención divina, se venció este obstáculo y los israelitas cruzaron mientras las aguas se detenían (Jos 3.16). Sin embargo, el hecho de que las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés colonizaran el lado este del Jordán significó que vivieron separados del resto de Israel (Jos 22.9–34). Esto preocupó a Moisés (Nm 32.1–33) y a Josué (Jos 22.1–8).

En campañas militares la barrera geográfica del Jordán servía tanto de obstáculo como de protección (2 S 17.22). La posesión de sus vados aseguraba la victoria (Jue 3.28; 7.24s).

TRES IMPORTANTES ÉPOCAS EN LA HISTORIA DE ISRAEL SE INICIARON ALREDEDOR DEL JORDÁN:

  1. Israel inició su vida como pueblo sedentario y gozó de la «tierra que fluía leche y miel» después de cruzar al lado oeste del río.
  2. Elías, en el siglo IX y después de cruzar el Jordán, fue arrebatado al cielo y Eliseo ocupó su lugar como profeta (2 R 2.7s ,13s). Estos dos iniciaron el profetismo (PROFECÍA, PROFETAS) de Israel. Eliseo ordenó a Naamán, general del ejército sirio, que se lavara siete veces en el Jordán para limpiarse de su lepra (2 R 5.1–14) y más tarde hizo flotar un hacha sobre las aguas del río (2 R 1–7).
  3. Junto al Jordán, JUAN EL BAUTISTA proclamó su mensaje de arrepentimiento, y así preparó el camino para el Mesías (Lc 3.3). Allí inició Jesús su ministerio público después de su bautizo (Mt 3.13–17; Mc 1.9–11; Lc 21s).

JORNALERO

Desde la época bíblica el jornalero fue un peón u obrero al que se contrataba por jornadas de uno, dos, tres o más días (Job 14.6). Su salario era el «jornal», que se pagaba en monedas de plata o en géneros (Mt 20.2–13). Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento se alude a la formalidad y respeto en los pagos al jornalero (Lv 19.13; Dt 24.14, 15; Lc 10.7; Stg 5.4).

Los profetas proclamaban la certeza del cumplimiento de las sentencias de Dios con la expresión «tiempo de jornalero». El evangelista Juan contrasta al jornalero encargado de cuidar las ovejas con el dueño del rebaño, el pastor (Jn 10.12, 13). El pasaje tiene profundo significado espiritual: el jornalero tiene interés en su salario en tanto que el interés del pastor está en el rebaño mismo.

El profeta Hageo usa la figura del jornalero con «saco roto» para convencer al pueblo de lo infructuoso que son sus caminos cuando se aleja de Dios (Hag 1.5, 6). Con frecuencia en la Biblia los términos «criado» y «asalariado» se usan como sinónimos de «jornalero».

JOSABA

Hija del rey Joram de Judá y esposa del sumo sacerdote Joiada. Valiente mujer que rescató su sobrino Joás de la muerte cierta a manos de Atalía, la malvada reina de Judá (2 R 11.1–3. En 2 Cr 22.10–12, Josabet). Josaba era medio hermana de Ocozías. Cuando Ocozías murió en batalla, su madre, Atalía, intentó matar a todos sus nietos y usurpar el trono. Sin embargo, Josaba rescató a un hijo pequeño de Ocozías (2 R 11.2) y lo escondió seis años en el templo hasta que tuvo la suficiente edad para proclamarlo rey.

El valor de la acción de Josaba preservó «la casa y familia de David» (Lc 2.4), de la que Jesús descendió.

JOSAFAT

Rey de Judá (ca. 870–848 a.C.), hijo y sucesor de Asa. Durante su reinado se inició una época de amistad entre Israel y Judá que no habían cesado de pelear entre sí desde la muerte de Salomón. Josafat y Acab celebraron una alianza que culminó con el matrimonio de Atalía, hija de Acab, con Joram, hijo de Josafat. Al principio el arreglo pareció muy promisorio, pero el resultado no lo fue. A pesar de la advertencia de Micaías, Josafat salió juntamente con Acab contra Ramot de Galaad. Los cuatrocientos profetas de Josafat habían predicho la victoria, pero Micaías profetizó la muerte de Acab, la cual en efecto sucedió (1 R 22.13–40).

Desde el punto de vista político y religioso, Josafat fue un buen rey. Conquistó Edom, lo cual le proporcionó una fuente de ingresos fruto del comercio con los árabes. Segundo de Crónicas dedica cuatro capítulos (17–20) a su reinado y destaca que fortificó ciudades, colocó tropas en las ciudades efrateas que su padre había conquistado y lo temieron todos sus vecinos. Tanto filisteos como árabes le traían tributos y regalos, y logró formar un gran ejército. Gracias a este ejército, derrotó a una coalición moabita, amonita y edomita, después de lo cual convocó a una asamblea popular para buscar el favor de Dios. Josafat se preocupó porque se instruyera al pueblo en la Ley, y envió levitas y sacerdotes a los campos para impartirla. A él se atribuye también el mejoramiento del sistema de justicia, pues estableció jueces en todas las ciudades fortificadas de Judá y una corte de apelación en Jerusalén (1 R 22.1–50; 2 R 3.1–27).

JOSAFAT, VALLE DE

Nombre que Joel dio al lugar del juicio final (Jl 3.2, 12).

No hay fundamento para aplicarlo a alguna localidad conocida, aunque el uso del término geográfico «valle», ha dado lugar a alguna especulación al respecto. En los versículos citados de Joel, «Josafat» (Jehová ha juzgado) hace referencia a «juicio» y, por consiguiente, pareciera más probable que tanto «el valle de Josafat» como «el valle de la decisión» (Jl 3.14), sean nombres que simbolizan el juicio. La tradición tanto cristiana como judía y musulmana ha identificado el lugar del juicio final con el valle del Cedrón, entre el monte de los Olivos y Jerusalén.

JOSÉ

(ÉL AÑADE).

Nombre de varios hombres en la Biblia.

  1. Nombre étnico que designaba las tribus de EFRAÍN y MANASÉS, llamadas también «casa de José» (Jos 17.17), «tribu de José» (Nm 13.11) o «hijos de José» (Nm 1.10, 32). Y ya que Efraín era la más fuerte de las tribus del norte, el pueblo mismo de Israel llevaba este nombre (Ez 37.16, 19) o, en alguna ocasión, todo el pueblo escogido (Abd 18).
  2. Tres varones en la genealogía de Jesús (Lc 3.24, 26, 30).
  3. El «llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo», uno de los dos que los apóstoles nominaron para ocupar el lugar de Judas Iscariote (Hch 21s).
  4. Hermano de Jesús (Mc 3).
  5. Compañero de Pablo de sobrenombre BERNABÉ (Hch 36).

 

  1. Miembro de la familia macabea (1 Mac 5.18, 55–62).
  2. Otras personas del mismo nombre se mencionan en Nm 13.7; 1 Cr 25.2; Esd 10.42; Neh 12.14.

JOSÉ, HIJO DE JACOB

Patriarca israelita, hijo decimoprimero de Jacob y su primero con Raquel. Nació en Padan- aram, lugar de la antigua Mesopotamia, hoy Irak (Gn 29.4; 30.22–24). Niño aún, se trasladó con sus padres y hermanos a Palestina donde vivió hasta los 17 años de edad, dedicado a pastorear los rebaños de su padre, de quien era hijo predilecto (Gn 31.17, 18; 37.2). Más tarde, debido a esta predilección que Jacob sentía por José y al hecho de que este contaba a su padre los malos caminos de sus hermanos mayores, estos le aborrecieron en tal forma que un día lo vendieron como esclavo a unos mercaderes MADIANITAS por veinte piezas de plata. Dijeron a su padre que lo había matado algún animal (Gn 37.3–36). Los mercaderes lo llevaron a Egipto donde lo vendieron a POTIFAR, capitán de la guardia del faraón.

En Egipto, gracias a su inteligencia y honradez, José fue puesto de mayordomo en la casa de Potifar, su amo (Gn 39.1–4), pero debido a una calumnia de la esposa de este, lo encarcelaron por largo tiempo (Gn 39.1–20). Dios lo bendijo, sin embargo, dándole «gracia en los ojos del jefe de la cárcel», el cual le nombró guardián de todos los presos (Gn 39.21–23).

En la cárcel José tuvo oportunidad de interpretar los sueños de dos oficiales del faraón, también prisioneros, lo que después le proporcionó igual oportunidad de interpretar un sueño misterioso del faraón. Como recompensa, y en bien de la economía del país, a José lo sacaron de la prisión para ocupar el cargo de primer ministro en el gobierno de la nación (Gn 41.1–44). En esta forma llegó a ser el segundo personaje en la nación. El país prosperó extraordinariamente bajo su dirección (Gn 41.49).

Mientras ocupaba tan alta posición, José contrajo matrimonio con ASENAT, joven egipcia de familia distinguida (Gn 41.45, 46). De esta unión nacieron dos hijos: MANASÉS, el primogénito, a quien José llamó así «porque dijo: Dios me ha hecho olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre»; al segundo lo llamó EFRAÍN «porque dijo: Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción» (Gn 41.51, 52).

Efraín y Manasés fueron adoptados por Jacob como hijos suyos (Gn 48.8–20) y encabezaron dos tribus de Israel. Una vez conquistada la tierra prometida, recibieron porciones al igual que sus tíos (Jos 14.4), privilegio otorgado por herencia de tan ilustre padre.

Es probable que uno de los hicsos (FARAÓN; EGIPTO) nombrara a José para tan importante puesto, ca. 1720–1570 a.C. Estos semitas infiltraron a Egipto desde Canaán, y observando escrupulosamente todas las costumbres egipcias, llegaron a dominar el país por muchos años. José fue simplemente uno de los muchos esclavos semitas en Egipto durante esa época. Por ejemplo, en una lista recién descubierta de los 79 sirvientes de una casa egipcia de ese período, por lo menos 45 tenían nombres asiáticos, es decir, eran semitas cual José, probablemente esclavos.

En los días en que José gobernaba en Egipto hubo escasez de alimentos en las tierras circunvecinas. Jacob envió a sus hijos para comprar alimentos en el referido país, pues allá había abundancia gracias a la buena administración de José (Gn 42.1ss). Tal era la necesidad en los alrededores, que José adquirió para el faraón casi toda la tierra de Egipto (Gn 41.46–49, 53– 57; 47.13–26). Cuando sus hermanos llegaron, José los reconoció, pero para probarlos y saber de sus intenciones «hizo como que no los conoció y les habló ásperamente» (Gn 42.6, 7). Después de una serie de exigencias, entre las que manifestó su deseo de ver a BENJAMÍN, el menor de la familia que había quedado con el padre, José se despidió de ellos sin haberse dado a conocer. Los surtió de trigo y comida para el camino (Gn 42.25, 26), y les dio testimonio de su fe en Dios (Gn 42.18). Al actuar de esta forma tan severa y fingida, José sentía arder su corazón en amor hacia sus hermanos; por tanto, se retiró de ellos y desahogó su corazón llorando (Gn 42.24).

En una nueva visita de sus hermanos a Egipto en busca de pan, José se reveló a ellos sincera y emocionalmente (Gn 45.1–14). Después de esta entrevista hizo venir a su padre y a sus hermanos, para que residieran en Egipto; destinó para ellos la región más rica del país (Gn 46.1–12).

Cuando Jacob enfermó de muerte, José, junto con sus dos hijos, fue a visitarlo. Y una vez ocurrido el fallecimiento de Jacob, José dispuso un largo viaje de toda la familia hasta la Tierra Santa, para dar a su padre honrosa sepultura en la tierra de sus antepasados. Así José obedeció la disposición testamentaria de su progenitor (Gn 50.1–14).

Después de la muerte de Jacob, los hermanos de José recelaron que este cambiaría de actitud hacia ellos y los tratara con dureza. Conocedor de este sentimiento, José les dio muestras de su sincero amor hacia ellos (Gn 50.15–23). José murió en Egipto a los ciento diez años de edad, una duración de vida que los egipcios consideraban ideal, y por tanto una señal de la bendición divina. Lo embalsamaron y pusieron en un ataúd que conservaron en Egipto (Gn 50.24–26). Años después, cuando los israelitas ganaron su libertad y partieron rumbo a Palestina, llevaron consigo los huesos de José (Éx 13.19).

Tan venerables restos viajaron con los israelitas por el desierto; y una vez conquistada la tierra prometida, los enterraron en la población de SIQUEM (Jos 24.32).

La historia de José se encuentra en Gn 30.22–25; 37–50, y es una de las más emocionantes de la Biblia. José se nos presenta como el hijo más amado de su padre, el hermano más odiado por sus hermanos y como el mejor hermano de todos los siglos.

Tanto amó a sus hermanos que les perdonó el haberlo vendido como esclavo, les salvó la vida y los colmó de bienes, llorando al verlos, después de larguísima ausencia. José se convirtió en guardián y amigo de todos los prisioneros. Fue distinguido estadista, esposo fiel y padre ejemplar, guiado en todo por el Espíritu de Dios. Mereció mención entre los héroes de la fe en Heb 11.22 por haber previsto el éxodo de Egipto de su pueblo y por haber dado «mandamiento acerca de sus huesos».

JOSÉ DE ARIMATEA

Personaje que todos los evangelistas mencionan como el que sepultó el cuerpo de Jesucristo. Era rico, natural de ARIMATEA y probablemente miembro del SANEDRÍN (Mt 27.57; Mc 15.43). Era israelita «justo y bueno», que esperaba el Reino de Dios, y discípulo secreto de Jesús (Lc 23.50s; Jn 19.38).

Como consejero, José de Arimatea no había votado en la condenatoria de Jesús (Lc 23.51), y la crisis de la crucifixión le dio valor para entrar «osadamente a Pilato» y pedir el cuerpo del Señor (Mc 15.43). Junto con NICODEMO, su colega en el consejo, bajó el cuerpo de la cruz, lo envolvió en una sábana, lo ungió con especias y lo colocó en un sepulcro nuevo «abierto en una peña» (Mt 27.58–60; Lc 63.53). Juan 19.41s añade que el sepulcro se hallaba en un huerto en el lugar de la crucifixión.

Las leyendas sobre las actividades posteriores de José de Arimatea no tienen base histórica, pero fue el instrumento de Dios para cumplir la profecía de Is 53.9.

JOSÉ, MARIDO DE MARÍA

Descendiente de David, desposado con MARÍA.

Como su GENEALOGÍA se hallaba registrada en Belén, tuvo que viajar hasta allá desde su ciudad, Nazaret, con motivo del empadronamiento ordenado por Augusto César (Mt 1.16; Lc 2.4). Según Mt 1.19, era «justo», lo que señala su piedad y sumisión a la Ley, y a juzgar por Lc

2.24 también era pobre. La amarga experiencia descrita en Mt 1.18s sin duda correspondió al momento en que María regresó de su visita a Elisabet (Lc 1.39–56), José determinó romper el compromiso con ella, pero por compasión quiso hacerlo en secreto, sin tomar las medidas públicas acostumbradas. Sorprendido por una revelación (Mt 1.20s), aceptó con fe la concepción milagrosa del niño y se apercibió para cumplir su importantísimo cometido como guardián del Mesías. Se casó legalmente con María (Mt 1.24), aunque sin unirse todavía con ella (v. 25), de modo que el niño nació como si fuera «hijo de José» (Mt 13.55; Jn 1.45; 6.42).

Junto con María, y por orden del edicto de Augusto César, José fue a Belén muy cerca del tiempo en que habría de nacer el niño (Lc 2.1–7), y al nacer le puso por nombre Jesús (Mt 1.25; Lc 2.21). Después de los acontecimientos descritos en Lc 2.22–39 y Mt 2.1–12, huyó con María y el niño a Egipto (Mt 2.13ss). Volvió a Palestina, aparentemente con la intención de radicar en Judea, después de la muerte de Herodes, pero una nueva revelación divina lo llevó hasta Nazaret (Mt 2.19–23). En este lugar ejerció el oficio de tekton, es decir, obrero de la construcción, carpintero, ebanista (cf. Mc 6.3; donde a Jesús también se le llama tekton).

Después José solo aparece como protector del niño Jesús. Participa de la incomprensión de María frente a la declaración de Jesús respecto a su misión especial (Lc 2.41–52). La interpretación natural de varios textos implica que era padre de varios hijos e hijas con María (Mt 1.25; 13.55; Mc 3.31–35; Jn 7.5; HERMANOS DE JESÚS).

No se le nombra más con María y los hermanos de Jesús, y la entrega que Jesús hace de su madre al cuidado de Juan, al pie de la cruz, hace pensar que José ya había muerto entonces (Jn 19.26, 27).

JOSÍAS

Rey de Judá (ca. 639–609 a.C.), coronado por el pueblo a la edad de ocho años, después que su padre, Amón, fue asesinado. Los relatos de los libros de Reyes y Crónicas concuerdan en señalar a Josías como el más recto de los reyes de Judá. Debido sin duda a los serios problemas que Asiria tenía con sus enemigos en el Oriente, Josías pudo conquistar rápidamente las antiguas provincias del reino del norte y librarse en gran parte del tutelaje de los asirios. Josías extendió las fronteras de su reino hasta alcanzar los límites que el reino unido había tenido en tiempos de David, con quien lo comparan sus cronistas.

Paralelamente con sus conquistas territoriales, Josías emprendió una reforma religiosa de grandes alcances e implicaciones políticas notables. Esta reforma tuvo como principal objetivo extirpar del pueblo de Judá las prácticas cananeas y la adoración de las diversas divinidades extranjeras. El hecho de que abarcara también a las provincias del norte, muestra que ya Josías había conquistado dicho territorio.

No obstante lo anterior, el reinado de Josías significó un esplendor efímero para el reino de Judá. Toda su gloria, el resurgimiento de la adoración a Jehová y las conquistas territoriales fueron apenas destellos finales en la historia del reino del sur. Josías había visto desplomarse en pocos años el gran Imperio Asirio y la destrucción de Nínive en el año 612 a.C., y además sabía que aunque los asirios luchaban por sobrevivir, sus días como imperio y como pueblo estaban contados. Esto también lo sabían Sofonías, Jeremías, Nahúm y Habacuc. Pero no por ello dejaban de anunciar con insistencia la destrucción de Judá y de Jerusalén.

A cambio de los asirios, empezaba a levantarse el nuevo e inmisericorde Imperio Babilónico, y este hecho aterraba a Josías. Tantos fueron los temores de este, que cuando faraón Necao salió con sus tropas para combatir contra los asirios, aunque el mismo Necao trató de disuadirlo, Josías se le enfrentó en Meguido. Allí hirieron gravemente a Josías y murió. Su muerte echó por tierra las esperanzas, sobre todo de quienes lo habían comenzado a ver como el esperado restaurador del reino davídico (2 R 21.24–23.30; 2 Cr 33.25–35.27). Aparte de la posible defensa de Sofonías (si se le sitúa en su época), hay una crítica muy severa de Jeremías a su reinado. En 3.6–11 expresa que su reforma fue hipócrita y, en su famoso «sermón del templo» (7.25), denuncia la opresión, la injusticia, la inmoralidad y el culto idólatra. Otras condenas en 6.16–21; 7.1–15; 8.4–9.

JOSUÉ

(EN HEBREO, JEHOVÁ SALVA).

Nombre de cuatro hombres en el Antiguo Testamento.

  1. Hijo de Nun, ayudante y sucesor de Moisés. Cuando joven (Éx. 33.11), Moisés lo escogió como su ayudante personal y le dio autoridad para escoger a los que le acompañarían en su contienda con AMALEC (Éx. 17). Fue Moisés también el que le llamó Josué, pues antes se llamaba Oseas (Nm. 13.16). Josué representó a su tribu en el grupo que nombraron para reconocer la tierra prometida (Nm. 13.8). Luego, junto con CALEB, animó al pueblo y habló en favor de tomar posesión de la tierra (Nm. 14).

Mientras Moisés estaba en la presencia de Dios en el monte Sinaí, Josué permaneció en el tabernáculo; allí seguramente aprendió el secreto de la paciencia de Moisés, paciencia que más tarde debía hacer suya (Éx. 24.13; 33.11; Nm. 11.28). Dios lo seleccionó como sucesor de Moisés y este lo reconoció como tal (Nm. 27.18–23; Dt 31).

Además, Josué fue el encargado de repartir la tierra juntamente con Eleazar (Nm. 34.17). Josué  tomó  la  dirección  del  pueblo  de  Dios  inmediatamente  después  de  la  muerte  de Moisés. Como preparativo para su labor, envió espías a JERICÓ, quienes le trajeron informes

alentadores para invadir la tierra. El primer paso fue atravesar el Jordán, encabezados por los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; cuando estos mojaron las plantas de sus pies en la orilla del Jordán, las aguas se detuvieron. Los sacerdotes permanecieron en medio del cauce seco, y todo el pueblo de Israel cruzó antes que el río reanudara su curso normal (Jos 3).

Después de entrar en la tierra de Canaán, Dios ordenó a Josué circuncidar a los hijos de Israel que no se habían circuncidado después de la salida de Egipto (cap. 5). La ciudad de Jericó cayó en manos de Josué y su pueblo (cap. 6). Luego capturaron la ciudad de Hai, donde Josué mostró gran astucia militar, al emboscarse y tomar la ciudad (cap. 8).

Después de conquistar toda la tierra prometida, Josué y Eleazar efectuaron la repartición (caps. 13–21). Para culminar su labor, Josué invitó al pueblo a temer y servir a Dios con integridad y verdad.

La vida de este gran líder del pueblo de Dios no revela falla alguna en las labores que se le encomendaron. En su juventud aprendió a designar responsabilidades como hombre; como ciudadano, buscó lo mejor para su patria; como militar, fue honorable e imparcial.

A lo largo de sus días, Josué mostró obediencia al trabajo que Dios le asignó y lo desempeñó orgullosamente. Las palabras «yo y mi casa serviremos a Jehová» expresan el lema de su vida (Jos 24.15).

  1. Josué de Bet-semes. Varón a cuyo campo llegó el carro que traía de vuelta a Israel el arca de Jehová (1 S 6.14–18), procedente de la tierra de los
  2. Sumo sacerdote, que también se llama Jesúa (Esd 3.2), hijo de Josadac. Con su ayuda se restauraron el altar y el culto (Esd. 3.1–7). La visión del sumo sacerdote se encuentra en Zac. 3, y su simbólica coronación en Zac. 9–15.
  3. Gobernador de Jerusalén en los días de la reforma de JOSÍAS (2 R 8).

LIBRO DE JOSUÉ, Libro del Antiguo Testamento que describe vivamente la conquista de la tierra de Canaán por los israelitas, las tácticas usadas y la distribución geográfica de la tierra. Destaca la intervención divina en circunstancias tales como el cruce del río Jordán, la conquista de Jericó y Hai, y la derrota de los amorreos. Narra el período histórico cuando el pueblo de Israel volvió a Jehová, dirigido por Josué, y muestra la fidelidad de Dios en cumplir su promesa a Israel (Gn 15.18; Jos 1.2–6; 21.43–45).

ESTRUCTURA DEL LIBRO

Josué tiene una fluidez en su estructura que lo hace fácil de leer. En un breve prólogo, presenta al guerrero Josué como el líder capaz que Dios selecciona para conducir a su pueblo a la tierra prometida. Inmediatamente comienza a narrar las victorias militares de los hebreos al arrojar a los cananeos de la tierra que Dios les dio. Atacaron primero por el centro de Canaán y se apoderaron de la ciudad de Jericó y las regiones adyacentes.

Después lanzaron ataques rápidos hacia el sur y hacia el norte. Esta estrategia les permitió consolidar posiciones. Después de debilitar a sus enemigos, realizaron diversos ataques de menor envergadura durante varios años.

Tras las crónicas de las campañas militares de Josué, se describe la división del territorio entre las doce tribus de Israel.

El libro termina con la muerte de Josué, después de exhortar este al pueblo a renovar el pacto y permanecer fieles a Dios.

JOSUÉ: UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA

Primera parte: La conquista de Canaán (1.1 — 13.7)

SEGUNDA PARTE: Colonización en Canaán (13.8 — 24.33)

AUTOR Y FECHA

El libro es tan específico en su narración que si el autor no fue Josué mismo, él contribuyó en gran manera el contenido total. Esto se puede apreciar en lo siguiente:

  1. El envío de los espías (cap. 2).
  2. El paso del Jordán (cap. 3).
  3. Detalles precisos de la circuncisión (cap. 5).
  4. La toma de Jericó y Hai (caps. 6–8).
  5. La derrota de los amorreos (cap.10).

Evidentemente el autor debió ser testigo ocular de los acontecimientos del libro. Ciertas secciones del libro se atribuyen directamente a Josué (18.9; 24. 26). De igual manera, hay otras secciones que no pudieron haber sido escritas por él, tales como el relato de su muerte (24.29– 31). El libro debe haberse completado poco después de la muerte de Josué (1375).

MARCO HISTÓRICO

El libro de Josué abarca como veinticinco años de uno de los períodos más importantes de la historia de Israel: la conquista y colonización de la tierra que Dios había prometido a Abraham y sus descendientes siglos antes. La conquista debe haberse producido entre 1400 y 1375 a.C.

APORTE A LA TEOLOGÍA

Josué contiene elementos de gran importancia para los cristianos. Los principales son la demostración inequívoca de la fidelidad de Dios con su pueblo al darle la tierra prometida, los detalles en cuanto al propósito de Dios con Israel, la obediencia y las bendiciones de Dios para aquellos que le escuchan y obedecen con fidelidad.

Pero lo más importante e interesante es ver el propósito de Dios al preparar el camino para la venida de Cristo por medio de Israel. Las varias referencias hechas a Josué en el Nuevo Testamento demuestran su importancia para los creyentes de la iglesia naciente y desde luego para los creyentes de hoy día (Hch 7.45; Heb 4.8; 11.30; Stg 2.25).

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

A muchas personas les llama mucho la atención que Dios haya ordenado a Josué destruir a los cananeos. Pero esta orden se debió a que Dios quería arrancar de raíz las idolátricas prácticas religiosas paganas, para que no fueran una tentación para los israelitas. Además, el Señor deseaba castigar su pecado e inmoralidad. Dios utilizó a Josué para enviar castigo a aquellas naciones paganas.

JOTA Y TILDE

(EN GRIEGO, IOTA).

La letra yod era la más pequeña del alfabeto hebreo usado en los tiempos del Nuevo Testamento. En castellano, la figura de Mt 5.18 pierde su sentido puesto que la jota no es la letra más pequeña. En este mismo caso está el ápice o tilde, que es la representación gráfica de cualquiera de los cuernecillos que distinguen una letra hebrea de otra. Jesús aplica en forma figurada estos detalles de la grafía hebrea a la vida espiritual. Aun los mandamientos aparentemente más insignificantes participan de la trascendencia de toda la Ley y deben ser plenamente obedecidos y cumplidos.

JOTAM

(JEHOVÁ ES PERFECTO).

Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento.

  1. El menor de los setenta hijos legítimos de Gedeón (Jerobaal), y el único que escapó de la matanza que su hermano ilegítimo, Abimelec, en su afán de hacerse rey, llevó a cabo entre todos los descendientes de Gedeón. A este Jotam se atribuye la única narración similar a una fábula moderna que encontramos en el Antiguo Testamento (Jue 9.8–16); en ella la zarza decide reinar sobre los árboles, puesto que el olivo, la higuera y la vid rehusaron hacerlo. El trozo poético termina con una advertencia que finalmente se cumple en el v.
  2. Rey de Judá, hijo de Uzías (Azarías) y de Jerusa, hija de Sadoc. Reinó primero como regente de su padre (750–740 a.C.) por estar este imposibilitado, debido a la impureza ritual que le ocasionaba la lepra que padecía; luego asumió el reinado como sucesor legítimo (740–732). Con Jotam continuó la era de prosperidad iniciada por su padre, aunque ya en el norte se advertía de nuevo el presagio fatal de la presencia de los sirios. Se atribuye a Jotam la edificación de algunas obras importantes y el feliz éxito de algunas campañas militares (2 R 15.32–38; 2 Cr 27.1–9).

JOYAS JUAN

Ver. DIAMANTE; PIEDRAS PRECIOSAS. (REGALO DE DIOS, GRACIA).

Nombre de cuatro personas del Nuevo Testamento.

  1. Familiar del sumo sacerdote que estuvo entre los que interrogaron a Pedro y a Juan (Hch 6)
  2. Precursor de Jesús. (JUAN EL )
  3. Uno de los doce apóstoles de Jesucristo. (JUAN, EL APÓSTOL)
  4. Juan Marcos, compañero de Pablo y Bernabé en el primer viaje de Pablo. (MARCOS)

JUAN, EL APÓSTOL

Hijo de ZEBEDEO y hermano de Jacobo. Los datos acerca de Juan proceden de cuatro fuentes:

LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS

Juan, junto con su padre y hermano, era pescador en el mar de Galilea cuando Jesús lo halló (Mc 1.19s), apenas iniciado su ministerio. Si, como opinan muchos, la madre de Juan se llamaba SALOMÉ y era hermana de María, madre de Jesús, Juan sería primo hermano del Señor. Por una referencia a «los jornaleros» en Mc 1.20, se supone que la familia era acomodada. Tal idea se refuerza también con el dato de que Salomé pertenecía al grupo de mujeres que apoyó a Jesús con sus propios recursos económicos (Mc 15.40– 41 y Lc 8.3). Marcos 1.21 sugiere que vivían en Capernaum.

Cuando se nombra a los hijos de Zebedeo, Juan aparece en segundo lugar, por lo que se cree que era menor que Jacobo. Jesús escogió a Juan como uno de los doce (Mc 3.17), y lo admitió en el círculo íntimo que estuvo presente cuando resucitó a la hija de Jairo (Mc 5.37), en la Transfiguración ( Mc 9.2 ) y en la oración agónica en Getsemaní (Mc 14.33 ). Varios pasajes sugieren que el carácter severo y agresivo de Jacobo y Juan les valió el apodo de BOANERGES que les dio Jesús (Mc 3.17; 9.38; 10.35–41; Lc 9.54s).

HECHOS Y GÁLATAS

Las tres veces que en Hechos se menciona a Juan, este se halla íntimamente relacionado con Pedro. La lista de los once en el aposento alto comienza así: «Pedro, Juan» (Hch 1.13, HA). Según los capítulos 3 y 4, los dos fueron al templo donde, después de un milagro de sanidad y de un sermón, los detuvieron. Tras una noche de prisión y la advertencia que les hicieron las autoridades judías, se les puso en libertad.

Más tarde fueron a Samaria como emisarios de la iglesia de Jerusalén para asesorar el ministerio de → FELIPE. Después de impartir el don del Espíritu, volvieron a Jerusalén (Hch 8.14–25). En ambas narraciones Pedro es portavoz y adalid, y Juan ocupa un lugar secundario (cf. Lc 22.8, donde los dos hacen preparativos para la última Pascua). Aunque se le menciona como hermano del Jacobo a quien ejecutó Herodes Agripa I (Hch 12.2), esta persecución no afectó directamente a Juan; más bien, Hechos lo supone presente en el concilio citado en el capítulo 15.

Pablo menciona a Juan solamente en su enumeración de las tres «columnas» de la iglesia en Jerusalén con quienes conferenció (Gl 2.9). Una vez más Juan aparece asociado con Pedro, ahora como miembro prominente de la misión cristiana a los judíos más bien que a los gentiles. Así terminan las referencias explícitas a Juan en el Antiguo Testamento.

LA LITERATURA JUANINA

La tradición eclesiástica atribuye al apóstol Juan la paternidad literaria del Evangelio de Juan, de 1, 2 y 3 Juan y de Apocalipsis. Solo el último da el nombre de su autor (aunque no lo identifica como apóstol), y esta anonimia ha dado lugar en los últimos ciento sesenta años a muchas conjeturas respecto a los verdaderos autores o redactores de estos cinco escritos. Sin embargo, las pruebas internas apoyan la teoría tradicional. Sobre todo, si Juan confió a diferentes secretarios o discípulos la redacción final, es probable que haya sido el autor de todos. Si es así, bien merece la designación de «Juan el teólogo» que le otorgó la iglesia de los primeros siglos. Puesto que no era versado en la erudición rabínica en el año ca. 31 (Hch 4.13), el merecer semejante reputación a fines del siglo era algo extraordinario.

El único Juan mencionado en el cuarto Evangelio es el Bautista, pero es probable que «el discípulo a quien Jesús amaba» sea el apóstol. De ahí, pues, tenemos nuevos datos sobre Juan, en este caso autobiográficos. (Los «hijos de Zebedeo» figuran en 21.2, pero en este capítulo se emplea un vocabulario un poco distinto del usado en el resto del Evangelio de Juan, lo cual le resta valor como prueba.)

El discípulo amado solo aparece a partir de la última cena. «Estaba reclinado en el seno de Jesús» y le preguntó, a petición de Pedro, quién era el traidor (Jn 13.23–26). Al pie de la cruz, el discípulo amado oyó las palabras con las que Jesús le encargó el cuidado de María su madre. En seguida Juan la recibió en su casa (19.26s).

En la carrera hacia la tumba vacía, Juan llegó antes que Pedro, y al ver las pruebas fue el primero en comprenderlas (20.2–10). También fue el primero en reconocer al Señor resucitado al verlo en la playa (21.7). De él hablaba Jesús cuando dijo a Pedro: «Si quiero que él quede hasta que yo venga ¿qué a ti?», dicho que causó perplejidad en la iglesia cuando el discípulo amado murió (o estaba para morir) sin que el Señor hubiese venido (21.20–23). En 21.24 se atribuye a este discípulo tanto el testimonio que fundamentaba este Evangelio como su composición literaria.

De 1 Juan no se desprenden datos precisos respecto a su autor, pero las otras dos epístolas hablan de un «anciano» o «presbítero» (2 Jn 1; 3 Jn 1) muy activo en el gobierno y supervisión de iglesias (evidentemente en Asia Menor), pero cuya autoridad era discutida. Apocalipsis también revela un autor interesado en las congregaciones de Asia Menor. Este Juan, que se identifica como «siervo» ( 1.1 ) y «profeta» ( 1.3 ; 10.11 ; 22.7 , 10 , 18s ), desterrado en la isla de Patmos por su testimonio cristiano ( 1.9 ).

LA TRADICIÓN POSTERIOR

La tradición que predominaba en la iglesia afirmaba que Juan, después de muchos años de liderazgo en Jerusalén, se trasladó a Éfeso donde permaneció hasta su muerte (por causa natural) a edad avanzada, en la época del emperador romano Trajano (98–117). Otros hilos de tradición no armonizan fácilmente con estos. Por ejemplo, Eusebio afirma que existían dos Juanes: el apóstol, y un anciano de Éfeso que otros habían confundido. Aunque es difícil desenredar estas informaciones, la teoría más aceptable es la que coloca al hijo de Zebedeo en Éfeso a fines del primer siglo y lo supone autor original de los cinco escritos llamados juaninos.

JUAN EL BAUTISTA

Precursor de Jesús que recibió el apodo de «Bautista» o «el que bautiza» debido a su ministerio característico (BAUTISMO).

SU VIDA

Nació seis meses antes de Jesús (Lc 1.26) y bajo circunstancias sobrenaturales (Lc 1.7, 18– 25). Era de linaje sacerdotal y sus padres fueron ZACARÍAS y ELISABET.

Apareció en la historia como profeta del Señor, cumpliendo las profecías tocantes al precursor del Mesías (Is 40.3–5; Mal 3.1) y las de Gabriel a Zacarías (Lc 1.5–25). Jesús lo comparó con ELÍAS (Mt 11.14; Mc 9.10–13) y lo destacó como el más grande profeta (Mt 11.7– 13; Lc 7.24–36) y como el testigo verdadero del Mesías (Jn 5.30–36).

Según los Evangelios Sinópticos (Mt 14.1–12; Mc 6.14–29; Lc 3.19, 20), Juan el Bautista cayó preso debido a sus denuncias contra el mismo HERODES Antipas, quien se había casado con su cuñada, Herodías. Instigada por esta, su hija Salomé pidió que Juan el Bautista fuera decapitado. Josefo anota que esto sucedió en la fortaleza de Maqueronte, en Perea (Antigüedades XVIII.v.2), antes de una fiesta, evidentemente la mencionada en Jn 5.1 (cf. 3.24).

SU MINISTERIO

Apareció a la usanza de los profetas del Antiguo Testamento (Lc 3.1ss), predicando el arrepentimiento para perdón de pecados. La severidad de su mensaje y su apariencia recordaron al pueblo a Elías (Mt 17.11–13; Jn 1.21) tal como el ángel lo había prometido (Lc 1.17). Su vida ascética, como una especie de voto NAZAREO, hace de Juan el Bautista una persona del desierto (Mt 3.4; Mc 1.6; Lc 1.15), y la iglesia primitiva interpretó esto también como el cumplimiento de las profecías (Mt 3.3; Mc 1.3; Lc 3.4–8; Jn 1.23).

Los Evangelios ubican la actividad de Juan el Bautista en una amplia zona despoblada de Samaria y Judea (BETANIA; ENÓN; Mt 3.1; Mc 1.4; Lc 1.80; 3.2ss). Su ministerio repercutió entre el pueblo y los líderes religiosos, y su autoridad fue tan evidente (Lc 3.10ss) que causó gran preocupación entre los fariseos (Jn 1.19–28).

Después de los descubrimientos de QUMRÁN, ha tomado nueva fuerza la teoría de que Juan el Bautista era esenio, y han surgido nuevas tesis que se apoyan en varias similitudes entre él y la comunidad del mar Muerto. Es posible que él supiera de la existencia de dicha comunidad; sin embargo, su ministerio y bautismo tienen una originalidad y creatividad propias.

SUS ENSEÑANZAS

Con su mensaje matizado con elementos apocalípticos, Juan el Bautista impulsaba al pueblo a buscar a Dios. Mateo y Lucas nos narran partes de su exhortación radical dirigida a diferentes capas sociales: líderes religiosos, publicanos, soldados y el pueblo en general atienden la voz autoritativa de su ética (Mt 3.7–12; Lc 3.7–20). Advirtió de un juicio inminente valiéndose de las figuras de un fuego inextinguible y de árboles a punto de ser cortados por el hacha; contrastó su propio bautismo en agua con el del Mesías en Espíritu y fuego. Respaldado con su propia vida austera, enseñó la necesidad de orar y ayunar (Lc 5.33; 11.1). Tal fue su influencia que, después de su muerte, Herodes, al saber del ministerio de Jesús, temió que Juan el  Bautista hubiese resucitado (Mt 14.1–12; Mc 6.14–29; Lc 9.7–9); y el mismo Jesús defendió su propia autoridad comparando su ministerio con el de su predecesor (Mt 21.25ss; Mc 11.30ss; Lc 20.5ss).

El lavamiento practicado por Juan el Bautista se confirma plenamente cuando él, en el acto culminante de su ministerio, bautiza a Jesús (Mt 3.13–17; Mc 1.9–11; Lc 3.21, 22). Consciente de su indignidad, accede a la petición del Señor a fin de que ambos «cumplan toda justicia».

Según el cuarto Evangelio, el Bautista habló de Jesús como el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1.29, 35) y profetizó el curso que habría de tomar su ministerio.

SUS DISCÍPULOS

Los seguidores de Juan el Bautista, fieles a su maestro, miraban con preocupación la creciente popularidad de Jesús (Jn 3.25, 26). Con impresionante sinceridad, Juan les profetizó que él menguaría mientras Jesús había de surgir en su ministerio (Jn 3.26–30).

Dos de ellos sirvieron de mensajeros cuando Juan sintió dudas acerca de Jesús (Mt 11.1–5). Fueron los discípulos los que enterraron los restos de Juan el Bautista (Mc 6.29). Años después, en el transcurso de su misión, los cristianos primitivos encontraron en Asia Menor algunos seguidores de las enseñanzas de Juan el Bautista (Hch 18.25; 19.1–7), a quienes fue necesario enseñarles con exactitud el camino de Cristo.

EPÍSTOLAS DE JUAN:

Tres epístolas que tradicionalmente se atribuyen al apóstol Juan. Son cartas amorosas escritas por un anciano que escribía basado en sus largos años de experiencia con Cristo y su mensaje. Las tres se escribieron para refutar los argumentos de la oposición que había surgido en las iglesias de Asia Menor contra la autoridad y enseñanza del autor. Aunque estas epístolas son pastorales más que polémicas, dejan entrever de qué tipo de oposición se trataba.

ESTRUCTURA DE LAS EPÍSTOLAS

En la primera carta, Juan previene contra quienes pretendían eximirse de los requisitos impuestos por la ética cristiana, en virtud de su conocimiento de Dios y su íntima relación con él (1.6, 8; 2.4, 6; cf. 4.20). Además, estos negaban la verdadera encarnación de Cristo (2.22; 4.2), basándose evidentemente en oráculos procedentes de una falsa «unción» divina (cf. 2.20, 27 y la exhortación a «probar los espíritus», 4.1). Los herejes en cuestión habían sido miembros de la iglesia, pero la habían dejado (2.19) para buscar en el mundo una aceptación que el verdadero evangelio no les ofrecía (4.5).

La segunda carta informa a una iglesia en particular sobre la existencia de un movimiento misionero hereje que negaba la realidad de la encarnación. Exhorta a no animar a tales misioneros ni siquiera con la hospitalidad.

En la tercera carta se alude a la oposición de un tal DIÓTREFES, quien rehusaba reconocer la autoridad del apóstol. Se había ganado tanto apoyo entre la congregación de su iglesia que esta ya no quería recibir a los emisarios del apóstol. Es improbable, sin embargo, que Diótrefes tuviera que ver con el partido cismático mencionado en las otras dos cartas. Dicho partido propugnaba una religión entusiasta carente de preocupación moral, la salvación por conocimientos esotéricos y una espiritualidad que menospreciaba todo lo material. Era, pues, una etapa primitiva del movimiento que posteriormente se llamó GNOSTICISMO.

Otra herejía naciente que se vislumbra aquí es el docetismo, que negaba la naturaleza humana de Jesús o la consideraba como mero disfraz (1 Jn 5.1). Es difícil precisar si el gnóstico Cerinto (activo en Asia a fines del primer siglo) y sus discípulos son los opositores específicos que Juan combate aquí.

PRIMERA DE JUAN: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

PRIMERA PARTE: La base de la comunión (1.1—2.27)

SEGUNDA PARTE: El comportamiento de la comunión (2.28—5.21)

AUTOR Y FECHA

Muchos escritos patrísticos del siglo II atribuyen 1 Jn, una carta anónima, al apóstol Juan. Como 2 y 3 de Juan eran más cortas, tardaron más en incluirse en el canon. El autor de ambas no se identifica sino como «el presbítero» (anciano), pero la mayoría de los comentaristas hoy aceptan que las tres cartas son de un mismo autor. Aunque muchos niegan que este haya sido el apóstol, la teoría tradicional (según la cual el hijo de Zebedeo escribió las tres Epístolas y el Evangelio que se llaman juaninos) parece más probable.

El autor explota mucho los contrastes extremos («luz» y «tinieblas», «vida» y «muerte», etc.) sin matices intermedios; lo mismo encontramos también en los ROLLOS DEL MAR MUERTO. Su manera de tratarlos, no obstante, sugiere no solo una mentalidad formada en el judaísmo palestinense, sino también una familiaridad con los moldes del pensamiento helenista. Esta perspectiva se explicaría si, como afirma la tradición, el apóstol Juan, un galileo, pasó las últimas décadas de su vida en Éfeso y escribió las cartas allí. De hecho, la procedencia efesia de estas epístolas es clara, y se pueden fechar entre 85 y 90 d.C. Con todo, es concebible que el autor haya sido un «anciano» desconocido; en este caso, un discípulo del apóstol Juan.

SEGUNDA DE JUAN: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

  1. Permaneced en los mandamientos de Dios 1–6
    1. Saludo 1–3
    2. Andad en la verdad 4
    3. Andad en amor 5–6
  2. No se queden con los falsos maestros 7–13
    1. Doctrina de los falsos maestros 7–9
    2. Eviten los falsos maestros 10–11
    3. Bendición 12–13

MARCO HISTÓRICO

Primera de Juan no tiene las características comunes de una epístola (no tiene saludos ni identificación del autor, y no menciona personas, lugares ni acontecimientos), pero su tono cálido y personal sugiere que fue escrita para una audiencia que el autor amaba y conocía bien, quizás de Éfeso.

Las tres tienen el propósito de fortalecer la vida espiritual de las iglesias, a la vez que guardarlas de los falsos maestros. Estos estaban surgiendo en la iglesias, aunque sus enseñanzas sugerían que no eran parte de la iglesia (1 Jn 2.19; 4.4). Juan temía que ese grupo disidente  desorientara  a  los  verdaderos  creyentes  (1  Jn  2.26–27;  3.7;  2  Jn  7).  Los  llama

«anticristos» *(1 Jn 2.18, 22; 4.3; 2 Jn 7) porque negaban que Jesús hubiera venido en carne (1

Jn 4.1–13; 2 Jn 7; también 1 Jn 2.18–25; 4.15). Al hacerlo demostraban que, aunque decían tener el Espíritu de Dios, no eran más que falsos profetas (1 Jn 4.1–6).

TERCERA DE JUAN: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

  • La recomendación de Gayo 1–8
  1. Saludo 1
  2. Consagración de Gayo 2–4
  3. Generosidad de Gayo 5–8
  • Condenación de Diótrefes 9–14
  1. Orgullo de Diótrefes 9–11
  2. Alabanza por Diótrefes 12
  3. Bendición 13–14

APORTE A LA TEOLOGÍA

Las epístolas de Juan se basan en palabras clave como amor, verdad, pecado, mundo, vida, luz y Paracleto. Enfatizan los conceptos de conocer, creer, caminar y permanecer.

Estas son palabras simples al parecer, pero en labios de quien ha conocido el misterio y el significado de la existencia de Cristo en forma de hombre expresan muchas verdades profundas.

Para Juan, lo fundamental del evangelio es que Dios tomó forma de hombre (1 Jn 1.1–4). La ENCARNACIÓN es vida (1 Jn 1.2); por consiguiente, «el que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn 5.12). Jesucristo nos ha llevado de muerte a vida (1 Jn 3.14) al destruir las obras del diablo (1 Jn 3.8), y es nuestro abogado ante el Padre (1 Jn 2.28; 4.17). Jesucristo es la eterna demostración del amor de Dios.

Según Juan, el amor no es un sentimiento ni una actitud hacia los demás. Dios es amor (1 Jn 4.8, 16). Amor es guardar los mandamientos (1 Jn 2.2–5; 5.3). Tenemos que amar a los demás (1 Jn 2.9–11; 3.10). Es hipocresía decir que amamos a Dios mientras odiamos a otra persona (1 Jn 4.20).

La comunión con Dios se logra conociendo a Dios y permaneciendo en Él. Conocer a Dios no es saber de Él, sino ser como Él en cuanto a justicia (1 Jn 2.29), verdad (1 Jn 3.19) y amor (1 Jn 4.7–8). Permanecer en Él es experimentar las características de Dios: luz (1 Jn 2.10), amor (1 Jn 3.17; 4.12) y vida eterna (1 Jn 3.15).

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Muchos cristianos se asombran de que 1 Juan diga que todo aquel que permanece en Jesucristo no peca (1 Jn 3.6). Esto no quiere decir que si alguien peca no es cristiano. En la misma epístola se nos dice que Cristo vino a perdonar pecados, y se nos exhorta a confesárselos a Él (1 Jn 1.6–2.2). Lo que Juan quiso decir fue que Cristo nos ha transferido de muerte a vida y nos ha hecho partícipes de la naturaleza de Dios.

Consecuentemente, ya no estamos confinados a la oscuridad porque Cristo quebrantó el poder del pecado en nuestra vida (1 Jn 3.8).

Juan dice que los creyentes pueden orar a Dios a favor de otros (1 Jn 5.16–17), si no han cometido pecados que sean «de muerte». El significado de esto es incierto, aunque probablemente se refiera al pecado de rechazar a Cristo como Salvador (1 Jn 2.22; 4.3; 5.12).

EVANGELIO DE JUAN:

Cuarto de los Evangelios canónicos, y el último en escribirse. Como el «evangelio espiritual» (Clemente de Alejandría), fue el libro más influyente en la elaboración del dogma cristiano.

Según Jn 20.30s, este Evangelio intenta evangelizar por medio de la presentación de las  obras y palabras de Jesús, permitiendo que el lector perciba la naturaleza de su persona.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El cuarto Evangelio pudiera bien dividirse en dos partes: un libro de «señales» y un libro de «gloria». Las señales revelan la persona de Jesús (caps. 1–12), y la gloria resulta de la pasión del Señor (13–20). Un prólogo (1.1–18) y un epílogo (cap. 21) sirven como introducción y conclusión. Dentro de esta estructura de dos partes, el Evangelio sigue el patrón que se presenta en el prólogo: revelación (1.1–5), rechazo (1.6–11) y recepción (1.12–18). Las correspondientes divisiones del libro son: revelación (1.19–6.71), rechazo (caps. 7–12) y recepción (caps. 13–21).

AUTOR Y FECHA

El Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el descubrimiento del Papiro Rylands 457) y se aceptó como autoritativo al lado de los Sinópticos (cf. Papiro Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron; CANON DEL NUEVO TESTAMENTO). Sin embargo, permaneció relativamente desconocido (entre cristianos ortodoxos, pues los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del siglo II. Las tradiciones que atribuyeron este Evangelio anónimo a JUAN EL APÓSTOL se repiten en Ireneo (ca. 190), el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de Alejandría (ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas de Juan) es difícil de explicar.

Papías parece distinguir entre el apóstol y un tal «Juan el Anciano». A este último muchos exégetas quieren atribuir el Evangelio; otros abogan por Lázaro de Betania.

Es digna de todo crédito la tradición predominante (hasta el siglo XIX) que tiene por autor del Evangelio de Juan al hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de la tradición, Juan pudo:

  • haber dictado el Evangelio a un amanuense para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o:
  • haber dejado memorias a las que un discípulo suyo diera forma definitiva.

Las hipótesis de múltiples redactores, no obstante, no son convincentes. La identificación del autor con «el discípulo amado» parece segura (19.35; 21.24; 18.15).

La fecha más probable de este Evangelio cae a finales del siglo I d.C.

Es difícil determinar a quién el autor dirigió este Evangelio, pero es bien fácil saber por qué lo escribió: «Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del judaísmo: es para el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha tocado profundamente la vida de todos los cristianos de todas las edades y en todas partes del mundo.

En cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso es el más probable, aunque hay quienes abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo un largo período en que el Evangelio de Juan se interpretaba como un libro helenístico, cuyos paralelos más instructivos se hallaban en el judaísmo helenizado, las religiones de misterio y aun en la filosofía griega. Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo esencialmente judaico del Evangelio. No solo es semítico el estilo (ARAMEO; HEBREO), sino también lo es el pensamiento mismo.

Aunque cita el Antiguo Testamento solo diecisiete veces, las alusiones a él son un sinnúmero, y las más de las palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz, pastor, Espíritu, pan, viña, amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra conocedor de muchos conceptos rabínicos y otras tradiciones palestinenses (QUMRÁN). Si bien utiliza un vocabulario parecido al del GNOSTICISMO, no es menos cierto que combate muchas de sus ideas.

JUAN: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

PRIMERA PARTE: La encarnación del Hijo de Dios (1.1–18)

SEGUNDA PARTE: La presentación del Hijo de Dios (1.19—4.54)

TERCERA PARTE: La oposición al Hijo de Dios (5.1—12.50)

CUARTA PARTE: La preparación de los discípulos (13.1—17.26)

QUINTA PARTE: La crucifixión y la resurrección (18.1—21.25)

APORTE A LA TEOLOGÍA

Está claro que, sin desentenderse por completo de la historia, Juan escribe con un interés más teológico que histórico. Los demás Evangelios se esfuerzan en presentar a Cristo como el cumplimiento de las promesas de salvación veterotestamentarias. Juan comienza con la preexistencia de Jesucristo (1.1). Jesús es divino (1.1), pero también es humano, porque «aquel Verbo fue hecho carne (1.14). Solo así podía ser el que nos revelara al Padre.

En el mismo comienzo, Juan nos presenta a Jesucristo con siete títulos clave: Verbo, Cordero de Dios, Rabí, Mesías, Rey de Israel, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Solo en Juan encontramos el «Yo soy» que afirma ser el pan de vida (6.35), la luz del mundo (8.12), predecesor de Abraham (8.58), la puerta de las ovejas (10.7), etc. También lo hallamos diciendo: «Yo y el Padre uno somos» (10.30) y «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (14.6). En cada una de estas afirmaciones, el «Yo» es enfático. Nos recuerda el nombre de Dios: «YO SOY» (Éx 3.14).

En el Antiguo Testamento las palabras de Dios había que aceptarlas reverentemente.

Lo mismo con Jesús. En Juan Él comienza sus mensajes diciendo: «De cierto, de cierto te digo», Así como en el Antiguo Testamento a Dios es al único al que se debe adorar, Jesús es el único en quien se debe creer. Para Juan, la fe que salva es un verbo que expresa acción: la acción de creer en Jesús.

En Juan Jesús no entra en cuestiones de orar, ayunar, matrimonio, riquezas, como lo hace en otros Evangelios. En vez de eso, las relaciones de uno con Dios, los demás y el mundo se resumen en la palabra amor. El amor que Dios siente por su Hijo (3.35; 15.9) pasa a través de su Hijo a los que son suyos (13.1). Como recipientes del amor de Dios, los cristianos deben amar a Dios amándose unos a otros (13.34). Este amor que une a los creyentes es también un testimonio al mundo. Juan 3.16 expresa la verdad teológica básica del evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

La mayoría de los eruditos opinan que el Evangelio de Juan contiene un relato que probablemente Juan no escribió: el relato de la mujer sorprendida en adulterio (7.53– 8.11). Este relato tiene un estilo diferente al del resto de Juan, y no aparece en los más antiguos y mejores manuscritos. Probablemente alguien lo añadió por inspiración divina para expresar una verdad importante sobre Jesús y su actitud hacia el que peca.

EVANGELIO DE JUAN:

Cuarto de los Evangelios canónicos, y el último en escribirse. Como el «evangelio espiritual» (Clemente de Alejandría), fue el libro más influyente en la elaboración del dogma cristiano.

Según Jn 20.30s, este Evangelio intenta evangelizar por medio de la presentación de las  obras y palabras de Jesús, permitiendo que el lector perciba la naturaleza de su persona.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El cuarto Evangelio pudiera bien dividirse en dos partes: un libro de «señales» y un libro de

«gloria». Las señales revelan la persona de Jesús (caps. 1–12), y la gloria resulta de la pasión del Señor (13–20). Un prólogo (1.1–18) y un epílogo (cap. 21) sirven como introducción y conclusión. Dentro de esta estructura de dos partes, el Evangelio sigue el patrón que se presenta en el prólogo: revelación (1.1–5), rechazo (1.6–11) y recepción (1.12–18). Las correspondientes divisiones del libro son: revelación (1.19–6.71), rechazo (caps. 7–12) y recepción (caps. 13–21).

AUTOR Y FECHA

El Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el descubrimiento del Papiro Rylands

457) y se aceptó como autoritativo al lado de los Sinópticos (cf. Papiro Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron; CANON DEL NUEVO TESTAMENTO). Sin embargo, permaneció relativamente desconocido (entre cristianos ortodoxos, pues los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del siglo II. Las tradiciones que atribuyeron este Evangelio anónimo a JUAN EL APÓSTOL se repiten en Ireneo (ca. 190), el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de

Alejandría (ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas de Juan) es difícil de explicar.

Papías parece distinguir entre el apóstol y un tal «Juan el Anciano». A este último muchos exégetas quieren atribuir el Evangelio; otros abogan por Lázaro de Betania.

Es digna de todo crédito la tradición predominante (hasta el siglo XIX) que tiene por autor del Evangelio de Juan al hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de la tradición, Juan pudo:

  • haber dictado el Evangelio a un amanuense para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o:
  • haber dejado memorias a las que un discípulo suyo diera forma definitiva.

Las hipótesis de múltiples redactores, no obstante, no son convincentes. La identificación del autor con «el discípulo amado» parece segura (19.35; 21.24; 18.15).

La fecha más probable de este Evangelio cae a finales del siglo I d.C.

Es difícil determinar a quién el autor dirigió este Evangelio, pero es bien fácil saber por qué lo escribió: «Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del judaísmo: es para el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha tocado profundamente la vida de todos los cristianos de todas las edades y en todas partes del mundo.

En cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso es el más probable, aunque hay quienes abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo un largo período en que el Evangelio de Juan se interpretaba como un libro helenístico, cuyos paralelos más instructivos se hallaban en el judaísmo helenizado, las religiones de misterio y aun en la filosofía griega. Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo esencialmente judaico del Evangelio. No solo es semítico el estilo (ARAMEO; HEBREO), sino también lo es el pensamiento mismo.

Aunque cita el Antiguo Testamento solo diecisiete veces, las alusiones a él son un sinnúmero, y las más de las palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz, pastor, Espíritu, pan, viña, amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra conocedor de muchos conceptos rabínicos y otras tradiciones palestinenses (QUMRÁN). Si bien utiliza un vocabulario parecido al del GNOSTICISMO, no es menos cierto que combate muchas de sus ideas.

JUAN: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

PRIMERA PARTE: La encarnación del Hijo de Dios (1.1–18)

SEGUNDA PARTE: La presentación del Hijo de Dios (1.19—4.54)

TERCERA PARTE: La oposición al Hijo de Dios (5.1—12.50)

CUARTA PARTE: La preparación de los discípulos (13.1—17.26)

QUINTA PARTE: La crucifixión y la resurrección (18.1—21.25)

APORTE A LA TEOLOGÍA

Está claro que, sin desentenderse por completo de la historia, Juan escribe con un interés más teológico que histórico. Los demás Evangelios se esfuerzan en presentar a Cristo como el cumplimiento de las promesas de salvación veterotestamentarias. Juan comienza con la preexistencia de Jesucristo (1.1). Jesús es divino (1.1), pero también es humano, porque «aquel Verbo fue hecho carne (1.14). Solo así podía ser el que nos revelara al Padre.

En el mismo comienzo, Juan nos presenta a Jesucristo con siete títulos clave: Verbo, Cordero de Dios, Rabí, Mesías, Rey de Israel, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Solo en Juan encontramos el «Yo soy» que afirma ser el pan de vida (6.35), la luz del mundo (8.12), predecesor de Abraham (8.58), la puerta de las ovejas (10.7), etc. También lo hallamos diciendo: «Yo y el Padre uno somos» (10.30) y «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (14.6). En cada una de estas afirmaciones, el «Yo» es enfático. Nos recuerda el nombre de Dios: «YO SOY» (Éx 3.14).

En el Antiguo Testamento las palabras de Dios había que aceptarlas reverentemente.

Lo mismo con Jesús. En Juan Él comienza sus mensajes diciendo: «De cierto, de cierto te digo», Así como en el Antiguo Testamento a Dios es al único al que se debe adorar, Jesús es el único en quien se debe creer. Para Juan, la fe que salva es un verbo que expresa acción: la acción de creer en Jesús.

En Juan Jesús no entra en cuestiones de orar, ayunar, matrimonio, riquezas, como lo hace en otros Evangelios. En vez de eso, las relaciones de uno con Dios, los demás y el mundo se resumen en la palabra amor. El amor que Dios siente por su Hijo (3.35; 15.9) pasa a través de su Hijo a los que son suyos (13.1). Como recipientes del amor de Dios, los cristianos deben amar a Dios amándose unos a otros (13.34). Este amor que une a los creyentes es también un testimonio al mundo. Juan 3.16 expresa la verdad teológica básica del evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

La mayoría de los eruditos opinan que el Evangelio de Juan contiene un relato que probablemente Juan no escribió: el relato de la mujer sorprendida en adulterio (7.53– 8.11). Este relato tiene un estilo diferente al del resto de Juan, y no aparece en los más antiguos y mejores manuscritos. Probablemente alguien lo añadió por inspiración divina para expresar una verdad importante sobre Jesús y su actitud hacia el que peca.

JUANA

Esposa de un oficial de la corte de HERODES, a quien Jesús sanó. Cooperó con otras mujeres en el sostén económico de la compañía itinerante de Jesús (Lc 8.1–3).

También fue una de las que anunciaron la resurrección a los discípulos (24.1–10).

JUBAL

Descendiente de Caín, llamado el «padre de todos los que tocan arpa y flauta» (Gn 4.21).

JUBILEO, AÑO DEL JUBILEO

(TOQUE DE TROMPETA).

Celebración judía que debía efectuarse cada cincuenta años según la legislación sacerdotal (Lv 25.8ss). Se habría de anunciar el día diez del mes séptimo (Tisri, septiembre/octubre), que era el «día de las expiaciones» (antiguo año nuevo), por medio de un toque de trompeta o de cuerno. De aquí probablemente se derivó el nombre de este año, consagrado como fecha de celebración solemne (yobel, que significa carnero o cuerno de carnero).

El año del Jubileo se caracterizaba por lo siguiente:

  1. Prohibición de   sembrar   y      Solo    se    comería   lo    que   la    tierra  produjera espontáneamente (Lv 25, 11, 12).
  2. Devolución de las tierras a sus primeros propietarios o a sus herederos (Lv 13–17, 23, 23; 27.16–24). Los bienes raíces se consideraban inalienables, y tan solo su usufructo podía cederse durante algún tiempo: el valor de una tierra estaba determinado por el número de años que mediaran entre la venta y el Año del Jubileo, porque al llegar este último, el propietario recobraba sus bienes, sin indemnización.
  1. Liberación de todos los esclavos israelitas (Lv 39–55), los cuales regresaban «a su familia, y a la posesión de sus padres», con sus mujeres e hijos.

En parte Dios estableció el año del Jubileo para evitar que los israelitas oprimieran a sus hermanos (Lv 25.17). Un efecto de esto sería prevenir la formación de un sistema de clases sociales permanentes. En Año del Jubileo daba a cualquier israelita la oportunidad de reconstruir su vida económica y socialmente.

Fuera de Jeremías 34.8–22 y Nehemías 5.1–13, la Biblia no ofrece ninguna confirmación de la puesta en práctica del año del Jubileo. Según la tradición rabínica, no se observó después del destierro. Tampoco parece haberse observado estrictamente antes del destierro, pues de lo contrario no se explicarían las quejas de los profetas contra los acaparadores.

JUDÁ

(CÉLEBRE).

Nombre de al menos cinco personajes del Antiguo Testamento.

  1. Cuarto hijo de Jacob y Lea (Gn 29.35), patriarca y progenitor de la tribu que lleva su nombre (véase abajo).
  2. Levita, antepasado de Cadmiel (Esd 3.9), que ayudó en la reconstrucción del
  3. Levita que subió con Zorobabel (Neh 12.8). Quizás fuera el mismo casado con una esposa extranjera (Esd 10.23), y el músico que participó en la dedicación del muro en Jerusalén (Neh 36).
  4. Benjamita, hijo de Senúa, que fue segundo en Jerusalén en los días de Nehemías (Neh 9).
  5. Uno de los principales en Judá (tribu) que participó en la dedicación del muro de Jerusalén (Neh 34).

EL PATRIARCA

Nació en Padan-aram (Gn 29.35), pero poco se sabe de su vida. Ocupa un honroso lugar en la historia de su hermano José (Gn 37.26, 27; 43.3–10; 44.16–34; 46.28), pero fue causa de deshonra para Tamar, su nuera (Gn 38). La bendición que le otorgó el moribundo Jacob fue un anuncio del poder especial y la prosperidad de su familia, así como de su continuación personal como jefe de la raza judía hasta el tiempo de Cristo (Gn 49.8–12). Habiendo perdido Rubén su primogenitura, Judá llegó a considerarse como el jefe de los hijos de Jacob. Fue progenitor de David y su descendencia real, a la que perteneció el Salvador.

LA TRIBU

De Judá surgió la tribu hebrea más poderosa. Sin embargo, esta tribu no desempeñó un papel importante en el éxodo de Egipto, ni tampoco en el desierto, donde acampaba al este del tabernáculo. Se puso a la cabeza de la conquista de Canaán (Jue 1.1–19), pero algunos opinan que esta iniciativa independiente causó la derrota de Israel ante Hai, porque la dirigió Acán, de la tribu de Judá.

Fue la tribu más numerosa (Nm 1.26s) y la primera en las marchas (Nm 7.12–17), y en la división de la tierra prometida (Jos 14.6–15; 15.1–63). Caleb, uno de los héroes entre los espías y los que ocuparon a Canaán, pertenecía a esta tribu (Nm 13.6; 34.19).

Cuando murió Josué, las tribus de Judá y Simeón ya se encontraban en el sur de Palestina, y fueron las primeras en ocupar el territorio asignado. Jerusalén quedó bajo su dominio por un tiempo durante este período, aunque correspondía propiamente a Benjamín. Su territorio era de los más grandes entre las doce tribus. Medía unos 60 km de este a oeste y 80 km de norte a sur. Si se incluye la región del NEGUEV, el largo era de 160 km, aunque es difícil determinar hasta qué punto esta se consideró como parte del territorio de Judá.

El territorio asignado a Judá abarcaba toda la llanura costera del Mediterráneo, pero pronto se posesionaron de él los filisteos, eliminando a los hebreos (Jue 1.19; 3.3; cf. Jos 11.22; 13.2, 3). Judá cedió la mejor parte de su tierra a Simeón, y se supone que lo hizo para que este le sirviera de protección contra los filisteos que habitaban la llanura costera.

Siempre había existido una barrera sicológica entre Judá y las tribus del norte. Lo montañoso de su terreno, la presencia de seis pueblos no judíos entre Judá y las tribus del norte (Jos 9.1s), y el haber perdido su dominio sobre la ciudad de Jerusalén (Jue 1.8, 21), eran factores poderosos que contribuían a esta separación. La tribu de Judá con la de Simeón y la parte sur de la tribu de Benjamín, siempre miraban hacia Hebrón en lugar de ver hacia el santuario del norte como su centro. Por tanto, las tribus del norte no esperaron la ayuda de Judá cuando pelearon contra Sísara (Jue 5). Tampoco Judá acudió a las otras tribus cuando la atacaron los filisteos.

Judá no se menciona en el cántico de Débora. La división entre Judá y las tribus del norte parece haber sido un hecho aceptado, pues aun en el tiempo de Saúl ya se hacía diferencia entre Judá e ISRAEL (1 S 11.8; 15.4; 17.52; 18.16). Durante el tiempo de los jueces, Otoniel, quien libró a su pueblo y restauró el orden (Jue 3.9–11), era el único que procedía de la tribu de Judá.

EL REINO

Saúl, el primer rey una vez establecida la monarquía, era de la tribu de Benjamín (1 S 8). Pero después de la derrota y muerte de Saúl ante los filisteos, Judá se agrupó en torno a David y lo coronó rey en Hebrón (2 S 2.4), hecho que según el criterio de algunos, perpetuó la división entre Judá y las tribus del norte. Más tarde, David fue nombrado rey sobre todo Israel (2 S 5.1– 5), pero Judá siempre mantuvo su identidad aparte. A pesar de que Judá no quiso solidarizarse inicialmente con las otras tribus, David y Salomón, su hijo, lograron unificar a todas las tribus, establecer la dinastía davídica y hacer de los HEBREOS una nación grande.

Cuando murió Salomón la unión se desintegró y la mayor parte de las tribus se separaron de Judá y formaron el reino del norte, o sea, de Israel. El remanente que quedó bajo la dinastía davídica fue llamado el reino de Judá.

En el principio Judá se quedó con las riquezas que Salomón juntó, pero luego Sisac de Egipto se las quitó (925 a.C., 1 R 14.25, 26). En sus luchas contra los amonitas, moabitas y edomitas (2 Cr 20), Judá a veces dominaba a los edomitas y entonces tenía acceso al puerto de Ezión-geber (por ejemplo, Josafat 870–848), pero a veces perdía ese territorio (por ejemplo, Joram, 848– 841). También las relaciones con Israel variaban. En el principio hubo guerras; después, por largo tiempo, hubo paz. Hacia el final del siglo VIII Siria amenazaba y más tarde el Imperio Asirio dominó toda el área. Ezequías (716–687) participó en una rebelión contra ASIRIA en 701. Jerusalén se salvó, pero el resto de Judá cayó ante SENAQUERIB. Durante el reinado de MANASÉS, Judá era vasallo de Asiria y el paganismo inundó al pueblo (2 R 21).

Durante el reinado de JOSÍAS, Asiria ya estaba débil y esto le permitió extender su reforma religiosa y su influencia política a los israelitas que quedaban en el norte (2 R 23.19). Josías murió tratando de impedir que Egipto ayudara a Asiria contra Babilonia (609).

Por causa de su infidelidad a Jehová, Judá fue llevada al cautiverio en Babilonia bajo NABUCODONOSOR (2 Cr 36.15–17). Con el edicto de CIRO (538) muchos judíos volvieron a Judá y quedaron bajo el Imperio Persa hasta el tiempo de Alejandro Magno.

JUDAIZANTES

Nombre dado a los judíos convertidos al evangelio que querían imponer a los creyentes gentiles la CIRCUNCISIÓN, la fidelidad a la Ley y otras prácticas judías como medio de salvación (Hch 15.5).

El término no aparece en el Nuevo Testamento, pero los judaizantes constituyeron un verdadero peligro para la naciente iglesia porque estaban dentro de ella misma. Además, constituían una negación del genuino evangelio, que rompe las barreras raciales y es poder de salvación tanto para el judío como para el gentil (Ro 1.16). El problema era delicado por cuanto los primeros cristianos provenían del judaísmo (PENTECOSTÉS) y no les era fácil un cambio radical de criterios. Para resolverlo se convocó el CONCILIO DE JERUSALÉN (Hch 15). El gran defensor del evangelio frente a los judaizantes fue Pablo (cf. 1 y 2 Co, Ro, Flp, y sobre todo Gl), y por tanto constituyeron para él encarnizados enemigos; siempre procurando contrarrestar la obra misionera.

JUDÁS, APÓSTOL

Ver. TADEO.

JUDAS EL GALILEO

Líder que, según Hch 5.37, promovió una rebelión entre los judíos. Según Josefo, nació en Gamala cerca del lago de Tiberias y se alzó en contra de las autoridades romanas durante un censo en 6 d.C. Fue CIRENIO, en ese tiempo procónsul de Siria y de Judea, quien aplacó la rebelión y Judas perdió la vida.

JUDAS ISCARIOTE

(POSIBLEMENTE ISCARIOTE SE DERIVA DEL HEBREO, ISH QUERIYOT QUE SIGNIFICA VARÓN DE QUERIOT).

SU VIDA

Judas se distingue del otro discípulo del mismo nombre por la referencia a su origen, Queriot (Jos 15.25; Queriyyot Jesrón, en BJ), ciudad situada 19 km al sur de Hebrón; era, pues, el único apóstol oriundo de Judea. Fue hijo de Simón Iscariote (Jn 6.71), y, al mencionarse en la lista oficial de los apóstoles (Mc 3.16–19), siempre es el último, no sin algún calificativo como «el que entregó (a Jesús)». Es de suponer que participara en la labor y misiones de los discípulos, ya que se dice que era «uno de los doce» (Mc 14.10–20; Jn 6.71; 12.4), y además el tesoro del grupo, quizás a causa de su capacidad administrativa (Jn 12.6).

El evangelista Juan revela que Jesús distinguía a Judas de los demás discípulos. Estos caían en muchas equivocaciones, pero nunca se cuestionó su amor; en cambio, con referencia a Judas, Jesús comenta: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?» (Jn 6.70s).

Para entender la acción de Judas en la víspera de la pasión (véase también «Sus móviles», a continuación) es necesario recordar que el sanedrín había determinado la muerte de Jesús, pero que, por temor de un alboroto de la multitud, buscaba la manera de prenderle secretamente (Mc 14.1s; Lc 22.2; Jn 12.10s, 17ss). La costumbre de Jesús de retirarse al monte de los Olivos proporcionó a Judas la oportunidad de hacer a los principales sacerdotes una oferta que estos no rechazarían (Mc 14.10s). En la escena de la unción de Jesús en Betania se revela el hecho de que Judas era ladrón y no podía comprender la devoción de María por Jesús (cf. Jn 12.1–8 con Mc 14.1–9).

Cada evangelista trata de manera diferente el tema del traidor que ensombrecía la cena, excepto Lucas que lo omite. El Señor predice tres veces el hecho en términos generales, pero la entrega del «pan mojado» que Jesús hace a Judas (señal de distinción especial, entendida solo por Juan y posiblemente Pedro), suele interpretarse como una última apelación a la conciencia del traidor (Mt 26.21–25; Mc 14.18–21; Jn 13.21–30).

Cuando falla esto, Jesús aconseja rapidez en la ejecución del plan funesto (Jn 13.27). Con gran tropel de gente (cohorte romana, guardia del templo, alguaciles y miembros del sanedrín), Judas va al huerto de Getsemaní y besa a Jesús (Mc 14.43ss//; Jn 18.2–9).

Entre los evangelistas, solo Mateo menciona el remordimiento y suicidio de Judas, pero Lucas intercala en el discurso de Pedro una referencia posterior a la tragedia (Hch 1.18s).

Según Mateo, Judas devolvió arrepentido las treinta piezas de plata (cf. Zac 11.12) a los sacerdotes, pero estos se lavaron las manos del asunto, aunque determinaron emplear «el precio de sangre» en comprar el campo del alfarero para sepultar allí a los extranjeros.

Judas salió y se ahorcó (Mt 27.3–10). La nota parentética de Hch 1.18s atribuye la compra del campo a Judas, y su nombre ACÉLDAMA (campo de sangre) al hecho de que Judas cayó allí y se reventó. Las dos explicaciones armonizan.

SUS MÓVILES

La sicología y trayectoria de Judas ofrecen uno de los misterios más profundos de la Biblia. No menos difícil de determinar el porqué de su elección como apóstol, los propósitos divinos y la intervención de Satanás, ya que no puede haber una solución simplista. He aquí algunas observaciones al respecto:

  1. Es de suponer que Jesús atrajo a Judas y este le confesó con los demás como Mesías.
  2. Parece difícil creer que se hubiera rendido personalmente al Señor, ya que Cristo lo llama (instrumento del) DIABLO (Jn 6.70; cf. 12; véanse también Lc 22.3; Jn 13.2, 27; Hch 1.25).
  3. La participación en el ministerio de los doce corresponde a un acto soberano de Dios (cf. el caso de BALAAM). Judas es el apóstata que profesa la verdad que traiciona deliberadamente, y Jesús no lo ignora (Jn 64).
  4. El idealismo mesiánico de Judas podía ser real, pero, al ver que el Maestro excitaba el antagonismo de los líderes de la nación, su mente sin regenerar no veía solución. Por fin Judas, satánicamente inspirado, codicia hasta el
  5. Su «arrepentimiento» fue metaméleia, «cambio de parecer», y no metánoia, «cambio de mente (o corazón)», y el remordimiento le mostró que lo había perdido todo sin recompensa alguna. La elección de Judas como instrumento predeterminado en el plan divino (Hch 2.23) no le excusa de su delito, ya que, si se hubiera humillado ante Dios, se habría salvado y Dios habría utilizado otros medios.

JUDAS, HERMANO DEL SEÑOR

Ver. HERMANOS DE JESÚS.

EPÍSTOLA DE JUDAS:

Carta dirigida a un grupo de creyentes judíos cristianos de la diáspora, radicados posiblemente en Siria. Estos creyentes quizás conocían la enseñanza de Pablo y de los apóstoles, pero tenían la tendencia a descuidar la enseñanza de la realidad de los juicios divinos, a causa de un énfasis desmedido sobre la gracia divina.

ESTRUCTURA DE LA EPÍSTOLA

La Epístola de Judas es una carta breve y, como tal, se presenta como una obra unificada y coherente. Su redacción es retórica y consta de tres componentes: una situación crítica, una audiencia que es constreñida a la decisión y la acción, y las obligaciones o demandas que se plantean. Parece un sermón epistolar, una obra cuyo contenido hubiese sido presentado como una homilía si Judas y sus lectores hubiesen podido encontrarse.

Tras una salutación (vv. 1) y una explicación del móvil de la epístola (vv. 3s), está la primera sección principal (versículos 5–16) en la que se encuentra una amonestación contra la doctrina falsa. La situación crítica es la infiltración repentina y perturbadora (versículo 4) en la iglesia o iglesias de un grupo divergente en doctrina y ética. Este grupo había intentado con algún éxito ganar adeptos (versículos 19, 22–23) para su propio provecho (versículos 11, 16). Judas anuncia el juicio sobre «estos» que provocan desórdenes típicos de los rebeldes que, al igual que los israelitas en el desierto y «los ángeles que no guardaron su dignidad», sobreestiman la seguridad de su salvación. No respetan el juicio de Dios, rechazan autoridades y normas, e invocan sus experiencias con el espíritu para actuar irresponsablemente en lo sensual.

En la segunda sección principal (vv. 17–23) se presenta la manera en que el creyente debe enfrentarse a los falsos maestros. La mejor defensa es recordar las palabras de los apóstoles y luchar por la salvación de los que han caído en semejantes errores.

La epístola concluye con una de las más hermosas alabanzas cristológicas de la Biblia (vv. 24–25).

JUDAS: Un bosquejo para el estudio y la enseñanza.

  1. Propósito de Judas 1–4
  2. Descripción de los falsos maestros 5–16
    1. Juicio pasado de los falsos maestros 5–7
    2. Características actuales de los falsos maestros 8–13
    3. Juicio futuro de los falsos maestros 14–16
  3. Defensa contra los falsos maestros 17–23
  4. Doxología de Judas 24–25

AUTOR Y FECHA

Judas (una forma del nombre Judá) era un nombre muy común entre los judíos del tiempo de Jesús. Por lo menos siete individuos diferentes aparecen con ese nombre en el Nuevo Testamento (véanse Lc 3.30; Mt 13.55 y Mc 6.3; Mc 3.19, 14.10 y Hch 1.16, 25; Lc 6.16 y Hch 1.13; Hch 5.37; Hch 9.11; Hch 15.22–34). El libro afirma haber sido escrito por Judas, el hermano de Jacobo. Pero esto no es de gran ayuda, ya que Jacobo o Santiago era un nombre tan común como el de Judas.

Si el autor se refiere a Jacobo, el hermano de Jesús y cabeza de la iglesia de Jerusalén, esto significaría que se trata del hermano carnal de Jesús (Gl 1.19; 2.9; 1 Co 15.7). En tal caso, uno esperaría que el autor se titulara «hermano de Jesús». Sin embargo, cabe recordar que Santiago en su epístola tampoco hace explícita su condición de hermano de Jesús. De todos modos, Judas parece haber pertenecido al círculo apostólico.

Puesto que, según la tradición, Judas murió antes del año 81 d.C., el tiempo de la redacción de su carta puede fijarse por conjeturas hacia el año 75 d.C.

MARCO HISTÓRICO

Es probable que Judas no haya fundado las comunidades a las que escribe, pero que sí las haya visitado en sus viajes misioneros. Sea donde fuere que estas iglesias estaban ubicadas, parece evidente que eran predominantemente comunidades judeo-cristianas en un contexto helenista en el Mediterráneo oriental.

El lugar de composición de la carta es desconocido. Se han sugerido diversos lugares, como Alejandría y Jerusalén. Probablemente fue algún lugar en Palestina o Siria.

APORTE A LA TEOLOGÍA

Judas escribe como un defensor de la fe (versículo 3). Los impíos no son los paganos fuera de la iglesia, sino los falsos profetas que están dentro (12). El que se relacionen con la fe no quiere decir que vivan en la fe. Los impíos no tienen al Espíritu (versículo 19) como los justos (20). El impío permanecerá eternamente en la oscuridad de las tinieblas (13), pero el justo vivirá eternamente (21). Al describir a sus oponentes, Judas utiliza alegorías hirientes, y exhorta a los creyentes a afirmarse en las enseñanzas de los apóstoles (17) y en el amor de Dios (21), y a luchar por rescatar de una destrucción cierta los que están engañados (22–23).

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Las coincidencias con 2 PEDRO (véanse las similitudes entre 3–18 y 2 P 2.1–18) suelen explicarse suponiendo que Judas se escribió primero. Según algunos eruditos, fue precisamente por su inclusión en 2 Pedro que Judas ejerció una influencia fuera de proporción a su tamaño. Es evidente que la epístola ofrece una visión singular dentro de aquellos círculos cristianos originales, quizás palestinos, en los que los propios parientes carnales de Jesús, como Jacobo, eran líderes.

La Epístola de Judas fue aceptada en el canon entre los años 170 y 367 d.C. a pesar de varias objeciones que en parte tenían que ver con dos citas de libros APÓCRIFOS (el v. 9 alude a La asunción de Moisés y el v. 14 a Enoc). En el siglo XVI, eruditos como Erasmo y Calvino dudaban de su autenticidad. Lutero no la tenía en buena estima, si bien la incluyó en el canon del Nuevo Testamento.

JUDEA

Parte meridional de Palestina situada entre Samaria al norte y el desierto nabateo-árabe al sur. Corresponde en gran parte a la región que se asignó a la tribu de Judá (Jos 15) y a la del reino de JUDÁ (922–587 a.C.).

El nombre Judea aparece por primera vez en Esd 5.8 donde se refiere a una provincia persa (en efecto, una pequeña región alrededor de JERUSALÉN) poblada por judíos que habían vuelto allí del cautiverio. Bajo los MACABEOS Judea se independizó (ca. 164 a.C.) y terminada la expansión macabea, el reino de Judea incluía Samaria, Galilea, Idumea y Perea. Cuando los romanos pusieron a HERODES como rey sobre estos territorios, lo nombraron rey de Judea (Lc 1.5, ARQUELAO; GOBERNADOR). En aquel entonces, las circunstancias políticas determinaban los límites de Judea, pero, propiamente dicha, esta era un área de solo unos 490 km2, de la que Jerusalén era la ciudad principal. En el tiempo de Jesús Judea era una de las tres divisiones principales de Palestina: Judea, Samaria y Galilea (Jn 4.3s).

Judea es principalmente montañosa. Se divide en tres partes: la occidental, cubierta de colinas bajas, que se llama la SEFELA; la central sembrada de altas montañas que alcanzan hasta 1020 m, y la oriental que es tierra desértica. Las vías internacionales de comercio desde antaño han evitado el área montañosa de Judea. Solo los que tenían negocios en Jerusalén o en las aldeas circunvecinas subían los pocos caminos que llevaban al corazón de la provincia (PALESTINA).

Durante toda su historia la vida de Judea ha sido pastoril. El suelo pedregoso y poco profundo solo produce olivas, uvas e higos. Sin embargo, se cultivan algunos granos en los valles de la Sefela.

JUDÍOS, JUDAÍSMO

Originalmente, un judío (en hebreo, Yehudí) era un habitante del reino de JUDÁ (2 R 16.6) o de la provincia de Judea (Esd 5.8). Luego, gracias a la prominencia del reino del sur, judío fue el nombre dado (especialmente por los extranjeros) a cualquiera que perteneciera al pueblo de Israel.

El pueblo hebreo como tal (reino de Judá o reino de Israel) deja de existir con el cautiverio. El reino del norte va al cautiverio bajo Asiria en 721 a.C., y el del sur en 587 a.C. bajo Babilonia. No resurgiría como pueblo geográfico y políticamente organizado sino hasta 1947, cuando las Naciones Unidas propiciaron este tipo de organización. Es cierto que nunca perdió su identidad como raza y que siempre se aferró a la tierra y a sus tradiciones como su especial herencia, pero más que un pueblo era una comunidad religiosa, pequeña y tradicionalista en medio de una Palestina grande y progresista (DISPERSIÓN).

Es difícil seguir el paso de lo que sucedió con el reino del norte, el cual fue transportado casi totalmente a las regiones montañosas del norte de Mesopotamia y a Media, al tiempo que su propia tierra la ocupaba gente traída también desde muy lejos.

Solo es posible seguir de cerca a los habitantes del reino del sur que NABUCODONOSOR transportó a Babilonia. De ellos se sabe que fueron reducidos a la esclavitud durante los cincuenta años que permanecieron en el poder los babilonios o caldeos. Por eso cuando CIRO el Grande, rey persa, llegó triunfante a Babilonia, los judíos lo recibieron como el Mesías esperado y no simplemente como un libertador (Is 44.28–45.25).

Con la dominación persa, que va del 538 al 330 a.C., se estableció un trato justo y menos despótico, que permitió a cada pueblo conquistado conservar sus tradiciones y creencias y practicar su propia religión. Ciro y sus sucesores permitieron la reconstrucción tanto del templo como de Jerusalén y el regreso de todos los judíos que desearan repoblar sus tierras. La dominación persa, fuera de la intransigencia y hasta crueldad con que exigía el pago de los tributos por medio de los famosos sátrapas, vino a establecer la equidad y la justicia dentro de un clima de libertad y orden.

Hay que reconocer que fueron más bien pocos los judíos que aprovecharon la oportunidad de regresar con Esdras y Nehemías a vivir en su propia tierra. La mayoría estaban ya establecidos en Babilonia, siguiendo el consejo de Jer 29.4–7, y les era muy difícil regresar. Los pocos que regresaron lo hicieron más que todo por sentimientos religiosos, y de ahí que establecieran una comunidad en extremo estricta en la observancia de sus tradiciones y costumbres.

Dirigidos por Esdras y Nehemías, fundaron la Gran Sinagoga, se dieron a la tarea de recopilar y poner en orden toda la Escritura que andaba fragmentada y dispersa (de donde nació la institución de los ESCRIBAS, quienes se encargarían de la conservación de la pureza del texto de las Escrituras), se completó todo lo que a juicio de Esdras hacía falta en la historia y en las leyes del pueblo y se confirmó, con extrema severidad y bajo pena de graves castigos, hasta el más mínimo inciso de la Ley. Apareció la sinagoga como escuela de instrucción popular en las Escrituras, y la observancia del sábado (por mucho tiempo descuidada) cobró una importancia extraordinaria. También en este período aparecen y proliferan las SECTAS que se encuentran en plena actividad en la época novotestamentaria.

El Imperio Persa, que se extendía por el norte desde Tracia en Europa hasta Bactria en el extremo oriental, y por el sur desde lo que es hoy Argelia hasta el extremo oriental del golfo pérsico, no soportó el empuje incontenible de ALEJANDRO MAGNO. Este derrotó a Darío III y penetró hasta los lejanos límites orientales del territorio antes conquistado por los persas.

A la muerte de Alejandro, su imperio se dividió entre sus generales. De Egipto y Palestina se apoderó TOLOMEO, y fijó su capital en Alejandría, ciudad fundad por el mismo Alejandro. De Siria y Mesopotamia se apoderó SELEUCO, y fijó dos capitales, una en Antioquía de Siria y la otra en Seleucia en el Tigris. Por más de un siglo (311–198 a.C.) los judíos gozaron de la magnanimidad de los Tolomeos; de ahí que las colonias judías de Egipto y Alejandría fueran tan grandes y prósperas.

El bienestar de los judíos nunca agradó a los seléucidas de Siria, quienes intentaron por  todos los medios anexar Palestina a su imperio, cosa que por fin consiguió ANTÍOCO III (223– 187 a.C.). Este estableció el régimen de mayor humillación en toda la historia judía, lo que más tarde provocó la revolución encabezada por Judas MACABEO y sus hijos. Ya para el año 160 a.C. este movimiento había logrado una completa independencia de la tiranía Seléucida, pero la falta de preparación para una organización política de tipo civil echó por tierra los logros. Las mismas familias sacerdotales que antes se disputaban la hegemonía religiosa, reñían por el gobierno civil. Se estableció una serie de luchas internas que frustró este corto período de independencia. En medio de este ambiente, apareció Pompeyo, general romano, en el año 60 a.C. y estableció, en nombre de Roma, una dominación que había de durar siglos.

Si bien el gobierno griego fue fugaz, su influencia y cultura, llamadas helenismo, fueron  largas y muy provechosas. La actividad literaria de los judíos de la Diáspora fue sorprendente. Las Escrituras se tradujeron al griego y se produjo una gran cantidad de literatura, alguna de ella entró a formar parte de las Escrituras como libros deuterocanónicos o APÓCRIFOS en el CANON alejandrino. Se produjo la MISHNAH, que es la codificación de la esencia de la Ley ora del judaísmo, de donde salieron los TALMUDES palestiniano y babilónico. De este tiempo datan también los TÁRGUMES o traducciones arameas de las Escrituras.

Muchos esfuerzos se han hecho por revivir los nombres de HEBREO e ISRAELITA, pero judío y judaísmo siguen siendo los más apropiados, a pesar de originarse en un epíteto un tanto peyorativo dado por los gentiles para definir la comunidad étnica y religiosa que se encuentra diseminada hoy por todo el mundo.

En el Nuevo Testamento el término judío cobra diferentes matices según el autor. En los Sinópticos solo aparece en la frase «rey de los judíos», en boca de gentiles (Mt 27.11; cf. v. 42). En Juan, a la par de esta misma acepción (Jn 18.33; cf. 4.9) aparecen dos más: la gente con la que trató Jesús (2.6) y, en sentido peyorativo, los incrédulos de Palestina (y en particular sus líderes) hostiles a Jesús. Para Apocalipsis los verdaderos judíos son la Iglesia de Jesucristo (Ap 2.9; 3.9). Hechos usa, sobre todo en su segunda parte, las tres acepciones juaninas. Pablo prefiere usar la palabra judaísmo en singular y sin artículo; añade a las acepciones vistas un concepto religioso: judío es el que está ligado por la Ley de Moisés (1 Co 9.20; Gl 2.14).

JUECES

LIBRO DE LOS JUECES. Libro histórico del Antiguo Testamento que abarca los casi trescientos años del caótico período entre la muerte de Josué y el comienzo de la monarquía. Los «jueces» eran caudillos militares que Dios levantaba para librar a Israel de sus enemigos.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El libro de Jueces puede dividirse en tres partes. La primera nos habla del deterioro de Israel y el error de no completar la conquista de Canaán (1.1–3.6). Presenta un breve relato de dos expediciones de las tribus del sur para ocupar el territorio adjudicado a ellas por sorteo. En estas expediciones, sin embargo, no se logró expulsar por completo a los cananeos de las ciudades y los valles. Se señala particularmente la descomposición religiosa del pueblo, que hizo necesaria la intervención divina, la consecuente miseria como castigo por la apostasía, el arrepentimiento y el levantamiento de jueces como salvadores.

La segunda parte (3.7–16.31) contiene la historia de los jueces. Se describen largamente las hazañas de seis jueces mayores: Otoniel, Aod, Débora-Barac, Gedeón, Jefté y Sansón; y más brevemente las de los restantes seis jueces: Samgar, Tola, Jair, Ibzán, Elón y Abdón. Abimelec no debe considerarse Juez.

La parte final (17–21) describe la depravación de Israel, incluso la instalación de un santuario en Dan (17 y 18) y el hecho abominable de los benjamitas en Gabaa y su castigo (19– 21). Se señala la descomposición política de aquel tiempo, con una frase típica: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (17.6; 18.1; 19.1; 21.25).

JUECES: UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA

PRIMERA PARTE: La deterioración de Israel y el fracaso al conquistar completamente a Canaán (1.1—3.6)

SEGUNDA PARTE: La liberación de Israel (3.7—16.31)

AUTOR Y FECHA

La frase típica que acabamos de citar, que por cierto destaca la bendición que fue el reino, es muy significativa para poder resolver el problema de la fecha en que el libro pudo haber sido escrito. La manifiesta estructura literaria del libro no conduce sino a aceptar la existencia de un solo autor, quien se sirvió de documentos y fuentes provenientes de tiempos anteriores, como se vislumbra en el canto de Débora.

Es obvio que este autor no pudo haber sido contemporáneo de los jueces, porque los textos arriba mencionados señalan la prosperidad propia del tiempo de los reyes. Por otra parte, en Jueces 13.1 se establece que el tiempo total de la opresión filistea fueron cuarenta años, lo cual solamente tiene sentido después de la victoria decisiva sobre los filisteos obtenida por Samuel en Mizpa (1 S 7.13). Por consiguiente, el autor del libro debió vivir en los inicios de la monarquía en Israel, pero no después de David y Salomón (cf. Jue 1.21 con 2 S 5.6–9 y Jue 1.19 con 1 R 9.9, 16) entre 1050–970 a.C. El Talmud considera a Samuel como el autor.

MARCO HISTÓRICO

La entrada de Israel a la tierra prometida bajo el mando de Josué no fue tanto una conquista total como una ocupación. Con el transcurso del tiempo, los israelitas tuvieron que enfrentarse a la posibilidad de caer bajo el yugo de los cananeos que no expulsaron de la tierra que Dios había dado a Israel. Israel se vio en esa situación repetidas veces durante el período de los jueces, desde cerca del 1380 al 1050 a.C.

La amenaza cananea se hacía más intensa dada la poco cohesiva organización tribal de Israel. Los israelitas eran blanco fácil de un enemigo bien organizado como los cananeos. La primera monumental tarea de los jueces que Dios levantaba como libertadores era unir a las tribus para luchar contra el enemigo común.

APORTE A LA TEOLOGÍA

Jueces señala el problema de Israel cuando no tenía rey. Pero el establecimiento de un reino no los llevó a un estado de perfección. Solo cuando David ascendió al trono pudo Israel soltarse de sus trágicos ciclos de desesperación y deterioro. David, el escogido de Dios, fue tipo del Rey que un día llegaría: Jesucristo.

Jueces habla también de la necesidad de un libertador o salvador. La liberación que lograban aquellos jueces humanos era siempre temporal, parcial e imperfecta. El libro apunta a Jesucristo, el eterno gran Juez (Sal 110.6), Rey y Salvador de su pueblo.

OTROS PUNTOS IMPORTANTES

Muchos lectores se turban al leer sobre el voto del juez Jefté. Este le prometió a Dios que si salía victorioso en batalla, le ofrecería en sacrificio al primero que saliera de su casa a recibirle. El Señor le concedió la victoria. Cuando regresaba, la hija salió a recibirlo, y Jefté se vio obligado a pagar el voto (11.29–40). Este pasaje es tan desconcertante que algunos tratan de suavizarlo diciendo que Jefté no mató a su hija, sino que la hizo permanecer virgen. Se basan en el versículo 11.39 que dice que «ella nunca conoció varón». Pero el pasaje dice bien claro que Jefté «hizo de ella conforme al voto que había hecho» (11.39).

Los sacrificios humanos nunca estuvieron permitidos en Israel. Es más, Dios los condenaba como la iniquidad de las naciones vecinas. La intención del autor de Jueces al relatar lo que hizo Jefté fue la misma que tuvo al contar los pecados terribles de Sansón.

El período de los jueces fue un tiempo de tanto caos político y religioso que aun los mejores siervos de Dios hacían cosas terribles.

El canto de victoria de Débora (capítulo 5) y lo que Dios hizo con ella habla de la participación de las mujeres en la obra de Dios a través de todos los tiempos. Y nos dice que Dios merece la alabanza de su pueblo cuando este triunfa en batalla.

JUEGOS

Como elemento recreativo el juego es tan antiguo como el hombre, pero la Biblia advierte del peligro de ocuparse en él mientras se descuidan otros deberes (1 Co 10.7), o cuando se lesiona con el juego mismo la dignidad humana (Jue 16.25).

Las Escrituras aplauden el juego, especialmente de los niños. Según Zac 8.5, una de las manifestaciones de la restauración de Jerusalén serían las calles llenas de muchachos y muchachas dedicados a jugar. Jeremías siente tristeza al ver cómo el castigo que vendría sobre la ciudad caería también sobre estos grupos de niños (Jer 6.11; 9.20s). Cristo también hizo referencia al juego de los niños en las plazas públicas (Mt 11.16s; Lc 7.32). Después de la purificación del templo, un grupo de niños que posiblemente dejaron sus diversiones para acompañar al Señor, repitieron las palabras que habían escuchado a la multitud en la entrada triunfal: «¡Hosanna al Hijo de David!» Esto causó la indignación de los sacerdotes, pero el  Señor defendió a los pequeños haciendo referencia al Sal 8.2 (Mt 21.15s).

JUEGOS DEPORTIVOS

Los griegos y los romanos eran amantes de los deportes.

Por tanto, dondequiera que se extendiera el dominio cultural de los griegos y el control político de los romanos, se levantaban ESTADIOS y GIMNASIOS. De ahí que los autores del Nuevo Testamento empleen figuras del mundo deportivo en sus ilustraciones, sin aprobar en absoluto los aspectos religiosos del gimnasio (cf. 1 Mac 1.15; 2 Mac 4.7–17).

El término griego agon se utiliza para referirse al atletismo en general. Pablo lo empleó a menudo para referirse a la vida cristiana o a un aspecto de ella. Para el apóstol el cristiano libra una lucha, combate o pelea semejante a la del atleta (Flp 1.30; Col 2.1; 1 Ts 2.2). Al menos una vez esta palabra se usa en sentido de «carrera» (Heb 12.1), pero el término corriente traducido

«carrera» es dromos (Hch 20.24; 2 Ti 4.7). El corredor no corre a lo loco (1 Co 9.24), ni en vano (Flp 2.16), sino más bien hacia una meta (Flp 3.14). El cristiano debe hacerlo en igual forma pues su meta es Jesús, en quien debe tener fijos los ojos (Heb 12.2).

Pablo afirma que nosotros sostenemos una lucha tenaz con las fuerzas del mal, la que compara con la lucha grecorromana (pale, de donde se origina el vocablo palestra), pero nuestro adversario no es sangre ni carne sino los poderes espirituales (Ef 6.11s).

Para Pablo hay un «boxeo espiritual» (1 Co 9.26). El cristiano no golpea al aire sino su CUERPO, pero no el cuerpo físico (Pablo no era masoquista ni GNÓSTICO), sino el «cuerpo del pecado» (Ro 6.6) que tiene que ser destruido.

El que ganaba la carrera o la lucha recibía un premio (1 Co 9.24), una CORONA (stefanon) de hojas de olivo, pino o laurel que, aunque era de alta estima, pronto se marchitaba. En cambio la corona del cristiano es incorruptible (1 Co 9.25).

Pablo comparó la disciplina necesaria para el cristiano con aquella a la que debía someterse el buen atleta (1 Co 9.25). El corredor se despojaba de todo peso que pudiera embarazarle y retardar su paso (Heb 12.1), y el atleta tenía que jugar de acuerdo con las reglas establecidas  (2 Ti 2.5). Las lecciones espirituales eran obvias.

Los juegos olímpicos se realizaban en un estadio lleno de espectadores, de los cuales algunos eran ilustres. De manera similar, el corredor cristiano corre delante de muchos héroes de la fe (Heb 12.1; cf. 11.1–40). En el estadio había heraldos que llamaban a los atletas a que comparecieran en la pista o en la palestra, y los animaban en la carrera o en la lucha. El cristiano es tanto atleta como heraldo y sufre la vergüenza cuando al llegar su turno pierde la carrera después de haber alentado a otros (1 Co 9.27).

JUEZ

Gobernante que en Israel administraba la justicia y tenía autoridad para condenar y castigar al malvado, así como para liberar y vindicar al oprimido.

Siguiendo el consejo de su suegro, Moisés instituyó el oficio de juez cuando ya le resultaba imposible atender todos los casos (Éx 18.13–27; Dt 1.9–18; cf. Éx 2.14).

Deuteronomio insiste en que cada ciudad tenga sus propios jueces junto con algunos ayudantes (16.18; cf. Nm 11.16, 17). Además, hace hincapié en la necesidad de una JUSTICIA estricta que rechace todo soborno y trate por igual a cada hombre (Dt 1.16, 17; 16.19, 20; 24.17, 18; 25.13–16). Los sacerdotes, como guardianes e intérpretes de la Ley, asesoraban a los jueces en su trabajo (Dt 17.8–13).

Durante la época que siguió a la conquista de Canaán (JUECES, LIBRO DE LOS), y debido a la opresión que Israel sufría en manos de naciones extranjeras, Dios tuvo que levantar jueces (salvadores, libertadores, caudillos militares) para liberar al pueblo del poder de sus enemigos (Jue 2.16; 3.9, 15, etc.). Algunos de estos jueces probablemente fueron puestos sobre todo el pueblo a la vez que ejercían su oficio sobre las tribus respectivas (CRONOLOGÍA).

Durante la época del ministerio de ® SAMUEL, tuvo lugar la transición que culminó con el establecimiento de la monarquía en Israel (1 S 4.18; 7.15–8.11). El rey se convirtió en el juez supremo en esa época (2 S 15.2, 3). No obstante, el oficio del juez continuó bajo los reyes (1 Cr 26.29; 2 Cr 19.5–10), y aun después del cautiverio (Esd 7.25).

En el Nuevo Testamento Jesús se llama «juez» (Jn 8.16; 2 Ti 4.1; Stg 5.9; 1 P 4.5).

Pablo enseñó que los cristianos colaborarán con Cristo en el JUICIO final (1 Co 6.2, 3), y que desde ahora es su deber juzgar «las cosas de esta vida» (v. 5; cf. Mt 18.15–17).

JUICIO

Ejercicio del entendimiento en virtud del cual se puede discernir la realidad, inclusive el bien y el mal, y así formar una opinión en cuanto a la naturaleza real de alguna cosa o hecho, o el verdadero carácter moral de alguna persona. Por lo general, cuando la Biblia habla de juicio, se da por sentado que el juez es Dios. El juicio de Dios es, desde luego, infalible. Él juzga al mundo en dos dimensiones, la histórica y la escatológica.

Especialmente en el Antiguo Testamento hay varias referencias al juicio de Dios sobre la humanidad en ciertas situaciones históricas. A veces Dios juzga a individuos como Adán y Eva (Gn 3), y Ananías y Safira (Hch 5.1–11). Pero asimismo juzga a las naciones, sobre todo a Israel.

La mayor parte de la enseñanza bíblica sobre el juicio, sin embargo, se refiere al futuro, o sea a la dimensión escatológica. «De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Heb 9.27). El juicio definitivo es el del gran trono blanco (Ap 20.11), cuando todos aquellos cuyo nombre no esté escrito en el libro de la vida serán lanzados al lago de fuego (Ap 20.15). Este juicio establece la terrible y eterna diferencia entre el cielo y el infierno. Los que pasarán la eternidad en el infierno serán condenados por su propio pecado (Ro 6.23; Ap 20.12). Los que van al cielo no van por sus propias buenas obras (Ef 2.8–9), sino por su FE en Cristo, que es la base de la SALVACIÓN y el corazón del EVANGELIO (Ro 3.21–24; 1 Co 15.3; 1 Jn 1.7).

De manera que el juicio de Dios se llevó a cabo sobre la cruz de Cristo. En ella Él fue «hecho pecado» (2 Co 5.21). Aunque Cristo nunca pecó, el juicio de todos los pecados del mundo cayó sobre Él (Mt 27.46). Así pues, el juicio final de quienes se identifican con Cristo y tienen fe en su sangre, ya se ha verificado en el Calvario. Como consecuencia, el creyente se considera justo (Ro 5.18), y no tiene ningún temor del juicio final (Ro 8.1).

No obstante, queda todavía un juicio escatológico que se llama «el tribunal de Cristo» (2 Co 5.10). Ya no se trata de la salvación y la condenación eternas, sino de un juicio sobre la eficacia de nuestra vida como hijos de Dios en la tierra. Este juicio será de «fuego» y las obras buenas que el cristiano ha hecho perdurarán (como «oro, plata, piedras preciosas»), pero las malas perecerán (como «madera, heno, hojarasca») (1 Co 3.12–15). Con todo, «en el amor no hay temor» y tenemos «confianza en el día del juicio» (1 Jn 4.17, 18).

Por haberse interpretado superficialmente el texto «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7.1), se ha creído que el hombre no debe juzgar. Sin embargo, la Biblia enseña que aunque el juicio del hombre es falible, es también importante y debe emplearse en muchos casos.

Por ejemplo, en el Antiguo Testamento Dios llamó a Moisés para juzgar a su pueblo (Éx 18.13), en ciertos casos el pueblo mismo tenía que juzgar (Nm 35.24), y Dios levantó jueces con el mismo fin (Jue 2.16). Asimismo, el Nuevo Testamento enseña que el juicio del creyente debe comenzar consigo mismo (1 Co 11.31). «El espiritual juzga todas las cosas» (1 Co 2.15). Cuando hay pecado en la iglesia, los miembros deben juzgarlo (1 Co 5.1–3), y cuando surgen problemas entre creyentes, los demás miembros de la iglesia deben resolverlos y no los incrédulos (1 Co 6.1–8). Para el buen orden del mundo secular, Dios ha provisto gobernantes que deben juzgar en las esferas sociales seculares (Ro 13.1–5).

JULIO

(NOMBRE LATINO DE UNA FAMOSA FAMILIA ROMANA).

Centurión de la cohorte de Augusto, a quien FESTO confió la conducción de Pablo y otros prisioneros de Cesarea a Roma (Hch 27.3, 11, 31, 43). Julio tuvo grandes consideraciones para Pablo: le permitió desembarcar en Sidón y visitar a sus amigos; y en Malta, a fin de salvarle la vida, se opuso a la decisión de los soldados de matar a todos los prisioneros.

JUNCO

Traducción en la RV de dos palabras hebreas.

  1. Gome’, que es el cyperus papyrus, o papiro; planta de dos a tres metros de alto y diez centímetros de grueso, lisa, cilíndrica y desnuda, terminada en un penacho de espigas y flores muy pequeñas. Es planta tropical que se encuentra desde la Palestina hasta el Sudán, pero que ha desaparecido de las márgenes del Bajo Nilo, donde antiguamente abundaba. Los juncos se entretejían y se usaban para esteras, arquillas (Éx 3, 5) y embarcaciones (Is 18.2). De la corteza interior se preparaban los rollos de PAPIRO.
  2. ‘agmon, nombre derivado de `agam (lago) que designa a cualquier planta acuática del género scirpus sin precisar la especie. Sus tallos flexibles se usan en cestería y para hacer sogas. En Job 41.2 RV se lee «soga», y en Jer 51.32 «baluarte», pero el hebreo reza «junco» en ambos textos (ALGA; CAÑA).

JUNIAS

Ver. ANDRÓNICO. 

JÚPITER

Nombre latino del Dios supremo del panteón grecorromano, llamado Zeus por los griegos. Con ocasión del proyecto de helenización que impulsó Antíoco Epífanes, el templo en Jerusalén se dedicó a Júpiter Olímpico (2 Mac 6.2). La erección de la imagen de Júpiter allí puede ser la ABOMINACIÓN desoladora de la que habla Dn 9.27; 11.31; 12.11.

Júpiter se menciona solamente una vez en el Nuevo Testamento. Cuando Pablo y Bernabé sanaron al paralítico en Listra, la muchedumbre supersticiosa intentó rendirles culto, creyéndolos Júpiter y Mercurio (Hch 14.11–13, HERMES). En la leyenda de Filemón y Baucis, estos dos dioses andan por la tierra disfrazados de caminantes que les brindan hospitalidad. Los habitantes de Listra no querían perderse estos favores.

En Éfeso, la gente creía que la imagen de DIANA había venido de Júpiter (o «del cielo» según algunas versiones) (Hch 19.35).

JURAMENTO

En general, es una forma de MALDICIÓN. La persona que presta juramento en el santuario pide a Dios que la aniquile, si no dice la verdad. La fórmula: «Tan cierto como que Dios vive» (1 S 20.12 heb.) supone una conclusión como esta: «Me castigarán si digo una mentira». No eran palabras vanas. Se sabía que, una vez pronunciado el juramento, si el que juraba lo hacía en vano se desencadenaba sobre él un misterioso y grande poder cuya acción no podía detenerse.

La ley deuterocanónica recomienda jurar por el nombre de Dios (Dt 6.13). Se tomaba a Dios como testigo (Gn 21.23; 2 Co 1.23; Gl 1.20; Flp 1.8), pero a la vez el código sacerdotal condenaba los juramentos en falso (Lv 19.12; Mal 3.5). No eran raros los perjurios, pero los condenaba severamente la Ley (Éx 20.7; Lv 19.12; Dt 5.11) y los profetas (Ez 16.59; 17.13ss). Los ESENIOS del tiempo de Jesús condenaban como ilícito el juramento. Los rabinos se preocupaban por los abusos. Y los fariseos se las ingeniaron para mantener sutilmente la validez del juramento.

Jesús declara tajantemente: «No juréis en ninguna manera Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no» (5.12). Puesto que el juramento supone mala fe en un persona o falta de confianza en ella, todo lo que se añade a una sencilla afirmación o negación, «viene del Maligno» (Mt 5.37 BJ), que es padre de la mentira y hace embustero al hombre (Jn 8.44). Jesús exige a sus discípulos total sinceridad. Por eso, en una sociedad en que se obedece la voluntad de Jesús, el juramento es superfluo. No obstante, lo que Jesús exige es un fruto del Espíritu que habita por la fe en los creyentes, y no algo que corresponda a la realidad de la vida según la carne. La exigencia de Jesús es una norma, pero no absoluta. Hay circunstancias en que la ley humana puede exigir un juramento. Jesús mismo no rehusó prestar juramento ante el sanedrín (Mt 26.63ss).

JUSTICIA

Rectitud de conducta que se ajusta a las condiciones de una relación determinada. Así, la justicia de Dios manifiesta su fidelidad consecuente consigo mismo y con su pacto.

Según Dt 34.2, Dios es justo (tsaddiq) y recto (yashar); todos sus caminos son justos (mishpat), y no hay iniquidad en Él. Es la Roca (Dt 32.4; Sal 92.12–15), y «la justicia (tsedeq) y el derecho (mishpat) son la base de su trono» (Sal 97.2; cf. 36.5s; 71.16s; 89.14). Dios es el autor de toda justicia; es quien autoriza al rey (Sal 72.1–4) y al juez (Sal 82).

Nótese que en el Antiguo Testamento la justicia de Dios se asocia constantemente con su obra salvadora y con su amparo de los pobres, los huérfanos, las viudas y los forasteros (Sal 10.12–18; 31.1s; 36.5–7; 140.12s; 146.7–10; Is 1.17; Jer 22.16; cf. Lc 1.46–56). Tanto el rey como el juez están llamados a rescatar al oprimido y «aplastar al opresor» (Sal 72.1–4; 82.1– 18). Por eso tsedeq (tsedeqah) también puede traducirse por «los triunfos de Jehová» (Jue 5.11; Sal 48.10; Is 45.24), «salvación» (Is 54.17) o «hechos de salvación» (1 S 12.7–12), y aparece a menudo en paralelismo con la palabra «salvación» (Sal 40.10; 51.14; 65.5; cf. 22.31; 71.24; Is 46.12s; 51.5–8; 61.10; 62.1), con «vindicación» (Jer 11.20), con «bondad y misericordia» (Sal 145.7; Os 2.19) y con los «hechos poderosos» y «estupendos» de Dios (Sal 145.4–7). «Y no hay más que yo; Dios justo y Salvador» (Is 45.21).

En el Antiguo Testamento la justicia suele tomar una expresión social, como indican los textos citados. Gran parte de la legislación del Pentateuco se dedica a la justicia social, hasta en los detalles más mínimos de la vida económica, política, militar y judicial. Los profetas, especialmente, condenan la flagrante injusticia social de su tiempo, tanto en Israel como en las naciones vecinas (por ejemplo, Am 1 y 2). Llaman al pueblo al arrepentimiento y a la restauración de la justicia para que «corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo» (Am 5.24; Miq 6.8). Reprueban especialmente la hipocresía que racionaliza la injusticia con una piedad ceremonial. Jehová es el juez de toda la tierra (Sal 9.4, 8; 50.6; 96.13; 98.4; Jer 11.20). Cuando los hombres y los pueblos infringen las condiciones del pacto y de su relación con Dios, la justicia de Dios los condena y castiga. El «Dios de las venganzas» (Sal 94.1), aunque «perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado», no tiene «por inocente al malvado» (Éx 34.7), sino juzga a sus siervos, condena al impío y justifica al justo para darle conforme a su justicia (1 R 8.31s; cf. Jer 50.15; 51.56; Am 1 y 2).

El Antiguo Testamento afirma que ningún nombre es justo ante Dios (Job 25.4; Sal 143.2; Is 57.12; 64.6), pero en algunos pasajes se vislumbra aquella justicia imputada por Dios en virtud de la fe, justicia que habría de revelarse plenamente en el Nuevo Testamento (JUSTIFICACIÓN).

Entre los muchos sentidos que tiene «justo» en el Antiguo Testamento figuran:

  1. La perfección de Dios en virtud de la cual Él es fiel a sí mismo y a su pacto (Jn 25; Ro 3.26), especialmente como juez (2 Ti 4.8; Ap 16.5) sobre los hombres y las naciones.
  2. El término «justo» tiene un sentido mesiánico y escatológico. En algunos pasajes rabínicos y apocalípticos se describe al Mesías como «el Justo» o «el Mesías, nuestra Justicia»; cf. Jer 23.5s; 15; Zac 9.9. A Cristo se le llama «el justo» en Hch 3.14; 7.52; 22.14 y el reino escatológico se describe frecuentemente como «justicia» (véase abajo). De igual manera, a los redimidos del reino escatológico, que constituyen el pueblo del Mesías, también se les llama «los justos» (Mt 10.41; 13.43, 49; Heb 12.23; 1 P 4.18).
  3. A veces «justicia» significa misericordia, generosidad (2 Co 9.9s) o limosna (Mt 6.1; 23; el uso más común de tsedaqah entre los rabinos). En algunos pasajes se emplea el término en su sentido más helenístico de virtud moral («honorable», «respetable»; cf. Flp 4.8; 1 Ti 1.9s;

«inocente» en Mt 27.19, 24) o «meritorio» ante los hombres o ante Dios (Lc 1.6; Ro 2.13; «no hay justo», 3.10). En otros pasajes, se alude a la seudojusticia de los fariseos (Mt 9.13; 23.28; Lc 20.20).

  1. Generalmente en el Nuevo Testamento la justicia no se concibe como la virtud abstracta del pensamiento griego, sino como una relación personal con Dios, como en el Antiguo Testamento (el «justo» es aquel a quien el rey acepta), e implica fidelidad (Ro 1s; 8.1–4; 9.30–10.5; 1 Jn 3.6–10). Este parece ser el sentido de la frecuente asociación entre el «reino de Dios» y «su justicia» (Mt 5.6, 10; 6.33; 13.43; Ro 14.17; 1 Co 6.9; cf. «camino de justicia», Mt 21.32; 2 P 2.21). En muchos pasajes esta justicia equivale al nuevo modo de vivir que nace de la fe en Cristo (Stg 3.18; 1 P 2.24; 1 Jn 2.29), esta «vida cristiana», es verdadera justicia.
  2. En muchos pasajes, los mismos términos griegos significan justificación vicaria (Gl 2.21; Flp 4.8; Ro 6).

JUSTIFICACIÓN

Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro 4.2–5).

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa «ser JUSTO» [Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente «declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano). Normalmente se refiere al veredicto del JUEZ, quien decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3; pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1 R 8.32; Pr 17.15).

Por lo general, la expresión «declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden «justificarse» a sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez justo por excelencia, «no justificará al impío» (Éx 23.7) ni «de ningún modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm 14.18s; Dt 25.1).

«El que justifica al impío [pero cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).

Sin embargo, en el Antiguo Testamento la JUSTICIA de Dios es un concepto característicamente salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su MISERICORDIA perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt 7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el PERDÓN divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios?» (Por ejemplo, Ez 18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro 4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la circuncisión como «sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro 4.11).

También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación.

Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a la vez afirma su «abundante redención» y «perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5; 51.1–6).

En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Is 40–66. El SIERVO sufriente, como abogado defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (53.11). La justificación de Israel vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18), quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová, justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al Mesías como «el Justo», y a los suyos como «los justos» con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2 Esdras 8.36).

Según Hab 2.4, «el justo, por su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab 1.5– 17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe vivirá», con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl 3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.

EN LOS EVANGELIOS Y HECHOS

El verbo «justificar» (dikaióo) aparece en varios contextos:

  1. Los judíos «justificaban a Dios» cuando Juan los bautizaba (Lc 29). Con el mismo sentido de «vindicación», se dice que «la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Mt 11.19; Lc 7.35).
  2. Los hombres pretenden auto justificarse por sus méritos propios, pero apelan a pretextos evasivos (Lc 10.29) o a la hipocresía (Lc 15).
  3. En el juicio final, los hombres serán justificados o condenados por sus palabras (Mt 37). Este sentido jurídico-escatológico del término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque Pablo hace hincapié en que este juicio y esta justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Ro 3.21–26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo «JUSTICIA» en el sentido paulino forense de la justificación, sí ven «la justicia» como un don de Dios (Mt 5.6, 10) y la refieren a la vida del Reino de Dios, traído por Jesús (Mt 6.33).

Además, en dos pasajes Lucas emplea el verbo «justificar» en el sentido paulino. El publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en su propia justicia,

«descendió a su casa justificado» (Lc 18.14). Este mismo sentido aparece en Hch 13.38s en un sermón de Pablo; el perdón de pecados mediante Jesús significa que «en Él es justificado aquel que cree».

EN PABLO

El concepto de la justificación se elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas, y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La justicia de Dios es «de la fe» (Ro 4.11, 13; cf. Gl 2.16; 3.8), «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo» (Ro 3.22; Flp 3.9). Pablo contrasta constantemente esta justificación evangélica con «la justicia por las obras de la ley» (Ro 9.31s; cf. 10.5) y con «mi propia justicia» (Ro 10.3; Flp 3.9).

El principio de la justicia legal es «haced esto, y viviréis» (Ro 10.5; Gl 3.10–12); el principio de la justificación evangélica es «creed, confesad, y seréis salvos» (Ro 10.9s; Gl 3.6–9).

En su misión a los gentiles y su polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama que el creyente recibe la justificación de Dios gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo y recibida por la FE (Ro 5.1, 17). Según Ro 3.21–31, no depende de las buenas OBRAS, ni de nuestra obediencia a la LEY (en particular, a la demanda de la CIRCUNCISIÓN); depende más bien de la GRACIA divina para evitar toda jactancia humana. Lejos de fluir de algún merecimiento humano (Ro 4.4s; Flp 3.9), la salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una mezcla de gracia y obras (Ro 3.28; 11.6; Gl 2.14–21; 5.4; CONCILIO DE JERUSALÉN).

Pablo expresa esta verdad quizás en los términos más drásticos en Ro 4.2–7: «al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia». En un nivel literal, esta atrevida expresión contradice textualmente las muchas expresiones veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al impío (Éx 23.7; Dt 25.1; Is 5.23).

Pero en un nivel mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la realidad veterotestamentaria (Dt 7.7s; 9.6; 26.5; Jos 24.2; cf. Gn 18.23). Aunque la expresión también chocara con la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los declaraba justificados y «murió por los impíos» (Ro 5.6; cf. 1.18).

La frase, quizás con cierta paradoja intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente gratuito de la justificación y también su carácter vicario; al impío le es atribuida la «justicia ajena» de Cristo (2 Co 5.21). Sin embargo, la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a los impíos y luego los acepte («justificación analítica»), sino en que declara

«aceptos» ante Él a los impíos e injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y así comienza a transformar toda la vida. La justificación nunca debe confundirse con la SANTIFICACIÓN ni divorciarse de ella.

LA FE Y LA IMPUTACIÓN

Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio que Dios usa para impartirla (Ro 4.16 BJ; Ef 2.8–10), en radical antítesis con las obras de la Ley o los méritos de la justicia propia. En el evangelio, potencia de Dios para todo aquel que cree, «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1.17). Esta fe se describe como creer en Jesucristo (Ro 3.22, 26) y confesarlo como Señor (Ro 10.9s); es «someterse a la justicia de Dios» (Ro 10.3). Esta clase de fe viva actúa por el AMOR (Gl 5.6; 1 Ts 1.3) y, como la de Abraham, fructifica en «la obediencia a la fe» (Ro 1.5; cf. 6.17). La fe une al creyente con Cristo (Ef 3.17) mediante el Espíritu Santo (Gl 3.1–5) y le conduce a una nueva esfera (Ro 5.21).

Para Pablo, Abraham es el prototipo incontrovertible de la justificación por la fe (Ro 4.3–11, 22s; Gl 3.6), pero su fe no tiene el carácter de una obra meritoria en sí misma, como creían muchos rabinos. Contra la interpretación judaica de Gn 15.6 como «imputación por deuda» (Ro 4.4, donde esta expresión refleja tal interpretación, en el sentido helenístico de inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo insiste en el sentido original del texto como una imputación por gracia.

Por medio de diversos verbos, Pablo muestra una elaborada teología de la imputación.

Aunque «donde no hay ley, no se inculpa (cf. Flp 18) de pecado» (Ro 5.13; cf. 4.15); sin embargo, la muerte reinó desde ADÁN hasta Moisés (Ro 5.14) porque «por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Ro 5.18) y «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Ro 5.19s). Por tanto Cristo, nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado por nosotros (2 Co 5.21; Gl 3.13); es decir, Dios identificó jurídicamente a Jesús con el pecado. Dicho con otras palabras, «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (cf. Hch 7.60; Ro 3.25) a los hombres de sus pecados» (2 Co 5.19). Cristo «nos es hecho justificación» (1 Co 1.30), «para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5.21). Así que a nosotros también «la fe nos es contada por justicia» (Ro 4.24s), y recibimos «la justicia que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Flp 3.9).

Cabe aclarar en cuanto a la «imputación» que esta no es una simple transacción extrínseca, y que precisamente ese concepto de «contabilidad celestial» es el que Pablo rechaza en Ro 4.3–5. Quizás por eso Pablo no dice que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra cuenta, sino más bien que Dios nos imparte «la justicia que es por la fe de Cristo», cuando el contraste lógico a «mi propia justicia» hubiera sido «la justicia de Cristo». Identificados vitalmente con Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que «Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Co 1.30; cf. 6.11).

EL SACRIFICIO DE JESÚS

Todo pensamiento de Pablo gira en torno a «Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2.2), y esta perspectiva transforma también su visión de la justificación. La obra vicaria de Jesús es la base indispensable de la salvación, pues estamos «justificados en su sangre» (Ro 3.24ss; 5.9). Como Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia (Ro 5.19) y justicia (Ro 5.18) que constituye nuestra justificación. Hecho maldición por nosotros en la cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición abrahámica de Gn 12.3 se ha cumplido y extendido a los gentiles (Gl 3.14).

El lenguaje acerca de la cruz en Ro 3.24ss es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del DÍA DE LA EXPIACIÓN según Lv 16, con su triple confesión de pecado (cf. Ro 3.23) y el derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez lugar de expiación y de revelación de Dios (Éx 25.22). De igual manera, ahora la persona de Cristo en su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de Dios.

La tensión mencionada en Ro 3.26 entre la justicia de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases histórico-salvíficas:

  • Dios «pasó por alto en su paciencia los pecados pasados» en la época del Antiguo Testamento, pero solo con miras
  • «manifestar en este tiempo su justicia», ahora, en el tiempo de

Pablo recalca también la relación entre la RESURRECCIÓN de Cristo y nuestra justificación. La resurrección señala contundentemente la eficacia redentora del sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma también su triunfo cabal sobre el poder del PECADO (1 Co 15.17). «¿Quién nos puede acusar?», pregunta Pablo (Ro 8.33s), puesto que Dios es nuestro abogado defensor (cf. Is 50.8) y, puesto que el único juez es el mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (cf. Ro 6.4ss) en la semejanza de su resurrección, de modo que la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de los muertos (Ro 8.1–11).

FE Y JUSTIFICACIÓN EN SANTIAGO

La Epístola de SANTIAGO llama a una vida de «fe en acción» «sin acepción de personas» (2.1) y fructífera en amor (2.8) y obras (2.14–26). Desde esta perspectiva, el autor discute la justificación y la fe en términos que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para Pablo era el evangelio. En cuanto a provecho o utilidad, Santiago cuestiona el que la fe pueda salvar (2.14). Concluye que la fe sin obras es muerta (2.17, 26) y estéril (2.20); la fe coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su plenitud en ellas (2.22). Santiago aun afirma tres veces que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2.21, 24, 25). Apoya su conclusión en tres argumentos:

  1. Un argumento práctico basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin expresión tangible (14–17).
  2. Un argumento teológico que insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al credo más indispensable, el shemá (18s; JUDAÍSMO).
  3. Un argumento histórico, basado en Abraham y Rahab (20–26).

Es evidente que Santiago vive una situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad teórica, e insiste en la unidad integral de fe y acción (1.18, 22). Curiosamente, apoya su conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita Pablo (Gn 15.6), pero lo transfiere de su contexto original del nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham «se perfeccionó» con el sacrificio del hijo prometido (Gn 22).

Pablo, en cambio, coloca la justificación de Abraham por fe en su contexto original, en donde se acentúa precisamente la importancia y la pasividad de Abraham (Ro 4.16–22), e insiste en que la promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión de Isaac (Ro 4.9–12). Además, aunque ambos autores citan Gn 15.6, Santiago no parece descubrir en esas palabras ningún concepto de imputación vicaria por representación. En general, Santiago no elabora una soteriología de la justificación en este pasaje, sino más bien una ética de la fe puesta en acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y «justicia propia» del legalismo judío.

Algunos han pretendido ver en Santiago una polémica contra Pablo, o contra un «paulinismo distorsionado», pero otros, creyendo que Santiago se escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo circunstancias muy diversas, contra el antecedente común del judaísmo.

Con toda su diversidad de énfasis, Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien semántica.

Pablo también nos insta a ser hacedores y no solo oidores de la Ley (Ro 2.13), señala que hemos sido llamados a buenas obras (Ef 2.10, y otras quince veces), y entiende «la fe que obra por el amor» (Gl 5.6) como muestra de obediencia al evangelio (Ro 1.5). De ninguna manera sirve la gracia como licencia al pecado (Ro 6.1, 12, 15–22). Tito 1.6 y 3.7–9, en el mismo espíritu de Stg 2.18s, rechazan la profesión vacía, sin los hechos correspondientes, como abominación. Así pues, la fe por la que según Pablo el hombre es justificado, es también la fe que se realiza en acción, según Stg 2.22. Y las obras que rechaza Pablo por insuficientes son

«las obras de la ley», mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho «las obras de fe», en las que también insiste Pablo.

JUDIT

Una de las dos esposas heteas de Esaú (Gn 24.34). Aunque fue hetea, su nombre es puramente hebreo, el femenino de Judá.

JUDIT, LIBRO DE

Ver. LIBROS APÓCRIFOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO,

JUSTO

Adjetivo aplicado al que practica la JUSTICIA (Gn 6.9; 1 S 24.17; Mc 6.20; Lc 23.47, 50; Tit 1.8). A menudo se emplea como sustantivo (Gn 18.23; Sal 1.6; Hch 3.14; Ro 3.10). Entre los romanos se usaba como nombre propio, y era común tanto entre judíos como prosélitos.

  1. Sobrenombre de José Barsabás, uno de los candidatos para llenar la vacante de Judas en el apostolado (Hch 1.23).
  2. Varón «temeroso de Dios» (PROSÉLITO) de Corinto que facilitó su casa a Pablo para la predicación del evangelio (Hch 18.7). Según algunos manuscritos, llevaba también el nombre de Ticio, lo que indicaría que era romano; otros manuscritos rezan «Tito Justo».
  3. Sobrenombre de un tal Jesús, colaborador judío de Pablo, que mandó saludos a los colosenses (Col 4.11).

JUTA

Ciudad en Judá, reservada para los levitas (Jos 15.55; 21.16). Hoy existe 8 km al sur de Hebrón un pueblo con el nombre de Yuttá.

En el original griego de Lc 1.39, la falta del artículo antes de «Judá» ha provocado conjeturar que el versículo debiera decir: «María fue de prisa a la ciudad de Juta». En este caso Juta sería  la ciudad natal del Bautista.

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